Las supuestas violaciones a los derechos humanos en la Isla continúan en el centro del interés mediático en tanto, empeño difamatoria al fin, obvian los miles de ejemplos que avalan justamente lo contrario.

La actual campaña propagandística contra la ínsula, calificada como “guerra mediática”, abarca técnicamente muchos aspectos, pero los más curiosos y utilizados en el caso de la desatada desde hace más de cinco décadas por Estados Unidos para atacar a Cuba, están en la terminología hecha a la medida de sus intereses.

Así nos lo enseña la historia de esos empeños anticubanos.

En su momento, los calificativos de “gobierno amigo” y “aliado” eran usuales en los medios de prensa norteamericanos al referirse a la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista, derrotada en 1959.

Entre tanto, Fidel Castro y el Ejército Rebelde no pocas veces fueron, para los mismos órganos de difusión, "sublevados” y algo aun más insultante: “forajidos” o “bandidos”, como también los calificaban los esbirros a los cuales combatían.

La explosión del barco francés La Coubre, en el puerto de La Habana, el cuatro de marzo de 1960, fue divulgada como “un accidente” por esos medios de difusión masiva que pretendieron ocultar la verdad del hecho.

El ataque aéreo sorpresivo del 15 de abril de 1961 contra los aeropuertos de Ciudad Libertad en La Habana y el de Santiago de Cuba, que sirvieron de preludio a la invasión mercenaria de Playa Girón, fue, para la gran prensa estadounidense, “una sublevación de la Fuerza Aérea cubana contra Castro”.

Los numerosos sabotajes a plantaciones cañeras de los años de 1960 y 1970, muchas veces provocados por aviones procedentes de Estados Unidos, eran simples “incendios forestales que afectaron a la industria azucarera”.

Las epidemias con virus introducidos en el país, provenientes de los laboratorios de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), que atacaron animales, cultivos y a la propia población cubana, con saldo de muertes, incluidos niños, nunca recibieron cobertura noticiosa estadounidense y fueron consideradas simplemente “epidemias”.

Los grupos de bandidos aupados por la CIA en las montañas del Escambray, durante los años 60 del pasado siglo, en el argot periodístico norteamericano eran “luchadores por la libertad” o “rebeldes anticastristas”.

Ese término sobrevive hasta hoy para denominar a lo que muchos críticos de la cruzada antiterrorista estadounidense han dado en llamar “terroristas buenos”.

Con los inmerecidos epítetos de “libertadores”, han sido beneficiados Luís Posada Carriles y Orlando Bosh Ávila, dos consumados asesinos amparados por la Casa Blanca, en plena era de la cruzada antiterrorista desatada desde 2001.

Actualmente, para esos mismos grandes periódicos, cadenas televisivas, radiales, agencias de prensa y revistas, los actuales dirigentes de la Revolución constituyen “la élite castrista”.

En el quehacer anticubano mediático, la localización y empleo de calificativos o términos calumniosos o tergiversadores, en fin, la distorsión, aunque añeja herramienta, vuelve a estar en pleno auge.

Agencia Cubana de Noticias