Una aplastante mayoría de legiferantes votó contra los derechos adquiridos de cientos de miles de jubilados. Para algunos, pretextos más, pretextos menos, el tema debía ser resuelto a como diera lugar. Y así ha sido. Se arremete contra los que podrán interponer recursos, quejas, juicios, alegatos de toda índole, pero, en el nadir de sus existencias, terminarán por terminar su vida abusivamente inducidos a infartarse antes de tiempo. ¿Reforma del Estado?: ¡Pamplinas! Un Estado no se reforma con decretos o engañifas sino a través de proyectos sociales íntegros y dignos, por honestos. Y este no es el caso.

El Congreso ha empezado una larga avenida de despropósitos. ¿Qué ocurrirá en los meses que vienen si, como es previsible, la CIDH, le enmienda la plana al Estado peruano por incurrir en infracción de pactos internacionales que ha firmado libremente? Sólo una cosa: ¡el ridículo más estentóreo! Y ¡la indemnización por daños y perjuicios contra los que resulten perjudicados! ¡O para los que sobrevivan el periplo procesal!

Con muy pocas y contadas excepciones, el Parlamento ha vuelto a ser el albañal que denunciaba González Prada, donde hasta el caballo de Calígula se avergonzaría de ser miembro de semejante corporación. Cuando una institución impulsa despropósitos y violaciones de leyes con maromas de todo calibre, no hay Constitución que valga, honestidad que prevalezca o sentido común que gobierne el mínimo del accionar social del país.

El referéndum inspira terror a todos los comerciantes que piensan enriquecerse más con un TLC con Estados Unidos. No importa que nos engrilletemos a sus caprichos imperiales de todopoderoso y único vigilante del mundo, ahora mucho más que antes con un presidente tarado como George Bush. ¡Qué más da unos cuantos milloncitos de peruanos que no tendrán más alternativa que seguir siendo cholos baratos para que los gerentes vendan el azúcar caro! ¡Total, los que mandan -y siempre lo hicieron- fueron unos pocos! Desde Palacio, desde la ONGs, desde las patotas empresariales acostumbradas a vivir de la ubre del Estado y desde los grandes negocios que santifican y justifican los medios de comunicación ¡cómplices y muy bien pagados!

Hace años en un foro con los trabajadores del petróleo en Talara, una de las expositoras, Roxana Cuba, recordó algunas frases de José Saramago cuando hablaba precisamente de las privatizaciones en el reino del delincuente Fujimori. Decía el escritor que había que privatizar Macchu Picchu, el Océano Pacífico, el aire, los Andes y, por último, agregó con acidez: ¿por qué no privatizaban también a la puta que los parió a estos malos gobernantes? Y lo que evocó Roxana, lo hago yo en esta misma ocasión, subrayando la indignación indignada que envolvió a Saramago y a todos los hombres y mujeres que queremos un Perú libre, justo y culto.

No tendremos que llamarnos a sorpresa cuando en breve un Congreso claudicante permita que regalemos el Mar de Grau; se haga de los oídos sordos ante un TLC promiscuo y sazonado con pollos a la brasa; tampoco que permita más concesiones y tarifas preferenciales a todos los fenicios áulicos del poder efímero y episódico que apesta en los círculos actuales de poder.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!