Alberto llegó a la Argentina hace diez años por primera vez. Luego regresó un tiempo a la Paz y en su vuelta definitiva, al escuchar un aviso en la FM Estación Latina, se dirigió con su familia tras un empleo en un taller de costura. Los ojos de Alberto parecen perderse entre las escenas que relata, se quedan allí en esa pieza pequeña, donde con su esposa y sus dos pequeños, y junto a otros en las mismas condiciones, fue víctima de la esclavitud que señorea y que se cuentan de a cientos tras las fachadas de muchas de las casas de los barrios de Caballito, Flores o Parque Avellaneda.

De entre los dientes, con la boca apenas abierta, su voz se entremezcla con la de las mujeres y hombres que esperan ser atendidos en el Centro Comunitario La Alameda para iniciar el trámite para la obtención de la radicación precaria en Argentina. Voces bajas que casi murmuran, pero que comienzan poco a poco a romper el silencio.

¿Cómo llegás a trabajar en uno de estos talleres de costura?

Con mi esposa llegamos al taller por un aviso en la radio, en Estación Latina, donde necesitaban gente para costura, y no importaba si eran parejas, o tenían hijos. En principio dudamos un poco porque no sabíamos cuánto nos iban a pagar. Cuando llegamos al taller nos mostraron tres prendas, de las marcas Rusti, Lacar, y Montagne, nunca nos dijeron los precios, sino que trabajemos y que luego de ver cuánto de producción hacíamos nos iban a pagar. Así trabajamos durante seis meses. Nos dieron una pieza de cuatro por cuatro, con las máquinas en la misma pieza que la cama. Teníamos que trabajar y dormir en el mismo lugar, en condiciones horribles, nos daban un plato de comida y una taza de té y había que dividirlo con los chicos. Yo tengo dos hijos, y también estaban ahí, y prácticamente no podían salir de la pieza porque decían que los vecinos se iban a quejar porque los niños meten bulla. Teníamos que trabajar a puertas cerradas por los niños, y tragando polvillo y todo eso. Y al dueño no le importaba, a este Salazar Nina no le importaba nada, para él lo único que contaba es que nosotros saquemos la producción. Después de seis meses exigimos que nos pague para comprar útiles, y el dueño se enojó, al final se puso a sacar cuentas y le terminamos debiendo, porque como nos daban unos adelantos los fines de semana de 20 o 30 pesos. Y a lo sumo lo que hicimos con mi esposa fue 300 o 400 pesos por mes entre los dos. Tuvimos que aguantar de esa forma porque nos queríamos ir del lugar pero nos retenían los documentos.
 
¿Qué pasó cuando no aguantaron más?

Nos salimos cuando no nos quisieron pagar, y nos querían botar hacia la calle. Era como una trampa que te hacían, nos decían: “Primero sales y recién ahí te pagamos”. Confiado en eso, nos salimos con mi esposa a buscar una pieza para podernos ir y cuando llegamos, mi esposa se adelantó primero hacia la casa y entró, y el dueño con su esposa le pegaron y no le quisieron pagar. Cuando llegué la encontré llorando en la puerta y me cuenta que le habían pegado, tenía toda moretoneada la espalda. ¿Por qué no nos quería pagar si habíamos estado como dos años trabajando allí? De ahí fuimos a hacer la denuncia en la comisaría 40ª y ésta era un cómplice más, porque cuando les dijimos el nombre y la dirección de la casa prácticamente no nos quisieron tomar la denuncia. Nos cargaban haciendo que nos tomaban la denuncia, pero no hacían nada. Les exigimos una copia de la denuncia y no nos dieron nada. De ahí vinimos aquí, al comedor La Alameda, buscamos a Gustavo que nos orientó y ayudó mucho y cuando fuimos con él a asentar la denuncia, por ser argentino recién ahí le dieron importancia, y radicaron la denuncia.

¿Te imaginaste antes de ingresar que ésta era la situación en esos talleres?

Cuando vine de Bolivia, pensaba que el trabajo era normal, de ocho horas, nunca me imaginé que al entrar tenías que quedarte a trabajar dieciocho horas. Lo peor es cuando te sorprendes que las camperas que estás haciendo son de marcas muy importantes acá en Argentina, y que son muy caras, están arriba de los 300 pesos cada una de las que nosotros hacíamos y a nosotros nos pagaban 1 por cada campera. Y al dueño le pagaban entre 25 y 30 pesos, o sea que lucraba tanto el dueño como el fabricante. Era increíble lo que estaba pasando. Por eso entre muchos que venían de esa situación, echados a la calle, sin que les pagaran, con sus hijos, se formó esta organización (la Unión de Trabajadores Costureros). Para cambiar esta situación porque ya es demasiada la explotación que hay.

Puntadas

El Centro Comunitario La Alameda surge por iniciativa de la Asamblea Popular de Parque Avellaneda, a mediados del 2002, y como respuesta a las necesidades de la población más carenciada del barrio. Luego de varios intentos de desalojo, y de resistencia, el lugar fue constituyéndose como uno de los puntales de la organización barrial y de la comunidad boliviana. A partir de las primeras denuncias en el mes de octubre pasado, fueron constantes los hostigamientos de los involucrados, que llegaron a su punto más alto con el ataque al lugar a principios de abril y donde la guardia de infantería se vio obligada a defender ese espacio que tantas veces había atacado.

Uno de los emprendimientos productivos que funcionan en La Alameda es el taller textil -los otros son una parrilla, un centro de copiado y librería, y un taller de artesanías, además del comedor- y que contradice en los hechos el modelo esclavista que funciona de manera extendida en toda la industria textil. Tamara, tesorera del centro comunitario, y coordinadora de esta apuesta, cuenta en qué consiste el modelo que la Unión de Trabajadores Costureros propone como ejemplo a seguir.

“En este emprendimiento empezaron trabajando tres personas y ahora hay doce, y tenemos la idea que entren seis más en poco tiempo. Lo que producimos son carteras, chalinas, camperas, buzos de egresados, remeras y un poco lo que vamos consiguiendo que los clientes nos vayan pidiendo. También estuvimos haciendo guardapolvos durante todo febrero para el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires. Todo lo que se pueda fabricar lo hacemos. Por la afluencia de trabajadores y porque veíamos que la principal problemática era la falta de documentación, le seguían la falta de vivienda y obviamente el trabajo indigno; la UTC se construyó sobre la base de pelear por la documentación gratuita, por la vivienda y por el trabajo digno. La falta de documentos les impedía llegar a un trabajo digno, porque aprovechándose de la situación de indocumentados no pueden trabajar en blanco y los explotan. Con respecto al tema de la maquinaria, la propuesta de la UTC, de hecho ya hay un proyecto de ley en la Legislatura, es que, sobre todo en los casos donde existe trata de personas con fines de explotación, las máquinas les sean expropiadas a los talleristas o a los fabricantes y sean entregada a los trabajadores para que las trabajen en forma cooperativa, con el modelo con el que trabajamos acá, donde -como en otros emprendimientos de la cooperativa- las ganancias se reparten equitativamente entre todos los miembros”.