Veinte veces el Estado colombiano pudo capturarlo fácilmente, sin gastar
dinero, sin problemas diplomáticos, en nuestros aeropuertos, cuando
pasaba desarmado ante las autoridades del DAS que examinaban sus
papeles, pero hicimos lo difícil: Esperar que estuviera en Venezuela -no
en otro país- y recompensamos a funcionarios sin autorización de su
gobierno para devolverlo al puesto del DAS de donde partió.

El artículo 129 de la Constitución de Colombia dice: “Los servidores
públicos no podrán aceptar cargos, honores o recompensas de gobiernos
extranjeros (...) sin previa autorización del gobierno”.
Lo mismo se
afirma en la Constitución venezolana. Evidentemente, lo que prohibimos
expresamente para nuestros funcionarios, y lo hace la legislación
venezolana para los suyos, lo incumplimos en el caso de Granda.

Entregamos recompensas a servidores públicos extranjeros sin
autorización de su gobierno. Rompimos la legalidad del otro estado, que
significa romper la legalidad internacional. Si el caso hubiera sucedido
con empleados colombianos, estarían presos y hubiéramos protestado por
violación de nuestra soberanía. Entonces, ¿por qué lo hicimos?

La razón oficial dice que la acción colombiana fue válida porque se
encarceló a un terrorista. Y una mayoría del pueblo aplaude la
explicación. Además -se dice-, que fue así porque Chávez protege esos
terroristas. ¿Qué más prueba? ¿Para qué entonces esas engorrosas
solicitudes diplomáticas? Es decir, que una mayoría de nuestra sociedad
con el gobierno piensa que la lucha contra el terrorismo admite romper
la legalidad internacional.

Exactamente lo mismo que pensaron -pero no afirmó- Bush y su mayoría
gringa para invadir Iraq como parte de la lucha contra el terrorismo.
Además, decía, Hussein tenía armas de destrucción masiva. ¿Qué más
prueba? ¿Para qué entonces esas engorrosas autorizaciones de la ONU para
hacer la guerra?

La humanidad afirma hoy que la lucha contra el terrorismo no puede
romper la legalidad internacional ni el Estado de Derecho. Y lo afirma,
dejando solo a Bush por unas razones contundentes: La invasión
antiterrorista a Iraq deja 50.000 niños despedazados por las bombas;
100.000 civiles inocentes muertos; una sociedad ha sido destruida; una
violencia inacabable se expande por Oriente Medio.

Los antiterroristas terminaron torturando y pararon en la cárcel, y las
armas de destrucción masiva no aparecieron. Un error de inteligencia,
dice Bush. Y el terrorista Bin Laden no estaba, pero su familia aún hace
negocios con Bush. De petróleo, claro, porque esa era la verdadera razón
de la invasión. Aún una mayoría de gringos no lo cree, pero Estados
Unidos ya no superará el desastre.

¿Esta lección la aprendió nuestro pueblo? ¿Nuestro Gobierno y su
mayoría, que apoyaron solos en Suramérica la invasión a Iraq, han
recapacitado en su fracaso? Parece que no.

Increíblemente el uribismo ciego se siente respaldado precisamente por
Bush. Destruirá -creen- a las Farc y a Chávez, y... a ¿Bin Laden? Y se
resisten a creer, como la pequeña mayoría gringa, que la prueba no
existía, que la lucha no era más que por petróleo y negocios.

Porque como en el caso de las armas de destrucción masiva, la prueba de
Granda se ha vuelto endeble. Ni más ni menos, que el que llevó a Granda
a Venezuela no fue Chávez. Llegó en 1996 a trabajar de mensajero
político de Andrés París, de las Farc, en una oficina de esa
organización ubicada en Caracas y consentida por el entonces presidente
de la República hermana, el insigne miembro del partido conservador
venezolano, Copei -y amigo personal de Enrique Gómez Hurtado-, el doctor
Rafael Caldera.

Y no lo hizo engañado. Andrés París dejó sendas entrevistas en toda la
prensa, hoy en la oposición, como flamante vocero de las Farc, y
participó en cuanto encuentro político hubo. Duraron dos años en ese
trabajo hasta que Chávez cerró la oficina. Colombia nunca protestó,
mucho menos intentó su captura. Y Granda, en su labor de mensajero,
entró 20 veces a Colombia, otras tantas a Venezuela, otras tantas a
Ecuador, otras tantas a Costa Rica y Panamá, otras a Europa, con su
nombre propio, con sus papeles legales colombianos, que siempre tenían
un sello de salida del DAS y en donde se leía que el ciudadano portador
gozaba de la protección del Estado colombiano. Así fue hasta diciembre
pasado.

