Tu herencia romanticona jamás me abandonó; así como dicen que el primer amor nunca se olvida, lo mismo podría decirse del primer libro leído… ¡Maldita sea, Bécquer!, ¿por qué te leí a ti primero y no a Henry Miller?
Tengo una deuda pendiente contigo, Gustavo Adolfo Bécquer… Gustavo Adolfo (nombre de galán de telenovela venezolana o mexicana), tú y solo tú fuiste el culpable de mi romanticismo rosa, de mis cursilerías poéticas, de mi idealismo, ¡casi virgen de tan puro!, hacia las mujeres…
Me guiaste hacia el sufrimiento y la tragedia amorosa, y la acepté tan ingenuo, tan estúpidamente honesto, hasta convertirlos en temas invariables de mis versos cacofónicos y mal rimados…
Ya en el colegio me decían ‘algodón de azúcar’, de tan dulce y pegajoso… Ahora me da rabia al recordar mi sentimentalismo ridículo (a veces hasta me río), pero en aquella época sufría, ¡sufría!...
Te descubrí por consejo de otros adolescentes, también flacos, pálidos y ojerosos; también engañados por tu poesía, ¡delirio de victimización amorosa! Rimas y leyendas se titulaba el libro que, por desgracia, tomé de la biblioteca de mi padre. ¡Tonto de mí!, pronto lloré contigo tus desgracias y las mías: en voz alta y empuñando un vaso de desdicha sollozaba porque “el amor es así”, “porque más vale un amigo, sea un borracho, un perdido, que la más linda mujer”…
“…¡Llora! No te avergüences
de confesar que me has querido un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre… y también lloro.”
Dime, Gustavo Adolfo, ¡cómo no voy a llorar contigo!
Tu herencia romanticona jamás me abandonó; así como dicen que el primer amor nunca se olvida, lo mismo podría decirse del primer libro leído… ¡Maldita sea, Bécquer!, ¿por qué te leí a ti primero y no a Henry Miller? Todo, absolutamente todo hubiera sido distinto si leía primero a Miller, me hubiera enseñado a valorar el justo medio, a no destrozarme el alma por un par de te… de temáticas salvables desde cualquier punto de vista… Hubiera sido preferible ser magistralmente ‘malo’, a lo Miller, que bonachonamente bueno (léase huevón sufrido, con el perdón de la palabra), a lo Bécquer…
“… Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez.
Yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.
¿Te ríes…? Algún día
sabrás, niña, por qué:
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo que no siento nada, todo la sé”.
¡Vaya!, ¡qué equivocado estaba! En aquella época púber de verdaderos amores nada sabía, y mucho me temo que hoy, en la época barbada, igual nada sé… Y todo te lo debo a ti: Gustavo Adolfo Bécquer (tu rima consonante todavía me persigue, hasta cuando trato de ridiculizarte)…
Y no se trata solo del amor y de sus desgraciados laberintos, sino de una actitud de vida que se me complicó con el peor de los romanticismos que existe, el romanticismo ‘barato’ del amor. ¿Cómo enfrentar la vida, me pregunto, si por el más leve desdén del querer quiero ahogarme en un río (como lo hiciste tú, Gustavo Adolfo, en el acto más heroico de tu trágica existencia)?
“…Sé que en su corazón, nido de sierpes,
no hay una fibra que al amor responda;
que es una estatua inanimada…; pero…
¡es tan hermosa!”
¡Y además masoquista! Tu herencia de simplicidad y sufrimiento insustancial fue total… Aunque difícil, aún es tiempo de cambiar: quiero dejar de ser el “algodón de azúcar” y convertirme en “alimento vital”…
Gustavo Adolfo, a pesar de todo, fuiste un buen prosista…
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