En el referido texto mister Bush amenaza con reprimir, una vez derrocada la Revolución, a los cubanos, cuya cifra, atendiendo a simpatías políticas, responsabilidades oficiales, militancia y sencillos cederistas, puede llegar a superar los ocho millones de ciudadanos, es decir, cerca del 80 por ciento de los jóvenes y adultos de todas las edades, sexo, razas, credos y concepciones ideológicas, siempre que no sean anexionistas y pro norteamericanos.

Textualmente el documento de casi 500 páginas, aprobado en mayo del 2004 y vigente desde entonces, dice: "Procesar a los ex funcionarios y miembros del gobierno, del partido, de las fuerzas de seguridad, de las organizaciones de masas y otros ciudadanos progubernamentales, quizás también a muchos miembros de los Comités de Defensa de la Revolución." Y ya, al final del párrafo, asoma un poco de lucidez alarmista cuando concluye afirmando: " La lista pudiera ser larga."

Quizás resulte de interés para los investigadores sociales indagar si existen similares antecedentes en alguna latitud, salvo por supuesto, las furiosas amenazas de Hitler a los judíos en la década del 30 del pasado siglo, materializadas en los 40 con el salvaje holocausto en el cual perecieron horriblemente millones de seres humanos.

¿Habrá calculado Caleb McCarry, el procónsul designado por Bush para gobernar a Cuba durante la llamada transición, la magnitud de la tarea que le espera para cumplir el mandato de su jefe, en el hipotético caso de recibir una Isla entregada al invasor sin combatir?

Su sonriente y confiada expresión, mostrada en las fotos de su extensa gira europea para promover y coordinar la subversión y el bloqueo económico anticubano, permite deducir que el aspirante a Capitán General yanqui está dedicado por completo a cumplir los capítulos uno del plan, titulados "Aceleración de la Transición en Cuba" y "Acelerar el fin de la dictadura de Castro: Transición, no sucesión".
Como es fácil suponer, McCarry, apoyado en las tropas de ocupación y los mandos de la nueva policía y fuerzas armadas, deberá crear las condiciones necesarias para garantizar a la fuerza la primera condición señalada por el imperio para iniciar la transición: la devolución a los antiguos propietarios (los que se marcharon del país a principios de la Revolución Cubana) de viviendas, tierras, fábricas, hospitales, escuelas, comercios, industrias, almacenes y vehículos, entre otros.

Pero como también resulta fácil suponer, primero estarán precisados a arrestar, interrogar con los procedimientos de moda en Abu Grahib y Guantánamo, procesar judicialmente, condenar y mantener encarcelados a más de ocho millones de cubanos.

Visto el asunto así, despojado de otros muchos "inconvenientes" creados por las presuntas víctimas, no deviene difícil comprender las complejidades de la tarea concebida por Washington.

Para ejecutarla necesitarán: decenas de miles de efectivos policiales bien armados y dispuestos a todo para efectuar los arrestos y otros tantos esbirros para los interrogatorios; también deberán construir cientos de instalaciones carcelarias y formar un ejército de jueces venales decididos a condenar a sus compatriotas.

Pero, después de todo, hace bien el pro cónsul en no mostrar preocupaciones anticipadas, pues él no se encuentra en capacidad de concebir, ni siquiera haciendo el más enjundioso ejercicio imaginativo, cómo serán las cosas en Cuba a partir de que el primer "marine" ponga sus botas en cualquier punto de la Isla.

A tales efectos, no resulta ocioso recomendarle a McCarry, leer la Reflexión y Manifiesto para el Pueblo de Cuba del Comandante en Jefe Fidel Castro, tituladas " No tendrán jamás a Cuba ", publicadas el 18 de junio pasado.

Quizás de ese modo mister McCarry pueda poner fin a sus ingenuidades y despreocupaciones.

Agencia Cubana de Noticias