La vergonzosa e inexcusable mudez oficial en torno a las fechas en que Perú debiera conmemorar jalones de su historia ya es parte del comportamiento habitual de los gobiernos. Por lo menos así ha ocurrido cuando la administración Toledo y la actual de García Pérez. Ante la abulia ignorante de partidos políticos, intelectuales, diplomáticos, historiadores –y por citar apenas dos pruebas- el 21, día de Iquique, 1879, y ayer, de la batalla de Tacna, 1880, la neumática de silencio para “olvidar”, representa parte del oprobio a que quieren conducirnos hornadas de desclasados y apátridas. ¿Hay que aceptar semejante inconducta y regalar aquiescencia a esa aberración? ¡De ninguna manera!

No sólo eso. Pandillas de docentes universitarios son parte de la re-escritura de la historia. No cualquier historia, a aquella referida a la difícil vecindad entre Perú y Chile, como la bautizara ese eximio peruanista que fue Alfonso Benavides Correa. Se trata, so pretexto de una “cultura de paz”, de borrar el paso de la barbarie guerrera que fue la invasión entre 1880-1883 y disimular, cuando no desaparecer, abusos, exacciones, crímenes, la pezuña bárbara de hordas sin control ni disciplina para que las nuevas generaciones sigan como hasta hoy ignorando lo que fue ese período –“limpieza étnica”- de la historia. Y para eso no hesitan en impulsar “seminarios, talleres” y demás adefesios contrabandistas. No pocos de esos historiadores, para salir del anonimato a que su mediocridad congénita les engrilleta, se hacen publicar “libros” sobre historia, en Chile. Viejo adagio el que predica que quien gobierna en economía, gobierna en política, es decir, en la orientación, tono y contenido de esas producciones que no pueden disimular los frenos a que están sometidas aunque se viertan toneladas de propaganda sobre aquellas.

En ¡Los peruanos indignos!, 19-10-2007, escribí:

Uno de los protagonistas de la crónica escrita el 2006, el hoy ministro de Defensa, Allan Wagner Tizón, firmó el 28-29 de noviembre de 1985 un Acta con su entonces par ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Jaime del Valle Alliende, en cuya parte III Revisión de Textos de Historia, se dice:

“Los ministros estuvieron de acuerdo en poner en práctica, en el más corto plazo posible, un procedimiento que permita en sus respectivos países efectuar una revisión de los textos de historia a nivel de la enseñanza primaria y secundaria, con miras a darle un sentido de paz e integración. Posteriormente, una Comisión Mixta efectuará un examen conjunto de las revisiones de dichos textos, con el objeto de armonizarlos”.

Escribió Alfonso Benavides Correa, en Una Difícil Vecindad, p. 218: “Para recusar tan aberrante acuerdo bastaría meditar sobre la lección que dio José de la Riva Aguero cuando afirmó con rotundidad que “la historia, ministerio grave y civil, examen de conciencia de las épocas y los pueblos, es escuela de seriedad y buen juicio pero también, y esencialmente, estímulo del deber y el heroísmo, ennoblecedora del alma, fuente y raíz del amor patrio”, atendiendo a que el patriotismo se alimenta y vive de la historia, a que la palabra patria viene de padres y, por ello mismo, que “sobre el altar de la patria y bajo su gallarda llama hecha de ruegos y de inmolaciones, de valor y de plegarias, deben existir siempre, como en la ritualidad litúrgica católica, los huesos de sus predecesores y las reliquias de sus mártires” (La historia en el Perú, José de la Riva Aguero, Lima, 1910, p. 548).

¿Los historiadores peruanos, defienden nuestra Historia? ¿dónde están sus protestas frente a las inverosímiles cuanto que palurdas elusiones de que son protagonistas culpables múltiples gobiernos? Si existe esta clase de profesionales, es evidente que disimula muy mucho su existencia.

“Olvidar” la Historia, es un ejercicio de asesinato lesa los derechos de las nuevas generaciones de peruanos que necesitan saber qué y por causa de qué ocurrió lo que pasó en estos pagos. Negarles –y lo que es peor- hacerse los bobos frente a los crímenes que enumeramos, sólo puede ser práctica de bárbaros, degenerados y de quienes no tienen el más mínimo respeto por la tierra, el Ande o el sacrificio e inmolación de quienes sí murieron por la Patria.

Mi voz es indudablemente modesta y persistiré en los esfuerzos emprendidos por convencer a otros comunicadores para que entiendan qué significa la difusión de estos temas históricos. Hasta hoy no he tenido suerte o no he tocado las teclas mágicas. No obstante, la convicción por la victoria de nuestros ideales es parte del humilde quehacer invariable y de homenaje a la Patria.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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