La duda es una forma del comportamiento nacional. En lugar de escoger caminos o rutas, las que fueren, nuestros políticos, empresarios, periodistas, hombres públicos, gobernantes, parlamentarios, se guarecen en la incertidumbre y la apellidan: reflexión. ¿Qué reflexión pueden tener quienes nacieron básicamente negados para sumar dos más dos? El dilema hamletiano de to be or not to be, no pasa siquiera por un momento fértil en la imaginación de estos bobos.

Hace meses que procuro comunicar algunas ideas, no sé si las mejores, en torno a fórmulas que alentarían un nuevo modo de ver las cosas y el florecimiento de una actitud distinta y decidida. Pensando en el país, en su gente, en su historia, en su contexto geopolítico, en los niños, en los que están y en los que se fueron. Sin embargo, más allá de las respuestas que como fórmula cortés he recibido, ¡nada de nada!

No pretendo, con la fatuidad del pavo real, decir que tengo la piedra filosofal, pero sí caminos claros, alamedas de entendimiento y, sobre todo, disposición para un diálogo enriquecedor, valiente y capaz de aprender del yerro y de sostener el ideal de victoria. ¿No es esto acaso lo que se demanda en cualquier propuesta de calidad total humanista?

Los dudosos esconden tu timorata personalidad bajo el expediente de escasez de tiempo. Hay, en los tiempos modernos, teorías completas acerca de la calidad del tiempo. Escuchar a estúpidos cuyo único afán es ganar dinero sin construir plataformas del mayor beneficio para el mayor número de gente, es desperdiciar minutos y horas. Acudir a citas sosas para escuchar salmodias y discursos de cómo todo va muy bien pero que son incomprendidos, un ejercicio onanista.

La pregunta correcta es: ¿no será que otros tienen planteamientos superiores y han sido los escogidos? Pero entonces, basta con remitirse a la agenda corriente y uno entiende que si hubo soluciones, éstas fueron las de mayor brutalidad mediocre.

Toda la argumentación precedente me la contó un joven empresario a quien ningún banco quiere apoyar en su proyecto que apenas demandaría, contra riesgos comunes, unos pocos miles de soles. El amigo está desalentado porque habla y habla y nadie le escucha. Es más, la telaraña de inmoralidad es tan grande, que casi ha pensado en irse del Perú. ¿Es eso lo que queremos de nuestros profesionales novísimos?

Dudar es cobardía de militantes. Dudar es hacerse el ciego, sordo y mudo, en un país que necesita, acción organizada, militancia política constructiva y un periodismo libre de sueldos corruptores y compradores de conciencia. Dudar es, en suma, una de las grandes taras cancerosas que padecen muchos peruanos. Y ningún diploma, mención honrosa o presea metálica podrá disimular semejante fiasco por quienes deberían ser sus líderes. Si no están a la altura del cometido, su lugar es la cárcel o cualquier otro sitio. ¡Pero no robándole la esperanza al hombre común de la calle!

¡Dudar es un suicidio!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!