Tuvieron que pasar 187 años desde que en Amberes, Bélgica, saliera el primer periódico de la historia, llamado “Ultimas Noticias”, y tuvieron que pasar 99 años desde que apareció el “Mercurio volante”, en México, primer periódico de América Latina, para que en nuestro país, que en ese entonces era la Real Audiencia de Quito, aparezca el “Primicias de la Cultura de Quito”, que fundó Eugenio Espejo. Llegó tarde, sí, pero llegó en el momento preciso en que nuestra patria requirió “del beneficio de la luz”, como lo dijo “El duende” en la presentación de su primer periódico.

Para nosotros, para las nuevas generaciones de comunicadores, este es el momento del “beneficio de la luz”. El Ecuador y América Latina requieren de un nuevo comunicador social, de un nuevo periodista, que se corresponda al momento histórico que vivimos. Un momento de cambios a favor de la democracia, de la soberanía, de la interculturalidad en equidad, de la solidaridad, del trabajo como realización material y espiritual del ser humano, de la paz y del progreso.

Un profesional altamente humanista y técnico, creativo, vinculado profundamente a los pueblos. Ello quiere decir que no es el simple transmisor de mensajes de ciertas fuentes a miles de receptores sin rostro y sin alma. Tampoco el sostenedor del sistema, el defensor de la “estabilidad”, mucho menos el reproductor de viejos e hipócritas paradigmas como el de la imparcialidad.

No, hoy ningún ecuatoriano puede pensarse imparcial, mucho menos el comunicador social. Además de que es un absurdo filosófico, la imparcialidad solo es una treta sucia del periodismo del viejo sistema para engañar a las masas, para penetrar en la conciencia con informaciones sesgadas, con mensajes manipuladores.

Si en los años 1600, en Inglaterra, el periodismo de los Whigs fue revolucionario frente al de los Tories (es decir el de los liberales frente al de los conservadores), luego, cuando triunfó la revolución liberal, ese mismo periodismo se convirtió en aplacador de los ánimos libertarios de los trabajadores. Los revolucionarios que al grito de Igualdad, libertad, fraternidad, arrasaron en Inglaterra y más tarde en Francia con el viejo régimen feudal, habían despertado a un coloso en su proyecto: a los trabajadores; y una vez triunfantes, se propusieron aplacarlo, engañarlo, dormirlo. Fue necesario entonces un periodismo mezclado con entretenimiento; más bien, entrenamiento mezclado con periodismo. Y fue necesario mentir acerca de que los periódicos eminentemente políticos, no lo eran, que eran imparciales, que se debían a los lectores y a nadie más.

El nuevo periodista ya no cree en los viejos mitos, como aquel de que para hacer una noticia hay que ubicarse por fuera del entramado social, por fuera de los actores sociales. El nuevo periodista sabe bien que él mismo es uno de esos actores, sabe que con lo que diga o deje de decir habrá generado movimiento en ese entramado, y que todo lo que pasa en ese entramado, necesariamente le afecta a él.

El nuevo periodista no se cree incorpóreo, una especie de ser sobrenatural que solo mira desde una nube lo que pasa, y lo transmite, sin emociones de por medio, sin interpretaciones ideológicas, sin posturas políticas de por medio. No, él se sabe parte de la realidad que usa como materia prima para fabricar sentidos, se entiende como el constructor de la realidad social, al menos como quien entrega la versión más aceptada de esa realidad. Más aceptada no necesariamente por cierta, sino por ser una especie de autoridad que le es conferida por el sistema.

El nuevo comunicador social no solo hace periodismo, y desde esa perspectiva, no solo está formado para ser apéndice de los medios, es quien está capacitado para facilitar el encuentro entre las diversas expresiones culturales de nuestros pueblos. Encuentros que nos permitan unificarnos en nuestra común condición de explotados, y que sirvan para construir propuestas en todos los planos, de un proyecto de sociedad incluyente, equitativa, solidaria.

Es el que, como Espejo, desenmascara al poder, mina al sistema. Se compromete con los anhelos libertarios de los trabajadores.

Hablamos entonces de un comunicador que entiende a la comunicación como un fenómeno social, originado en la interrelación, no necesariamente en igualdad, entre las personas, fenómeno que se produce a través códigos y significaciones, a través de entidades culturales, en una etapa histórica determinada y en un contexto específico. Es decir, entiende a la comunicación como un proceso determinado por la lucha de clases, de ninguna manera neutro.

Por eso nosotros hablamos de procesos de comunicación alternativos, que permitan esa interrelación igualitaria entre los pueblos, pero que combata contra los opresores, contra el viejo régimen económico, social y político.

En el ámbito cultural, el nuevo comunicador no trabaja como el justiciero que “rescata” la cultura popular, trabaja para promover los aspectos más positivos de la cultura popular, porque siendo el reflejo de una realidad material existente en esta etapa histórica, no todo lo que existe como cultura popular en este sistema es bueno, o es progresista.

El nuevo comunicador genera espacios de discusión, de debate franco y sin prejuicios entre los diversos sectores populares, entre las diversas organizaciones sociales y políticas del espectro popular, porque tiene como reto plantear nuevas agendas informativas, nuevos protagonistas de los hechos, tiene como reto mostrar el camino.

Tal vez lo complejo será, entonces, esclarecer la discusión y desenmascarar a quienes se dedican a confundirlo todo.