El presidente Toledo puede, en su castellano confuso, decir cuanto le venga en gana. Pero es obvio que la coincidencia del reparto de dinero entre los sectores menos favorecidos y el año electoral ad portas, tiene un avieso y cínico propósito: comprar voluntades. Y eso es herencia y tara copiada del molde que el fujimorismo delincuencial usó en su régimen. Se insulta a los pobres y se hace escarnio de su situación, procurando un clientelismo en el cuarto año de desgobierno.

Cuando los sectores no oficialistas critican a la administración Toledo le reprochan su oportunismo. Pero, ¿cuan sinceras son estas expresiones? Mi impresión es que abominan del asunto porque va a traer -y comprar- votos, pero no para ellos sino para el desprestigiado gobierno y eso, de repente, garantizaría alguna representación parlamentaria. En un país de pobreza extrema, unos cuantos soles rentan conciencias.

Hasta hoy todos han sido concesivos. Rabian para las tribunas, pero nadie se ha opuesto tajantemente a lo que es una repartija desde el gobierno y para la manipulación de los pobres. En buena cuenta, está mal que lo haga Toledo, pero la oposición y el resto de partidos, que no representan a nadie, no haría sino lo mismo y con diferentes etiquetas.

Esta recurrencia, del pisco y la butifarra, en versión del 2005, pero igual de vulgar y ramplona como a comienzos del siglo pasado, ancla la historia peruana a signos de miseria espiritual que es la peor que puede padecer cualquier pueblo del mundo. Es posible vivir con miseria material o en la ruina, como la que pasó Japón después de Hiroshima y Nagasaki en 1945, pero lo que vino después, demostró disciplina, laboriosidad, actitud campeona ante una adversidad sin atenuantes y, sobre todo, que debieron levantarse de escombros genuinos.

¿Y dónde están los líderes de la nación? Rebuznan, graznan, relinchan, en cuanto medio tienen cabida. Pero no enderezan sus criterios para atacar el mal estructural que envilece la vida peruana sino que toman el atajo fácil de la crítica epidérmica, que hace cosmética pero no cambia absolutamente nada. ¿Y cuál es la razón? ¡Todos son conservadores porque el sistema, tal como está, les permite la reelección parlamentaria o alguna cuota política!

Por tanto, estamos ante un callejón sin salida. El gobierno hace su juego, que es también casi el mismo que sus pares de la oposición que ambicionan sólo a continuar gozando de las pitanzas que da el presupuesto nacional. Las sinecuras son las únicas que no cambian porque sin ellas no serían puestos ambicionables. Tal como está planteada la política peruana, no admite modificaciones sin que nadie salga dañado. Por tanto, es mejor dejarla como está y ¡todos contentos!

Al recurrir a la vieja maniobra de comprar voluntades vía el disfraz de ayuda social, el gobierno puede, de repente, conseguir parlamentarios. Lo que no podrá fabricar -nunca- es una conciencia nacional que requiere de un proceso disciplinario de tener metas concretas y una voluntad a prueba de coimas cohonestadas por políticos profundamente malvados.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!