Muchos recursos económicos, discursos, publicidad oficial, decretos y proyectos de ley ha puesto en marcha el Gobierno para promover una supuesta revolución en el campo educativo, revolución que tendría como propósito la búsqueda de la excelencia. Según el primer mandatario, “hay que huir de la mediocridad como de la peste”. Su criterio es que si alguien no se ajusta a los parámetros de la excelencia es por su propia responsabilidad, no por otro motivo. Como si el contexto histórico-social no existiera, como si la larga y oscura noche neoliberal no tuviera que ver en la situación que vive la educación. Como si los parámetros para definir lo que es excelencia y lo que es mediocridad fueran incontestables y únicos.

Para él, en el Ecuador debe instaurarse una “meritocracia”, antes que una democracia. Y por ello impone un proceso de evaluación docente al magisterio ecuatoriano en el que se discrimina, se somete, se amenaza y se sanciona, tratando de que solo “los mejores” se queden, y los “mediocres” se vayan. Mientras que según el experto pedagogo español Miguel Ángel Santos Guerra, lo que una verdadera evaluación para el cambio busca es: discutir, comprender, orientar, estimular y transformar; nunca excluir ni sancionar.

Una propuesta nada original


Cuando el presidente Correa habla de “meritocracia”, se pensaría que es un término propio de él, acuñado a partir de su convicción de tener un Estado eficiente. Es más, esto supuestamente sirvió como criterio para seleccionar a sus Ministros y colaboradores cercanos; es decir, gente con gran capacidad y una carpeta extensa de títulos nacionales y extranjeros, que supuestamente garantizaban su honestidad. Pero casos como el del ex ministro de Deportes, Raúl Carrión, demuestran todo lo contrario…

En realidad, este término no es de autoría de Rafael Correa, tiene una larga historia: el primero en utilizarlo fue Michael Young, un cientista social británico que en 1958 escribió un libro titulado: “The Rise of the Meritocracy”, en el que cuestiona la imagen de una sociedad obsesionada con el talento. Fue un golpe inicial de una guerra exitosa contra los denominados “11-plus”, un examen del sistema escolar británico que dividía a los niños entre una élite talentosa destinada a instituciones de educación secundaria especiales y aquellos enviados a escuelas secundarias comunes. Más o menos como se pretende hacer con el nuevo sistema de admisión a la educación pública, que impulsa el Ministerio de Educación: únicamente los abanderados pueden elegir a qué colegio quieren ir; el resto: un 50% de cupos del colegio se determinan en función de las notas altas (hay colegios “prestigiosos” que solo aceptan notas de 18/20 para arriba), y el otro 50% ingresan por un sorteo. Si un joven que no era abanderado o no tiene notas altas no sale sorteado, deberá ir a uno de los colegios que el Ministerio está preparando para recibir a esos estudiantes. Es decir, habrá colegios para “inteligentes” y jóvenes con buena suerte, y colegios para “tontos” con mala suerte.

Inequidad y discriminación odiosa


Etimológicamente meritocracia proviene del latín “mereo”, que significa merecer, obtener, y de “cracia”, que significa gobierno. Es decir, es el Gobierno del mérito. Desde esta perspectiva se piensa a la sociedad como un escenario en el que los más aptos sobreviven (por eso se relaciona mucho con el darwinismo social), aquellos que están en capacidad de someterse y superar exigentes pruebas de selección son los que tienen éxito y son reconocidos como ciudadanos modernos, los demás no. Recomendaríamos, en esta parte, mirar una película del director argentino-español Marcelo Piñeyro, que se titula: “El método”, porque ilustra muy bien el tipo de moral que impone la sociedad meritocrática.

Al contrario de lo que pretendía Young con su libro (él es el promotor del acceso universal a la educación superior en Europa), la meritocracia se convirtió en la nueva orientación política del poder imperialista. Así, democracias burguesas como la de Bill Clinton en Estados Unidos y Tony Blair en Inglaterra, se ufanaban de ser “meritocráticas”. Algunos autores dicen que, incluso mucho antes, regímenes de facto como el de Napoleón o Hitler se guiaron por este tipo de principios.

Según el filósofo germano-inglés, Ralf Dahrendorf, para muchos, Francia ha sido durante largo tiempo el arquetipo de la meritocracia. La mayoría de quienes ocupaban cargos de alto nivel, no sólo en el servicio civil y en el poder judicial, sino también en la política, los negocios y el mundo académico, se habían graduado en las famosas grandes écoles (expresión francesa que define a la “gran escuela”, que selecciona a sus alumnos a través de un concurso). Muchos de ellos se sometían luego a una rigurosa formación para convertirse en inspecteurs de finances, autoridades estatales de alto nivel.

“No obstante, en la actualidad parte de la población ve con cada vez más suspicacia a las elites francesas, e incluso las rechaza activamente. Ciertamente, los líderes franceses no son inmunes a la corrupción. La incómoda relación entre el dinero y la política ha dado origen a varios escándalos de alto nivel en los últimos años. Ya no parece tan claro que los altamente educados líderes de Francia sean capaces de administrar los asuntos del país de manera más eficiente y honesta que otros”.

En América Latina, en países referentes del capitalismo, como Chile, la meritocracia es el objetivo a alcanzar, y se la enfoca como la manera de valorar a las personas por lo que saben, más que por criterios racistas, de clase o de género. Sin embargo, este discurso oculta el injusto acceso a las oportunidades en la sociedad capitalista: no todos provienen de condiciones socioeconómicas y culturales similares para que puedan o quieran aspirar a una educación de alto nivel (de acuerdo a determinados parámetros de calidad). Si así fuera, no habría mejores y peores, la meritocracia no tendría sentido. Lo que en el fondo pretende ocultar este discurso es la esencia inequitativa y criminal del sistema, la existencia de clases sociales antagónicas en su seno, que se oponen de forma irreconciliable.

Cuando alguien llega a niveles selectos de excelencia, resulta muy difícil que en su camino se preocupe por quienes no lo son, más bien tenderá a ejercer opresión sobre ellos, considerándolos inferiores. Es característica de este tipo de individuos la personalidad egocéntrica y autoritaria.

Para los antiguos griegos, el “gobierno dirigido por los peores ciudadanos” tenía un nombre: “kakistocracia”, y como vemos en este análisis, aquello describiría muy bien a la “meritocracia” que promueve la revolución ciudadana de Rafael Correa.
Continuará...