¿Será cierto lo que dijo el parlamentario aprista Mauricio Mulder que por algunos legiferantes “pobres diablos y mequetrefes” el Congreso tiene tan poco prestigio entre la población? O que debido a que muchos de éstos, obtuvieron sus títulos profesionales en una conocida calle de la capital, ¿se produce tan singular como inenvidiable situación vergonzosa? Mulder me recordó, años atrás, un capítulo de González Prada cuando el prócer escribió que hasta el caballo de Calígula se sentiría avergonzado de pertenecer a semejante corporación, refiriéndose al Parlamento, lugar en el que hoy se sienta Mauricio.

No le falta razón. Pero se puede argumentar que hay abogados, periodistas, analistas de juguete y economistas de alquiler que siendo titulados meten la pata cada vez que hablan y acometen iniciativas de alguna especie. Sobre todo cuando se trata de defender intereses parroquianos, alguna trapisonda por encargo o hacen honor al plus que reciben por cabildear intereses de grandes empresas so pretexto del interés común. ¡He allí la clave! ¿Qué nos dice de cierto colega suyo que es casi un embajador de San Dionisio Romero en su partido y que va a Miami, lugar donde trabaja su cuñada, cada quince días con los pasajes pagados?

El soviético Nicolás Lenin definía a la Duma (parlamento) como el establo burgués. Y aquí, en otro tiempo y otro siglo, para variar, casi no hay diferencia. Quien ingresa al hemiciclo en calidad de legiferante olvida con amnesia conveniente su antigua pobreza y adquiere don de mando sobre pelotones de secretarias y brigadas de asesores. No importa que entre éstos, haya multitud de queridas, amigotes, parientes, copartidarios. ¡Qué bah! ¡Eso es primordial, piensan apenas tienen disponibilidad de recursos! La historia comienza otra vez, parecen decir, en un arranque suicida que les vuelve ajenos a la realidad.

Y entonces dan palos de ciego. Por ejemplo, hay grupos interesadísimos en procurar la adhesión del Perú a la Convención del Mar. Y como engañaron durante meses que ésta serviría para el diferendo limítrofe marítimo con Chile y fueron desenmascarados, ahora hablan que es una exigencia de la modernidad, olvidando, criminalmente, la colisión constitucional con el Artículo 54 que preceptúa la jurisdicción y soberanía del Estado peruano sobre las 200 millas del Mar de Grau.

¡Más aún! Por descarte, porque aparentemente es el único candidato, el Congreso pretende perpetuar al inepto y mediocre Walter Albán, en la Defensoría del Pueblo. Este individuo ya fue rechazado y si se comete, la burrada, propia de pobres diablos y mequetrefes (Mulder dixit), de confirmarlo, entonces, tendríamos a un funcionario que acumularía la extraordinaria suma de 4 años como adjunto, 4 años de postizo y 5 años más, ¡en total 13! en la Defensoría del Pueblo, cargo para el cual ha demostrado ineptitud monumental.

La gente percibe a sus parlamentarios como seres autistas, enajenados, protagonistas de una isla aparte y solitaria, actores de un drama singular y muy diferente de lo que padecen 26 millones de peruanos. ¡Amén que ganan muy bien, hacen poco y encima se tiran de los pelos por nimiedades y ridiculeces! ¡Hay excepciones pero son minorías entre minorías!

Tiene razón, por tanto, Mauricio Mulder en sus generosas palabras para con algunos de sus colegas. En cualquier caso, hay que alabar la precisión adjetiva de sus términos.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!