El 10 de Agosto, preparado con mucha antelación y una importante inversión económica, tuvo ingredientes ideológicos y políticos únicos: el día nueve se llevó a cabo la denominada “velada libertaria”, que convirtió al centro histórico de Quito en una tarima de espectáculos multicolores. El 10, el espacio estuvo destinado enteramente a la posesión de Rafael Correa, tanto en la presidencia de la UNASUR, como en su segundo mandato presidencial por cuatro años. El Gobierno utilizó la fecha histórica para elevar su “revolución ciudadana” a una “segunda independencia”, y con ello recuperar lo que en los últimos meses ha venido perdiendo en credibilidad y aceptación a su gestión.

Bicentenario: ¿último día del despotismo?
Desde el Gobierno, y en gran medida desde las élites económicas y políticas, se miró a este hecho histórico como la demostración de que un grupo de “valientes iluminados” podía cambiar la historia, gracias a su heroísmo e inteligencia. No faltó quien equiparó al Movimiento PAÍS con la junta de gobierno rebelde de 1809. Para el régimen, lo que hicieron Juan Pío Montúfar, José Cuero y Caicedo, Juan de Dios Morales, Manuel Quiroga, Juan Larrea, Antonio Ante, es lo más parecido a lo que ellos pretenden: “una revolución sin violencia”; una revolución “rápida, profunda y en paz”; una revolución “de mentes lúcidas y corazones ardientes”. Claro que no se reparó mucho en lo que vino después de este “acto pacífico” del 10 de Agosto de 1809: la masacre del 2 de Agosto de 1810, que significó que una décima parte de la población de la Real Audiencia fuera exterminada a manos de los militares realistas…

El primer grito histórico, entonces, según se evidenció en círculos académicos y políticos, fue obra de una docena de protagonistas con nombres ilustres y que, un buen día, decidieron hacer historia a costa de sus vidas. Se dejaba de lado al actor fundamental de esa gesta: al pueblo.

La Unión Nacional de Educadores y la Federación de Estudiantes Universitarios del Ecuador, filial Quito, fueron las organizaciones populares que pusieron un toque diferente al festejo. Realizaron el panel: “Vigencia y significación histórica del 10 de Agosto”, en las instalaciones del Colegio Simón Bolívar. En este espacio se reconoció en su justa medida el papel de los patriotas, pero también y sobre todo el de los pueblos de la antigua Real Audiencia de Quito, que generaron el ambiente previo a través de las sublevaciones indígenas, las revoluciones de las alcabalas y de los estancos, y que protagonizaron la lucha que siguió al 10 de Agosto, es decir, las luchas emancipadoras junto a Bolívar y Sucre. Luchas que continuaron luego de la independencia, por una inconformidad reflejada en el famoso graffiti que se pintó en las paredes de Quito, luego de la batalla del 24 de mayo: “Último día del despotismo y primero de lo mismo”.

Han pasado 200 años desde el primer grito de la independencia, y los pueblos se confirman como los actores fundamentales de la historia, como el motor de lo cambios revolucionarios.

10 de Agosto, UNASUR: “soplan vientos de guerra en la región”
Este 10 de Agosto, se reunieron los mandatarios de la Unión de Naciones del Sur, UNASUR, en la Sala Capitular de la Iglesia de San Agustín, donde se declararon independientes los patriotas de 1809, y donde en 1824 los españoles firmarían la capitulación final, dando inicio a la vida republicana del Ecuador; en ese histórico lugar se nombraría a Rafael Correa como el nuevo presidente de este organismo regional, que ha adquirido un gran peso político en los últimos tiempos.

Si bien tenía un sentido eminentemente protocolar, la cita cambió radicalmente de tono cuando el presidente Hugo Chávez pidió la palabra y planteó su preocupación por la entrega de siete bases militares colombianas al ejército norteamericano, así como por la presencia de una flota de barcos de guerra norteamericanos en las costas del Caribe, a lo cual calificó de provocaciones que podrían ser el inicio de una tragedia. “Soplan vientos de guerra en la región”, dijo, para dejar claro que si Venezuela es invadida militarmente, como ocurrió con Ecuador en marzo del año pasado, la respuesta sería armada.

La intervención de Chávez provocó la respuesta del presidente Rafael Correa, apoyando la iniciativa de convocar a una reunión urgente, aunque dijo que habría que esperar a ver cómo se desarrolla la discusión el 24 de agosto, en el Consejo de Seguridad de la UNASUR (reunión de ministros de defensa de la región). Correa y Chávez mostraron en sus intervenciones una actitud digna, patriótica, soberana. De ninguna manera fueron lo que Jorge Ortiz dice: “términos belicosos”, no pretendieron “desenterrar el hacha de la guerra”. Simplemente fueron posturas dignas y soberanas de mandatarios que no están dispuestos a bajar la cabeza ante cualquier acción intervencionista y provocadora del imperialismo y de su lacayo en América Latina, Álvaro Uribe.

