Hay majaderos que insisten con porfía en decir que el problema limítrofe marítimo con Chile demanda la adhesión del Perú a la Convención del Mar para su solución. La pregunta es simple: ¿y por causa de qué el Perú, su vocera oficial, que es la Cancillería, no ha movido un solo hilo en ese sentido? Por el contrario, se ha argumentado las sólidas razones jurídicas, así lo dice la versión oficial, de Torre Tagle, para manejar esta controversia que acaba de tener en la expresión conjunta de los cancilleres peruano y chileno, Rodríguez Cuadros y Walter Prieto en Río de Janeiro, una aproximación bastante mayor que todas las anteriores.

Se puede decir cualquier cosa sobre las bondades de la Convención del Mar. Lo que no puede ocultarse es que el artículo 3º de este tratado estipula 12 millas de mar territorial y que el artículo 54 de la Carta Magna preceptúa 200 millas. Entonces hay un conflicto evidente e insalvable salvo que a través de una reforma constitucional que tiene además el ingrediente imprescindible de un referéndum. Es decir de una consulta al soberano.

¿Puede un Congreso de la pobreza institucional, efectiva y moral del que está en funciones, atribuirse la capacidad de reformar la Constitución ante sí y por sí, sin consultar al pueblo un hecho tan grave como lo es el de jurisdicción y soberanía que sobre el Mar de Grau declara la Carta Magna? Todo indica que no es posible.

Ninguna cancillería, ni la del Perú y menos la de Chile, han hablado sobre la Convención del Mar como instrumento válido para resolver el tema de delimitación marítima. Chile que sí ha adherido a la Convemar, tiene declaraciones explícitas para no regirse por los artículos que se refieren a países con costas adyacentes como es el caso de Perú y Chile, pero aquí unos porfiados contumaces, siguen diciendo que es “imprescindible” adherirse a algo que no nos sirve para nada en este tema específico. Tan es así que nadie lo invoca para absolutamente ninguna utilidad. ¿Por algo será, no?

El Perú es el país de las medias verdades. Basta que la argolla intelectualoide declare su veleidad por lo que otras entidades pagan muy bien, para que su espíritu de cuerpo funcione automáticamente en medios escritos, radiales y televisivos. Entre ellos se alaban y se reputan como analistas, estrategas, ensayistas, prestigiosos, etc. De 50 ó 60 “sabios” no pasan pero son ellos quienes “dictan el discurso y la agenda”. La garrulería no puede ser más abyecta. Pero efectiva. En realidad, arrebañarse para lo malo y mediocre es muy fácil porque siempre hay quienes apoquinan para que otros hagan los trabajos sucios.

Este es el caso de la Convención del Mar y sus supuestas e incomprobadas bondades, toda vez que aquí no rige. Y en lugar de adscribir y pelear con la posición peruana de ir a La Haya o a cualquier otro tribunal, invocando el pacto de Bogotá de 1948, unos majaderos onanistas no cesan de proclamar la supuesta necesidad de adherirse a la Convemar.

Dijo el presidente cautivo, Francisco García Calderón, en 1878, que cualquier cesión del territorio nacional no tiene sino un nombre: ¡traición a la patria! ¿Lo entenderán estos zamarros?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

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