Hoy, según todos los cálculos, los felones de Proinversión, esos tecnócratas sin bandera acostumbrados a regalar lo que no es suyo, harán el intento de concesionar Bayóvar. Dicen algunos diarios que ya está listo el plan de privatizaciones de los puertos que dan “muchas pérdidas”. Y, como no podía ser de otro modo, los gonfaloneros, a través de ciertos esbirros bien pagados, ya empezaron a decir que es imprescindible privatizar Sedapal. ¡Alguna vez se preguntó José Saramago por causa de que estos privatistas no privatizaban a la madre que los había parido!

Además, para redondear la faena de los chicos bien de imaginativa presencia, a alguien se le ocurrió sondear cómo caía la posible candidatura presidencial del estropajo Arturo Woodman Pollit, uno de los empleados más acríticos y serviles de San Dionisio Romero Seminario, el banquero de los banqueros.

Brillante la idea, robada de otras canteras, aquella referida al Defensor del Lector. Claro que esas codificaciones burocráticas se prestan a mil y un afeites que podrían dar al traste con el propósito fundamental que es que el lector no lea basura, como ocurre con el 90% de las publicaciones, sino noticias y que a partir de ellas pueda forjar un sentido crítico de cómo se maneja el país y cómo van las cosas. Wait and see.

Al hombre común y corriente de la calle le han embutido hasta la saciedad que cualquier empresa si es manejada por el Estado, es ineluctablemente mala. ¿Y qué podemos decir de Petroperú que aún da ganancias? La manipulación es clara si hay que privatizar. Hacer parecer que el negocio es inmanejable para mentes nacionales y que necesitamos, además del dinero salvador de fuera (¡les llaman inversiones!), otros genios ejecutivos. Los que aquí hay, son idiotas, obesos, ineficientes.

¿Cómo se regaló el Aeropuerto Jorge Chávez a una empresita con apenas US$ 3 mil dólares de capital como era Lima Airport Partners, LAP? De manera simple: ¡presentándola como una desgracia! Si hasta las mangas compradas hace años, las enviaron al Cusco para que no se dijera que en Lima sí se podían usar mangas para beneficio de los pasajeros, hecho por el cual hoy LAP pretende cobrar caro por una inversión inexistente. En cambio, sí que ha metido al Estado peruano como aval en dos préstamos por el orden de US$ 125 millones de dólares con bancos alemanes y norteamericanos. ¡Qué fiasco!

La privatización es la panacea. Claro, lo que no se dice es que cuando ocurren estos fenómenos, de repente pasamos a ser meros espectadores de cómo botan gente a la calle, cómo no pagan impuestos los inversionistas por sus contratos-leyes y cómo nos enajenan hasta los logotipos porque estamos en la era de la globalización que está produciendo una nueva clase de estúpidos que no razona sino obedece a rajatabla y cobra puntualmente. ¡Nada más!

Envilecido el país hasta la médula, se contempla cómo los que han ganado dinero hasta la saciedad durante los últimos 20 años, casi nunca de modo honesto, no van a bajar la guardia. Por el contrario, contratan medios y alquilan plumas -¡el poderoso señor Dólar!- y no sería raro que en breve nos presenten a San Dionisio como el “empresario” salvador y novedoso que el Perú necesita, a los mineros como protectores del medio ambiente y a los industriales como defensores de los derechos humanos. ¡El papel aguanta todo!

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!