Los sondeos según los cuales los ciudadanos de numerosos Estados de la Unión Europea se oponen al proyecto de Tratado Constitucional van en aumento. Francia podría convertirse en el primer país que lo rechaza y su ejemplo se extendería dando lugar probablemente a su rechazo en otros países en los que ese texto debe someterse a un referéndum. La situación da lugar a una gran ofensiva mediática en Francia, al igual que en el resto de Europa, a favor del «sí»» francés.
En Francia, la cobertura mediática a favor del «sí» se encuentra al máximo dando la impresión de que existe una casta periodística monolítica y reacia al debate. Asumiendo el papel de sacerdotes razonables ante las pasiones populares, varios semanarios publicaron recientes titulares sobre las «mentiras» del «no». Aunque la ley impone un pluralismo interno a los medios audiovisuales, el Observatorio francés de los Medios señaló entre el 1ro de enero y el 31 de marzo de 2005, un 71% de intervenciones de personalidades favorables al «sí» en el conjunto de programas de televisión transmitidos, mientras que, en los noticieros de televisión, los defensores del «sí» acaparaban el 73% del tiempo dedicado a la expresión de opiniones.
El director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, publica una tribuna que ilustra a la perfección el arquetipo de la argumentación favorable al «sí» y proclama, adaptando el titular del célebre editorial que publicó al día siguiente de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que somos «Todos europeos». Afirma así que hacer un referéndum es una mala decisión porque los franceses son incapaces de evaluar el asunto, que el rechazo del proyecto llevará a la catástrofe, que su adopción permitirá -por el contrario- progresos sociales y proporcionará más peso a la Unión Europea a nivel mundial y concluye pidiendo a los electores favorables al «no» que voten únicamente sobre el texto y no sobre la situación en Francia. Al hacer esto, Colombani pone implícitamente en tela de juicio el principio de soberanía popular y expresa inquietud ante la posibilidad que tienen las clases trabajadoras de penalizar indirectamente a las elites.
En el mismo diario, un colectivo de intelectuales alemanes presentes en París durante los Encuentros por la Europa de la Cultura que tienen lugar este martes y miércoles en la capital francesa a favor del «sí», denuncia, claro está, el «no» francés. Recurriendo al alarmismo, afirman que el rechazo al Tratado pondría en peligro las relaciones franco-alemanas, el lugar de Francia en Europa, la paz, la libertad y la democracia que la UE ha traído a sus miembros y podría provocar la división de Europa Oriental entre Alemania y el «imperio ruso». En otras palabras, rechazar la Europa de los 27 equivaldría a aislar a Francia y empujar a Alemania a repartirse con Rusia la Mittleeuropa. ¡Diablos!
En Libération, el investigador francés de la Brookings Institution, Justin Vaisse, anuncia que Francia debe aceptar el proyecto porque un rechazo favorecería a los neoconservadores en Estados Unidos. Este autor, quien aprobó la invasión de Irak y apoya ahora «la guerra contra la tiranía» de la administración Bush, retoma en su análisis la retórica atlantista del mal menor: apoyar ese Tratado equivale a ayudar a los miembros de la administración Bush que estén dispuestos a conversar con los europeos.

La propaganda por el «sí» francés sobrepasa ampliamente el marco de la prensa francesa. Por ejemplo, el presidente del Parlamento Europeo, el socialista español Josep Borrel, retoma en El Periódico los argumentos de los defensores franceses del Tratado: los partidarios del «no» no entienden el texto y lo mezclan con otros asuntos. Borrel se lamenta de que, por culpa de esa campaña, otros problemas europeos, como el de los tejidos de fabricación china o la directiva Bolskestein, se vean paralizados ante los temores de los franceses. Ex consejero de Robin Cook, el laborista británico David Clark defiende el Tratado Constitucional de manera mucho más original e interesante en el Guardian. Según él, los franceses cometen un error al rechazar un texto que, contrariamente a lo que ellos creen, representa más progresos que retrocesos sociales. Sin embargo, el rechazo francés se debe sobre todo al deseo de Tony Blair de norteamericanizar la Unión Europea en vez de acercarse a Europa. Dicha política alejará cada vez más a los británicos de los europeos y Londres tendrá que pagar el precio de ese alejamiento cuando la economía europea arranque de nuevo.

En Estados Unidos, el espectro de la guerra de Vietnam apareció de nuevo en la prensa desde que empezaron los problemas de la ocupación estadounidense en Irak para ir desapareciendo después poco a poco de las páginas de los diarios. Este fin de semana, Estados Unidos se hizo particularmente discreto en cuanto al trigésimo aniversario de la caída de Saigón. Esa derrota, símbolo de que los pueblos son capaces de resistir y vencer al Imperio, sigue siendo una referencia para muchos movimientos de liberación a través del mundo. La novelista vietnamita Pham Thi Hoai, uno de los pocos autores que van más allá de la descripción de la caída de Saigón en la prensa mainstream estadounidense, redacta un texto ambiguo en Los Angeles Times. Estados Unidos desencadenó una guerra que costó cuatro millones de muertos y lanzó sobre Vietnam toneladas de substancias químicas cuyos efectos subsisten aún. Tienen, por tanto, el deber moral de ayudar a cambiar el régimen vietnamita que oprime a su pueblo. No dice, sin embargo, qué tiene que hacer Washington para cambiar la situación en su país. Pero ¿qué podría hacer Estados Unidos en ese país sin dar lugar otra vez a los males que la propia autora denuncia?
En The Age, el fiscal australiano Michael Sexton invita a sus propios compatriotas a hacerse un examen de conciencia. Cuando Estados Unidos dudaba aún en implicarse más en Vietnam, los australianos empujaron a Washington en ese sentido con la esperanza de que ese país se comprometiera con la ANZUS en caso de que hubiese problemas con Indonesia. Australia aprobó la guerra de Vietnam y no condenó nunca a los políticos que la apoyaron. Por eso está actualmente en deuda con Estados Unidos y no puede obtener nada de ese país. Aquella guerra convirtió a Canberra en vasallo de Washington.
El tono es muy distinto en la prensa rusa. Vremya Novostyey entrevista a dos ex generales del Ejército Rojo que fueron «consejeros militares» de la defensa antiaérea norvietnamita, Evgueni Antonov y Anatoly Khiupenen. Los dos se regocijan de los éxitos obtenidos en aquel entonces ante el enemigo estadounidense. Este ensalzamiento de una victoria rusa, o por lo menos de una derrota estadounidense, debe ser considerada en un contexto en que muchos consideran que una nueva guerra fría ha comenzado ya.