La televisión, diarios y radios han embutido al público que el interno Alberto Kenya Fujimori está muy delgado y con salud precarísima y por ello su hospitalización que lleva ya varios días. Hay derecho a preguntarse si realmente el paciente tiene cáncer o leucoplasia, dolencia pre-cancerosa y de la que ya ha sido operado exitosamente hasta en dos oportunidades.
La biopsia, estudio del tejido que permite a la ciencia médica, discernir sobre la certidumbre del cáncer, apenas dura, con los métodos modernos y experiencia con que se cuenta hoy en día ¡24 horas! Si Fujimori tuviera cáncer ¿no habría ya salido la noticia en primeras planas nacionales y del exterior con profusión de detalles? ¿qué ocurre entonces o se está buscando a algún médico simpatizante o venal para que firme, certifique o declare que el ex presidente padece del terrible mal?
Al delgado Fujimori se le vio caminar con su sonrisa enigmática carente de cualquier arrepentimiento o vergüenza. Sus abogados producen los hábeas corpus que le permitan, judicialmente, salir de paseo como cualquier ciudadano sin restricciones ni apreturas de ¡ninguna especie! Es decir, tal como ha advertido el penalista Guillermo Olivera Díaz, su excarcelación podría ser materia de la decisión de un juez. En castellano mondo y lirondo, una libertad inmerecida.
No todos somos médicos en Perú, buena sería tal circunstancia. Pero, felizmente, tampoco somos absolutamente estúpidos como para ingerir un sapo que tiene todas las características de un psico-social de la época de Vladimiro Montesinos, hermano siamés del delincuente Alberto Kenya Fujimori. La disociación mañosa que hacen sus adláteres sólo abona en el campo del cinismo más destructor y visible.
¿Cómo sería el gambito? Varios han adelantado pareceres y no encuentro motivo para disentir de tan sensatas reflexiones. La administración saliente, sabia en la política de Estado del pan y circo, anuncia la instalación de una réplica del Cristo de Río de Janeiro en el Morro Solar de Chorrillos y la bronca se traslada al debate, pros y contras, en una ¡magnífica! cortina de humo, distractora y profundamente envilecedora. Total, dicen los cínicos, “la gente no se da cuenta”.
El presidente electo Ollanta Humala, sorteando cenizas y avatares, está lejos del país en visitas protocolares muy útiles en su diseño de política exterior, por tanto, no puede poner en casa algo de orden encareciendo al señor que ya se va, Alan García, para que deje de jugar sus muy acostumbradas triquiñuelas al compás del festejo que le otorgan los medios de comunicación, con él, absolutamente derrotados en la elección del 5 de junio.
Volvamos al argumento central, simple, hasta evidentísimo, la biopsia. ¿Tiene precio o hay una bolsa para comprar la firma de quien certifique el cáncer al interno Fujimori? Quien la estampe, no obtendrá menos de uno o dos millones de dólares. ¡En comparación con los 6 ó 7 mil millones de dólares que desaparecieron de las privatizaciones, la suma anterior es ínfima! De esa manera cubriríase bien García Pérez y su probable dación de un indulto humanitario. ¿A cambio de qué?: de un trueque, do ut des, con los parlamentarios fujimoristas que contribuirían no poco a blindarlo de procesos en los próximos cinco años.
Un país no puede vivir engrilletado al destino de un delincuente como Fujimori y la mafia organizada que pretendió tomar, nuevamente, las riendas del gobierno. Quien enajenó a la nación de cualquier vestigio de dignidad o sentimiento cívico, no puede aspirar sino a cumplir su condena en reclusión igualitaria a la de los que tienen su misma condición. Los privilegios deben cortarse radicalmente y allí entonces la clave de una democratización de la justicia. Hoy sólo ocurre el cuadro lamentable que muestra cómo el poder del dinero maneja un sistema pretendidamente de justicia. ¡Una de las verguenzas más repugnantes, entre otras muchas, del gobierno de García Pérez!
En las próximas horas veremos qué más cosas y sorpresas nos tienen los dueños efímeros y salientes de la caja de Pandora que hay en Palacio.
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