La lucha contra el terror será uno de los temas principales en la agenda de la cumbre extraordinaria que la Organización de la Conferencia Islámica (OCI) tiene previsto celebrar en Meca, por primera vez, con la asistencia de Rusia como observador.

La idea que es imposible erradicar el terrorismo a menos que esta lucha la promuevan los propios adeptos del Islam ha calado muy hondo en la ‘umma’, o comunidad musulmana, de Rusia.

El presidente de Chechenia Alu Aljanov ha reiterado en varias ocasiones que «la manera más eficiente de combatir el terrorismo internacional es asegurar que los países de población musulmana estén en la vanguardia de la lucha contra el terror».

También ha constatado que «nuestros líderes religiosos y científicos tienen muy poco protagonismo en lo que concierne a la tarea de hacer frente al radicalismo islámico». Precisamente los musulmanes de Rusia, en primer término, los del Cáucaso del Norte, defienden la necesidad de crear un centro internacional islámico para poder hacer, desde el punto de vista religioso, una evaluación negativa de los atentados terroristas perpetrados en el mundo.

De hecho, esta idea ha quedado reflejada en el Mensaje de Amman que se va a debatir, entre otros asuntos, en la cumbre de Meca.

Dicho documento, redactado por iniciativa del rey jordano Abdala II y apoyado por los más renombrados teólogos y activistas islámicos de los principales países musulmanes, condena en nombre del Islam los actos de violencia contra civiles.

Una de las cláusulas del mensaje, según el monarca hachemita, contiene una prohibición de las llamadas ‘fetwas’, edictos religiosos que justifican la comisión de atentados terroristas. Ahora empieza la etapa más difícil, que es implementar el nuevo mecanismo en la práctica, opina Abdala II. La situación configurada en Irak y en la zona del conflicto palestino-israelí es la más ambigua, en este contexto, para los musulmanes del mundo entero.

En vísperas de la cumbre se produjo un nuevo atentado suicida en la localidad israelí de Natania, y la mejor manera de reiterar el rechazo al terror sería, probablemente, condenar esa acción y expresar, en nombre de todas las naciones islámicas, las condolencias a Israel. Conste que el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, censuró el atentado prácticamente enseguida. La pregunta es si la Organización de la Conferencia Islámica se atreverá a hacer semejante gesto.

Lamentablemente, hay varias dudas a ese respecto. A finales de noviembre, durante la Cumbre Euromediterránea de Barcelona, las naciones europeas tuvieron que hacer bastantes esfuerzos para convencer a los países árabes e Israel para que firmaran el Código de Conducta Antiterrorista.

Finalmente, la práctica del terror fue condenada con ciertas salvedades. Los Estados árabes insistían en que la resistencia popular contra la ocupación extranjera no fuera calificada como terrorismo, mientras que Israel se oponía a ese planteamiento. Como resultado, el término ‘resistencia’ fue excluido del texto y, en cambio, apareció una mención de que la ocupación es inadmisible. Y aunque el problema quedó resuelto sobre papel, es muy difícil encontrar una solución de compromiso en la vida real.

Claro que es necesario trazar una línea divisoria entre los terroristas internacionales y quienes luchan contra la ocupación, o entre los terroristas y los jóvenes que manifiestan su descontento por las condiciones políticas y sociales en cierto país. No obstante, es cada vez más difícil distinguir.

Tal vez, habría que hablar de forma separada de atentados como tales, que representan una acción, y el grado de responsabilidad o culpa que tienen las autoridades en cualquier punto geográfico donde haya atentados o invectivas extremistas. O sea, es preciso a un mismo tiempo condenar en términos incondicionales todo ataque terrorista y examinar en cada caso determinado qué es lo que han hecho mal los gobiernos de Israel, ANP, Rusia, EE.UU., Arabia Saudita u otros países, y cómo han dejado que ciertos sectores de la población caigan bajo la influencia de los terroristas.

Entonces será posible sostener el diálogo con todas las fuerzas dispuestas a ello y eliminar a aquellos que persisten en el uso de los métodos del terror. Uno puede y debe influir en la resistencia con medios políticos, y hay bastantes precedentes en que la guerrilla deponía las armas y aceptaba el diálogo.

También es necesario comprender y reconocer que cualquier atentado terrorista, independientemente de que tenga lugar en Israel, países árabes, Europa, EE.UU. o Rusia, siempre es un crimen. Sin ello, no tendrán sentido las discusiones sobre la lucha contra el terror o las polémicas, impulsadas en el marco de la OCI, sobre la necesidad de cambiar la imagen negativa del Islam, la cual es consecuencia de los atentados.

A día de hoy, el mundo no se contentaría con las declaraciones de que los musulmanes están en contra del terror. La sinceridad se vuelve cuestionable cuando en una parte del mundo se condenan los atentados, mientras que en la otra se guarda mutismo sobre la muerte de personas civiles.

Claro que es posible cargar la responsabilidad en Israel o en EE.UU. pero más sabio sería censurar los atentados contra los americanos y los israelíes, para que nadie pueda reprochar nada a los adeptos del Islam. Los musulmanes rusos, en su mayoría, lo tienen muy claro.

Fuente
RIA Novosti (Rusia)