Los políticos peruanos, con escasísimas excepciones (las hay, las hay), se destacan no por sus actos y determinaciones, sino por hablar, con maestría inigualable, en estúpido. Con sus comas, interjecciones, muletillas, bufidos y dramáticos quiebres de voz, han convertido la política en una deleznable práctica de logreros, débiles mentales y madreselvas humanas de infecta presencia cotidiana.

Si Cantinflas, el genial cómico mexicano, discurría por el lenguaje profiriendo multitud de términos para no decir nada y embrollar más las situaciones, nuestros políticos abundan en “conceptos”, reiteran naderías y diagnostican con gesto grave, enarcan cejas y al hablar en estúpido unen sus rostros -también estúpidos- y vaticinan quién tiene o no razón.

Veamos. La interpelación de pocos días atrás fue tan poco sólida que luego del encuentro en que Perú se impuso a Chile, nadie se acordaba del asunto. El Apra, antaño el Partido del Pueblo, apenas si hace gala de esta clase de acciones para no perder titulares y que sus políticos salgan a bramar en canales y estaciones de radio. No hay un sólo, pero ¡uno solo!, comentario de fondo. Engrilletada al vaivén personal de Alan García, un movimiento que tuvo mártires e historia popular, hoy sólo depende de cuánto más cerca esté el señor García de la presidencia. Y, tal como va, se aleja día a día. ¡Qué lamentable que el caudillismo sea el elan vital de lo que alguna vez pretendió ser pareció ser la esperanza popular!

Interrogado, cualquier político, habla mucho, no se compromete, no sindica, no denuncia, sólo enuncia, frisa la epidermis, calienta el ambiente, pero es lo suficientemente cobarde y pusilánime como para no ser taxativo o categórico. ¡En eso está precisamente la pobreza de sus existencias: no pelearse con nadie para estar bien con todos! ¿Y el pueblo?: ¡qué importa el pueblo!

La Sociedad Nacional de Minería y Petróleo está pidiendo mano dura y palo y cárcel para todos los que salen a protestar por la contaminación masiva e indiscriminada que impulsan las empresas mineras que se saltan a la garrocha las inversiones fuertes que deberían hacer en cuestiones de conservación ambiental. Para estos tipos, anticholos, ostentosamente ricos y, en muchos casos, de un muy cuestionable peruanismo, el azúcar tiene que ser caro porque hay que seguir pagando poco al trabajador nacional. Y frente a esto, los políticos prefieren no decir mucho, casi nada, hablan en estúpido.

Pandillas periodísticas usan como piñata todo tipo de pretextos. En cambio brindan tribuna y espacios abundantes a quienes ayer nomás cobraban miles de dólares en las campañas de Fujimori y sus adláteres. Hoy son los “referentes” de la prensa y asquea ver cómo se prodigan elogios y salmodias entre sí. ¿Hay sólo un pronunciamiento sobre los múltiples entuertos y latrocinios de uno de los dueños del Perú, Dionisio Romero, el banquero de los banqueros?

El país se sigue regalando en bandeja de plata, Peruvian handcraft. Los tecnócratas, esos vendepatria de nuevo cuño, porfían por un TLC ominosamente simpático a los Estados Unidos. Los pillos de las ONGs financiadas por las transnacionales urgen que Perú se adhiera a la Convención del Mar, olvidando que hay un insalvable escollo constitucional y que ya Francisco García Calderón, había escrito en 1878, que cualquier regalo o atentado contra el territorio de la nación, se llama: traición a la patria. Y así, los políticos prefieren hablar en estúpido y no decir lo que debieran porque pierden todo apoyo financiero. ¡Qué desverguenza!

Cuando en España se empieza a discutir el apoyo gubernamental que recibe la Iglesia Católica, nuestros políticos callan y ya ni siquiera hablan en estúpido cuando se menciona que aquí un Concordato entre el Vaticano y el Estado peruano hace que la Iglesia Católica sea excluyente y primordial y ni siquiera pague impuestos. ¿Cundirá el ejemplo ibérico?

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!