Veinte veces el Estado colombiano pudo capturarlo fácilmente, sin gastar
dinero, sin problemas diplomáticos, en nuestros aeropuertos, cuando
pasaba desarmado ante las autoridades del DAS que examinaban sus
papeles, pero hicimos lo difícil: Esperar que estuviera en Venezuela -no
en otro país- y recompensamos a funcionarios sin autorización de su
gobierno para devolverlo al puesto del DAS de donde partió. Gastamos
varios centenares de miles de dólares y terminamos en el lío diplomático
en el que estamos. Un error de inteligencia, ha dicho Uribe.

Lo cierto es que los que ganaron en Iraq, quieren ganar aquí con el caso
Granda. El lío diplomático cayó como anillo al dedo para paralizar unos
procesos latinoamericanos que no son del gusto norteamericano. Por
ejemplo, la Unión Suramericana propuesta en el Cuzco, la capital inca,
que suena a Bolívar, personaje que sigue siendo poco grato en las casas
de la oligarquía, y sus aplicaciones prácticas que son mucho más
preocupantes: la creación del Banco del Sur para la reestructuración de
la deuda externa, la creación del canal del sur, televisión satelital
latinoamericana, el acuerdo energético del sur para pensar que el
petróleo y el carbón y el gas y el agua pueden ser energías no
exportables para ser utilizadas en la expansión productiva del... sur. La
ayuda petrolera venezolana le permitió a Argentina vender su deuda en el
60% de su valor. Y, ¿qué tal el acuerdo de libre comercio del sur?
Pobres ALCA y TLC.

Y, ¿qué tal dejar que Colombia ayudara a exportar la gasolina venezolana
que va a Estados Unidos ahora a China, otro sur? ¿Cómo gustar de esa
Suramérica que reunió en Quito, en la VI Conferencia de Ministros de
Defensa, a todos los jefes de ejércitos latinoamericanos y se atrevió
(delante de Donald Rumsfeld) a derrotar la propuesta
colomboestadounidense de convertir la Junta Interamericana de Defensa en
estado mayor operativo contra el terrorismo, lo que significaba la
invasión multinacional a Colombia, por 17 votos contra tres, y que se
atrevió a afirmar que la condición básica de la seguridad es la
eliminación de la desigualdad social y la pobreza y que los problemas de
terrorismo se resuelven con mayor inversión social y la disminución de
las necesidades básicas insatisfechas?

Rumsfeld se retiró airado. Y Bush visitó de rapidez a Uribe en
Cartagena. Los militares de Suramérica de ahora no son como los de
Pinochet y Videla.

Definitivamente la prueba es mala y, como en Iraq, el objetivo es otro:
la destrucción del mayor esfuerzo de integración conseguido desde la
Gran Colombia. Esfuerzo que gravita en el eje Venezuela, Brasil,
Argentina, y en el que Colombia no cree. ¿Permitiremos los ciudadanos de
Colombia que nos traigan ese Iraq martirizado a nuestras casas? ¿Seremos
el Israel latinoamericano?

La salida sensata no es otra que iniciar nuestra propia investigación
imparcial e independiente sobre los hechos, y construir un nuevo modelo
de cooperación militar y judicial con Venezuela basado en la confianza
mutua para fortalecer nuestras relaciones. No podemos repetir lo que
hicimos. Bajo esa certeza es posible la reunión Uribe-Chávez y la
salvación del empleo de 500.000 familias y la preservación de la paz en
nuestro continente para dedicarnos con juicio a construir la paz
nuestra, que depende exclusivamente de los colombianos.

Y, ¿qué hacer con los mensajeros internacionales de las Farc que han
caído en el triste papel de ser excusa para detener los procesos
democráticos de Colombia y Latinoamérica?

Lo cierto es que mejor que la captura de Granda, que ha dejado
innegables beneficios a las Farc, era el Granda libre, que aun con
pasaporte colombiano tuvo que aguantar que en el año 2001 el Foro Social
Mundial le impidiese el uso de la palabra por el ejercicio de la
violencia que hacen las Farc.

Y que escuchó desde lejos cómo el grupo de trabajo del Foro de Sao
Paulo, a propuesta del Partido de los Trabajadores del Brasil y el Polo
Democrático, discutiera la expulsión de las Farc de esa instancia, y que
el Congreso Bolivariano no lo invitara y tuviera que quedarse en los
pasillos de los hoteles. Esa es la verdadera derrota de las Farc, aunque
nuestro bushismo criollo añore los cielos cubiertos de misiles y los
niños inocentes llorando, ellos sí, de terror.