Desde hace 3 mil años, el arte de la desinformación ha sido un elemento clave en los conflictos bélicos. Los relatos acerca de guerras, desde las narraciones históricas de Herodoto y los poemas épicos de Homero, han estado unidos al uso de la propaganda. No se trataba de escribir la historia objetiva, sino de expresar simpatías y antipatías, las más de las veces manipulando los hechos en favor de la cultura dominante.

Ejemplos sobran. En los años 300 antes de Cristo, Alejandro Magno, rey de Macedonia, ya contaba con un "departamento de relaciones públicas" que utilizaba con fines propagandísticos. Napoleón, quien conocía muy bien cuán importante era la opinión pública, empleó una verdadera guerra propagandística contra el resto de Europa. Desde el siglo pasado, el argumento de que informar sobre la conducción de una guerra podría ayudar al enemigo, se convirtió en la razón estándar para justificar la censura.

En noviembre de 1940 Lord Halifax informó que durante una sesión de gabinete, Winston Churchill criticó con severidad a la British Broadcasting Corporation calificándola de "un enemigo en el interior de la propia casa, que causa continuamente problemas, haciendo más daño que bien".
Durante la guerra de Corea, el jefe de prensa del general MacArthur, coronel Marion Echols, trataba a los periodistas como "enemigos naturales".

En Under fire: The story of American war correspondents, M. L. Stein argumenta: "Es un axioma de guerra que algunos comandantes temen más a la prensa que al enemigo". El mismo Churchill dijo que "en tiempos de guerra, la verdad es algo tan preciado, que debe ser cuidada por un guardaespaldas de mentiras". Se atribuye a George Washington haber expresado que "el secreto es una especie de desinformación". Durante la guerra, la mentira se convierte en una virtud patriótica, y ya decía Rudyard Kipling que "cuando llega la guerra, la primera en morir es la verdad". Michael Kunczik recuerda que en tiempo de guerra, desde el punto de vista militar, relaciones públicas significa "mentir y engañar tanto como sea necesario".

Desde el 11 de septiembre de 2001 Washington ha estado mintiendo todo el tiempo. Antes de la invasión a Afganistán, un oficial del Pentágono reveló a The Washington Post que en la "guerra informativa de gran intensidad" en curso se iba a "mentir" a la prensa; se impondrían "nuevos y estrictos límites" a la información. Consumada la agresión, en febrero de 2002 se supo que el Pentágono había montado una oficina para difundir "noticias falsas" en el exterior, de manera deliberada y utilizando canales para ocultar su origen o carácter oficial, como parte de un nuevo frente de lucha: el de la información.

Se informó entonces, que en el marco de la guerra sicológica y las operaciones encubiertas diseñadas por expertos en inteligencia militar, la nueva Oficina de Influencia Estratégica (SIO), creada por el Pentágono, plantaría propaganda "negra" (mentiras deliberadas), desinformación y propaganda "blanca" (información verídica y creíble favorable a Estados Unidos y sus objetivos) en periodistas y medios extranjeros, para influir en la opinión pública internacional y en la de gobiernos amigos y enemigos. Luego, en la invasión colonial a Irak, Bush recurrió a esa metodología, con los resultados conocidos sobre las armas de destrucción masiva.

Washington sigue en "guerra". Y todo indica que en los días anteriores a la "cumbre" de Waco, la SIO le dedicó un tiempito a México.

El 8 de marzo, el director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), Robert Mueller, "confirmó" ante un comité de la Cámara de Representantes que existían "indicios" de que miembros de la red terrorista Al Qaeda utilizaban a México como punto de tránsito hacia Estados Unidos. Además, Michel Compton, agente especial de la DEA, la agencia antidrogas de Estados Unidos, declaró que guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) habían extendido su "presencia" a la frontera de México con Estados Unidos, para asegurar el mantenimiento de las rutas de la droga. Presentó la información como un "ejemplo claro" de narcoterrorismo.

El domingo 13 la revista Time atribuyó a "fuentes de seguridad" la noticia de que el jordano Mussab Al-Zarqawi, presunto líder de Al Qaeda, "evaluaba" entrar a Estados Unidos desde México, para atentar contra "objetivos fáciles" (salas cinematográficas, restaurantes y escuelas). Dos días después, el senador republicano de Arizona, John McCain, pidió evaluar la militarización de la frontera con México, y el jefe del Comando Sur, general Bantz Craddock, advirtió que las "pandillas urbanas" centroamericanas (tipo la Mara Salvatrucha) eran una "amenaza continental".

El jueves 17, el director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Porter Goss, testimonió ante el Senado que la principal amenaza terrorista desde el "patio trasero" provenía de la frontera sur. El 21 de marzo, el editorial central de The New York Times demandó mayores recursos para la Secretaría de Seguridad Territorial a fin de evitar que las fronteras de su país sean "amigables para los terroristas".

El mismo día del almuerzo que ofreció Bush a Vicente Fox y Paul Martin en el rancho Crawford, el diario texano en español Rumbo del Valle citó un "boletín de inteligencia" del Departamento de Justicia estadunidense, que reconocía por "primera vez" al grupo paramilitar los Zetas, "controlado" por el narcotraficante preso Osiel Cárdenas (cártel del Golfo), "como la mayor amenaza a la seguridad nacional" en la frontera mexicano-estadunidense.

No hay duda que México está siendo sometido a una "guerra informativa de gran intensidad" en la que pulula información plantada con propaganda negra, gris y blanca. El objetivo es obvio: amarrar a Fox al plan de seguridad de Bush.

La Jornada