Una serena evaluación se impone luego de los azarosos días de convulsión en Bolivia. La formidable movilización social de mayo demandando, inicialmente, la nacionalización de los hidrocarburos y, luego, la convocatoria a Asamblea Constituyente, no obtuvo ninguno de estos propósitos y sólo resultó en una victoria pírrica, esto es, el recambio del principal personero del Poder Ejecutivo.

La asunción presidencial del jurista Rodríguez Veltzé es, apenas, una salida política de emergencia que agota las soluciones estrictamente constitucionales. El resultado, harto previsible en razón a la actuación errática del ex presidente Mesa, motiva una pregunta de fondo: ¿perdió la movilización social?

La sombra de Octubre de 2003 todavía estremece el panorama político boliviano. Mayo de 2005, uno de los episodios más duros en el tránsito hacia la reconformación del Estado boliviano, confirma que las demandas sociales desde la zona andina, pero ahora proyectadas al resto del país, tienen visos de urgencia y carácter insoluto. A su turno, el proyecto autonómico radicado en los departamentos productores de gas natural (Santa Cruz, Tarija, a los que se suman Beni y Pando), alienta poderosas fuerzas sociales que, no obstante, tampoco llegan a consolidar su agenda histórica.

La dialéctica por la hegemonía en la dirección política del Estado, se mantiene plenamente vigente. Ha operado un empate técnico entre ambas fuerzas no necesariamente incompatibles entre sí en el reclamo de un nuevo país. Sin embargo, ambas se encuentran enfrentadas en la importancia que atribuyen, cada una desde su óptica, a las diversas tareas propias de la refundación del Estado boliviano.

Para el movimiento social la primera tarea pasa por la nacionalización incondicional de los hidrocarburos. A sugerencia del MAS se añadió la inmediata convocatoria a la Asamblea Constituyente como un freno al referendo autonómico propiciado por Santa Cruz al que califican de secesionista y reflejo de los intereses de grupos empresariales comprometidos con el negocio del gas.

En resumen:

a) el movimiento social no puede, por la sola vía de la presión en las calles, alcanzar su objetivo histórico. Si acaso alberga un consuelo es haber impedido que Hormando Vaca Díez hubiere llegado a la presidencia, apoyado por el Santa Cruz, el MNR, MIR y hasta la NFR, en un proyecto resistido, aunque con motivaciones propias, por el MAS de Evo Morales. La sensación de derrota puede resultar en una crisis de dirección política y la acusación al MAS de propiciar la salida política y no la solución de fondo;

b) el movimiento autonómico, prohijado especialmente en los centros urbanos de Santa Cruz de la Sierra o Tarija, tampoco pudo alcanzar la aprobación del referendo autonómico con carácter previo a la Asamblea Constituyente, según lo prometió Hormando Vaca Díez. Dicho referendo es vital importancia para su visión de autonomía departamental legitimada por el voto popular.

La apuesta de Santa Cruz (y, con ella, el movimiento autonómico) al ascenso de Hormando Vaca Díez, como la primera de las salidas constitucionales a la renuncia de Mesa, resultó un desafortunado cálculo político. En efecto, subestimó, y grandemente, el potencial definitorio del movimiento social andino. En verdad, arriesga -hasta extremos quizá irreversibles- la legitimación nacional del proyecto autonómico pues éste, en la apariencia o en los hechos, resultó formando parte del frustrado plan de relanzamiento político de los partidos tradicionales que apoyaban a Vaca Diez.

La intolerancia con quienes apoyaron, en el mismo departamento cruceño, la movilización social proyectada desde occidente, cuestiona el talante democrático que debiera fundar toda consulta popular como la pretendida en el referendo autonómico. En rigor, estas actitudes evidencian que las graves contradicciones en Santa Cruz, y consiguientes demandas sociales desatendidas, no pueden ser ignoradas simple y llanamente.

Los partidos con mayoritaria representación congresal, que alientan posiciones próximas a los dos núcleos de tensionamiento original arriba mencionados, también han resultado erosionados en su proyección política. En efecto, tanto el MNR, así como el MIR y la NFR se revelaron carentes de estrategia y únicamente sensibles a las necesidades de coyuntura -el copamiento del Poder, a como de lugar- siempre circunstanciales y contingentes.

El MAS de Evo Morales, objeto hoy de las más variadas tesis conspirativas, ha perdido simpatías en dos grupos o estamentos sociales de importancia estratégica para su proyecto alternativo en las elecciones nacionales: a) entre los grupos sociales más radicales que le reprochan su apego a la salida política a costa de la plataforma de nacionalización de hidrocarburos; b) entre la clase media, que asistió horrorizada a extenuantes jornadas de sitio y de acoso por los movilizados.

La lucha política, aún en los límites de la libertad de expresión y la zona difusa y obscura de los puros hechos, no puede recalar jamás en el castigo indiscriminado a la población civil, en especial a los sectores más desprotegidos, tal como ocurrió en El Alto. El corte de combustibles, el ingreso de alimentos, en especial a la ciudad de La Paz, y la inminente suspensión de servicios básicos como el agua potable o la electricidad, recuerdan las crueles tácticas de Pol Pot en Camboya y, más recientemente, las prácticas intimidatorias de los grupos senderistas en el Perú.

Esperar, luego, el apoyo decidido de la población civil a próximas movilizaciones, como la de mayo de 2005, resulta en extremo ilusorio. Si a ello se suma el sentimiento de desmoralización que cunde en las filas de la des-movilización social, no puede sino concluirse que una recomposición victoriosa de la protesta popular es ciertamente lejana, al menos improbable en el plazo inmediato.

Ante este panorama desolador en el vivac de las fuerzas políticas y sociales involucradas en los sucesos de mayo, quedan pocas esperanzas de una reconciliación o consenso nacional. Acaso ésta sea la tarea histórica que debe acometer Rodríguez Veltzé, mas allá del formal encargo constitucional del llamado a elecciones generales anticipadas. Sin embargo, es un mandato histórico de la hora actual.

Y es que, cuando todos pierden y en la derrota común se alientan frustraciones y resentimientos, la tregua no es sino el momento de mayor desmoralización.