Una de las primeras tonterías que dijo Bush, al comenzar su segundo período, es que el nunca se había visto cara a cara con Arafat porque nunca lo dejó venir a Washington, dijo jactanciosamente mientras el líder palestino agonizaba en Francia.

Arafat, históricamente, es para los palestinos, lo que George Washington es para EEUU o Simón Bolívar para varias naciones suramericanas. Pero, ya está claro, en su visión obtusa de la historia y su estilo político maniqueo y prepotente, Bush no podía entender eso aunque sí lo comprendieron otros presidentes de la superpotencia, como James Carter y Bill Clinton. Y esa comprensión llevó al principio básico de la solución del problema del Oriente Medio en los términos de la fórmula del israelí Isaac Rabin de “territorio por paz”, que sigue vigente.

El mundo entero, comenzando por la prensa norteamericana, sabe que Bush se repite en decir tonterías o conceptos erráticos que han sido bautizados como “Bushisms” (Bushadas). Fuerzas de la represión israelí han matado a centenares de palestinos en estas décadas del liderato de Arafat, pero es obvio que la dirigencia del Estado judío prefería ver muerto o políticamente destruido al adalid palestino.

Yasser Arafat quien, poco a poco, en una lucha paciente y corajuda, estaba logrando la independencia para su pueblo, era el David palestino contra el Goliat israelí. Una lucha desigual, pero justa. Como fue justa la lucha de los judíos del éxodo post II guerra mundial contra el dominio británico de Palestina, para lograr que el mundo, por una resolución de Naciones Unidas, reconociera al Estado de Israel en 1948. Fue una lucha en la cual actuaron organizaciones judías como Hagana y Stern, que recurrieron a métodos terroristas, tanto o más que los atribuidos a la OLP de Arafat.

Arafat no fue un dirigente muy comprendido en el mundo. En su dificil posición, no siempre optó por decisiones acertadas. Después de los acuerdos de Oslo de 1993, que definían la coexistencia territorial de dos Estados, uno israelí y otro palestino, rechazó en Washington una oferta del Yehud Barak de los territorios de Gaza y la ribera Oeste del Río Jordan, el West Bank, que, en la práctica, es el actual territorio palestino. Y ésta era una fórmula con el respaldo del presidente Clinton.

Y es que el jefe histórico de los palestinos, con su estilo tranquilo y dubitativo, ya había logrado bastante -burla, burlando-, para su pueblo, al punto que, en toda la globalización, de Washington a Moscú, de Londres a París y hasta el propio Knesset -parlamento israelí- en Jerusalem, ya se considera la independencia de un Estado palestino, con el cual una mayoría de la opinion pública de Israel, espera vivir lado a lado, como buenos vecinos, en paz y seguridad, tal como lo proponía el gran general y líder israelí Isaac Rabin y ha propiciado la paciente gestión mediadora de la presidencia de Estados Unidos, desde hace varios años, cuando Jimmy Carter reunió al presidente Sadat de Egipto y al primer ministro Menajem Begin de Israel en Camp David.

En los últimos años, el progreso de la paz clintoniana fue lento. Arafat, antes denunciado como un peligroso terrorista, pasó a ser frecuente visitante de la Casa Blanca, y se dio la mano con por lo menos cuatro jefes de gobierno de Israel -Rabin, Peres, Netanyahu y Barak-, justamente a instancia de Clinton. La paz que se logre, será gracias a la paciencia de Clinton y la perseverancia de Arafat. Y el realismo de conductores israelíes como Rabin y Barak. Solución a la cual se está sumando hasta Sharon. El miope histórico Bush (el hijo), sigue la corriente del determinismo histórico. Al negarse a mirarse cara a cara con Arafat solo quedó como figura marginal de la historia. Fue otra bushada -¿o burrada?- más../BIP.