En realidad tal proceso es el resultado lógico, y esperado, en una región brutalmente saqueada durante decenios por el capital financiero imperialista, con especial saña en las tres décadas más recientes.

El ensayo neoliberal, pomposamente implantado y extendido a nivel continental alrededor de los años 80 del siglo pasado, provocó lo que ya parecía imposible: profundizar las ancestrales desigualdades existentes en lo interno de cada país y del continente en su conjunto respecto a su principal "socio financiero".

Fue el trágico colofón de un largo camino de más de 100 años, iniciado con la expansión del capitalismo galopante que, como es lógico, generó descontento, protestas y no pocos esfuerzos de partidos, movimientos y personalidades de diferente orientación política, aunque animados siempre por el denominador común de hacer efectiva la formal independencia proclamada en la mayoría de los países a lo largo del siglo XIX.

Desde entonces y hasta bien avanzado el siglo XX, el imperio y las oligarquías nacionales, medrosas y dependientes de este, lograron sofocar las justas exigencias populares, unas veces acudiendo a la implantación de dictaduras sangrientas y otras apelando a las bien montadas y engrasadas maquinarias electorales.

El bien manipulado " fantasma " del comunismo devino, entre otros recursos, la engañifa predilecta para contener o desvirtuar las aspiraciones de los movimientos sociales que aparecían, para desaparecer más tarde, casi siempre superados por los acontecimientos.

Pero los tiempos son otros y la realidad terminó por imponerse. Con la Revolución cubana se fueron derrumbando no pocos prejuicios, temores y mitos paralizantes y la conciencia de lo posible adquirió fuerza material.
Eso, como innegable verdad histórica, y el despiadado saqueo neoliberal, terminaron haciendo lo suyo.

No hay en ello casualidades ni milagros, lo saben muy bien y lo intuyeron temprano los ideólogos más lúcidos del sistema imperial, desde los promotores, junto con el presidente John Kennedy, de la llamada Alianza para el Progreso en los 60, hasta los desesperados acólitos que acudieron al trágico experimento pinochetista chileno y al absurdo menemista argentino.

Lo que está ocurriendo en América Latina es la natural respuesta civilizada de los pueblos al capitalismo salvaje, cuando la situación ha llegado al punto en que los propios mecanismos de la democracia burguesa se vuelven arma poderosa contra sus creadores.

Vistas bien las cosas no hay lugar para el asombro. Se trata de un proceso de cambios anunciado hace casi medio siglo, plasmado en decenas de intervenciones públicas del presidente Fidel Castro, de Ernesto Che Guevara y otros dirigentes cubanos.

Magistral adelanto tuvo en ese documento conocido como Segunda
Declaración de La Habana, próxima a cumplir 45 años, suscrito en momentos de feroz ofensiva imperial, cuando todo parecía una utopía.

La lección es clara y confirma, una vez más, que en el terreno social hay avances y retrocesos; victorias y reveses, pero la tendencia al desarrollo marcha en una sola dirección: hacia el progreso.

Agencia Cubana de Noticias