Igual de digna fue la posición del presidente Evo Morales, quien con tono firme, detalló las formas de intervención que su país ha sufrido y que él, de manera directa, las ha vivido en Bolivia por parte de los Estados Unidos.

Los análisis ahora hablan de que en la UNASUR hay dos posiciones: la una representada por los gobiernos del ALBA (Ecuador, Bolivia, Venezuela, Nicaragua, Cuba, Antigua y Barbuda) y la otra representada por Lula da Silva y los gobiernos “moderados” (Chile, Argentina, Perú, Colombia, Paraguay) de la región (El Comercio, 12 de agosto de 2009). Llaman a la mesura, no sin antes acusar de belicistas a Correa y a Chávez, y hablan de los peligros que significa la “aventura socialista”.

Es evidente que en la región se vive una tensión sin precedentes, pero esto tiene explicaciones más generales en el ámbito de la geopolítica internacional, más que en diferencias personales entre los mandatarios. Contrario al discurso moderado que trata de vender el presidente Barack Obama, Estados Unidos arrecia con una política intervencionista sobre América Latina (muestra de ello son las bases militares en Colombia, la flota de barcos de guerra en el Atlántico, el apoyo soterrado al golpe de Estado en Honduras), porque los bloques que buscan configurarse, tanto en el plano comercial como político, con iniciativas como el ALBA y la UNASUR, entran con fuerza a disputar la hegemonía de los Estados Unidos en el continente. La región, además de poseer el 27% de las fuentes de agua dulce del mundo, tiene reservas de hidrocarburos por cien años, es el mayor exportador y productor mundial de alimentos; el 95% de su población comparte elementos de identidad cultural y la mayoría de sus habitantes hablan dos lenguas mutuamente inteligibles. Se constituiría en el bloque económico de mayor extensión geográfica, superando el área de Rusia de 17 millones de kilómetros cuadrados y solamente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, TLCAN, le superaría como mayor extensión de un área de libre comercio con 21,5 millones de kilómetros cuadrados. Incluso si no se contempla a la décima potencia productiva del mundo (Brasil), el PIB de la UNASUR sería aproximadamente de 1000 billones (miles de millones) de dólares, con un PIB per cápita de 5.100 dólares, que corresponde a los niveles de Granada, Bulgaria y Costa Rica, que bordean la posición 85 a nivel mundial.

Si sumamos a ello la conformación de espacios políticos como el Consejo de Seguridad de la UNASUR, que tendría en carpeta acciones de carácter conjunto que desplacen los centros de control yanquis, o que por lo menos los neutralicen, la situación se vuelve grave para los Estados Unidos.

Se habla, en términos económicos, de ir a la estructuración de una moneda común, que, según Correa, iniciaría con una moneda electrónica, todo para “dejar de comprarnos y vendernos en dólares entre nosotros”.

Se ha armado todo un escándalo mediático internacional a partir de esta reunión en Quito, que busca, en los hechos, cambiar los papeles y mostrar a los países amenazados como una amenaza para la región, y a los países guerreristas, intervencionistas, como los agredidos o quienes están en riesgo. Se trata de una lucha entre el imperialismo y los pueblos, entre el imperialismo y gobiernos patrióticos, y es una lucha que hay que saber ubicar con precisión, para respaldar al Gobierno en estas posturas.

Un nuevo mito: la “revolución ciudadana”
Luego de la reunión de la UNASUR, Correa tomó posesión de su segundo mandato como presidente de la República del Ecuador, ante una Asamblea Nacional (antes Congreso) que si bien no es totalmente dominada por el Movimiento oficialista, la controla en su mayoría. Y ese mismo día, a partir de las 16h00, en el estadio olímpico Atahualpa, tomó posesión simbólica, en medio de un espectáculo artístico (en el que el mismo Correa fue un “showman”) ante sus simpatizantes y militantes traídos de varias provincias del país.

El discurso de Correa en la Asamblea, más que un informe de gobierno muy detallado, fue muy emotivo y lírico. Ubicó entre los principales enemigos de su “revolución ciudadana” a los medios de comunicación y al imperialismo. Enfatizó en la decisión de profundizar los cambios y para ello pidió a sus militantes, “soldados anónimos de esta revolución”, que se organicen y le den estructura al proceso. Esto lo repitió en el estadio, llamando de manera directa a conformar “comités de defensa de la revolución ciudadana”, lo cual ha generado toda una polémica en sectores de poder, que comparan a la política de Correa y su Socialismo del siglo XXI con los regímenes “extremistas” de Fidel Castro y Hugo Chávez.

La jornada estuvo marcada por una intensa participación de los mandatarios Hugo Chávez, Raúl Castro y el depuesto presidente de Honduras, Manuel Zelaya, que contribuyeron a fortalecer la imagen de Correa y su “revolución ciudadana”. El 10 de Agosto el Gobierno puso todo en juego para recuperar el espacio que ha venido perdiendo de manera sostenida en este último período, fruto de sus medidas que afectan los sectores populares y la izquierda.