Ha confesado en nota de prensa, el postizo Defensor del Pueblo, garrapata Walter Albán, que 50 congresistas apoyan su candidatura a seguir quedándose en la Defensoría. Pero las matemáticas son contundentes, aún le faltan 31 votos para llegar a los 81 que requiere para semejante sinecura de que ya goza hace largos años. Además, este tipo ha sido rechazado por el mismo Parlamento en dos oportunidades anteriores porque no alcanzó el puntaje mínimo. Cualquier hombre con sindéresis ya se habría ido de dónde no lo quieren. Pero aquí hay mucho más que derechos humanos: ¡hay los derechos sueldísticos que el señor Albán mama de la ubre del Estado todos los meses!

¿Qué pretende Albán con su gaceta a los medios de comunicación? ¡Algo muy simple! Demostrar que el Congreso, institución repudiada por el pueblo en su inmensa mayoría, es la responsable de que él no sea reelegido Defensor del Pueblo. Ergo, debe seguir provisionalmente, como ya lo está haciendo 4 años de modo menos que mediocre, en la Defensoría. ¡Una jugada más o menos hábil cuya única resultante sería confirmar, por decirlo de alguna manera, a Walter Albán y su séquito privilegiado en una institución de muy modesta presencia!

Además, aquí hay una impostura evidente. Una persona que no ha sido ratificada hasta en dos oportunidades anteriores, debía inhibirse de hacer propaganda descarada para forzar que el Congreso le mantenga. En lugar de irse, como haría cualquier ciudadano con algo de sangre en la cara, este señor quiere entronizarse por algún tiempo más y, de ese modo, seguir favoreciendo al grupete que le acompaña gestionándole diplomitas y menciones honrosas que supuestamente gratifican su labor en la Defensoría.

¿Desde cuándo las preseas que ellos mismos se otorgan valen socialmente? Si una dependencia u organización tributaria de la Defensoría no tiene idea más brillante que condecorar a sus generales de escritorio, geniales estrategas de cómo gastar el dinero del Estado y vivir bien a diferencia del resto de los peruanos, su medalla vale lo mismo que el auto-bombo que hace bulla pero engaña a su receptor ensimismado. Luego vienen las notas de prensa y uno que otro programa televisivo que sólo endiosa a los fabricantes de ilusiones.

Todos los que han industrializado los derechos humanos convirtiendo a este importante filón en un modus vivendi simpático, premunido de viajes, cursillos, folletitos baratos, literatura de repetición y monserga, se escandalizan porque son tocados en sus intereses más inmediatos. Denostan y protestan pero la mejor demostración de cómo sienten el golpe y el cuestionamiento es el dicterio proditor y el odio contra quienes no son parte de una fábrica mafiosa tan vil como cualquier otra organización criminal. ¡Y en nombre de los derechos humanos!

Garrapata Albán nunca ha contestado los serios cuestionamientos de que ha sido objeto. En cambio sí se desespera por la nota efímera, la entrevista concertada, la zalema que alaba su limitadísima ejecutoria en la Defensoría. Si eso está bien para él, no hay quien pueda disputarle el derecho a vivir en su castillo de aire. ¡Pero NO en una institución que debía ser la defensora de los derechos del pueblo frente a los recurrentes abusos del Estado!

¡Atentos a la historia; los pueblos aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!