Silao, Guanajuato. Transcurre el segundo día de la visita de Benedicto XVI a México (24 de marzo de 2012) y las calles de Silao se encuentran poco concurridas. La gente está ocupada en sus labores cotidianas; hay pocos comensales en los restaurantes e, incluso, habitaciones disponibles en pequeños hoteles de esta localidad de alrededor de 70 mil habitantes, donde más del 90 por ciento se declaran católicos.

En algunos establecimientos se han instalado televisores para ver los acontecimientos de la visita pontificia, pero sólo algunos clientes prestan atención a éstos; otros se muestran indiferentes.

Un papa impopular

Sentado en una banca cercana afuera de una de las iglesias de la localidad, un anciano ataviado con sombrero tejano, que viajó desde El Paso, Texas, Estados Unidos, para visitar a su familia y ver al pontífice, percibe que el ambiente de la ciudad está “muy apagado”, sin fervor militante y sin interés por el papa Joseph Ratzinger.

Reportes de algunos medios locales coinciden con esa apreciación. Por ejemplo, el periódico El Correo indica (en su edición de ese día) que en la capital de la entidad “contrario a lo que se esperaba”, en el inicio de la visita “la ciudad lució en calma total”. Al mediodía sólo habían arribado a la ciudad cinco camiones con visitantes y en el predio que se habilitó como campamento en Puentecillas, con capacidad y servicios para 100 mil personas, no registraba ningún ocupante”. Había llegado, eso sí, un “numeroso contingente” de la orden de Legionarios de Cristo, de Monterrey.

También en Silao lucían abandonados los terrenos habilitados como campamentos para peregrinos que, se suponía, iban a abarrotarlos.

En León, la ciudad que mostró mayor fervor pontificio, muchos comerciantes hicieron un pésimo negocio al creer en las versiones sugeridas por obispos y panistas, de que la visita de Ratzinger traería consigo una “gran derrama económica”. A su llegada, comerciantes que “esperaban a 1 millón de visitantes, se quedaron con su mercancía y coincidieron en que las ventas fueron normales y, en el mejor de los casos, con un ligero incremento” (El Correo, 24 de marzo de 2012).

Juan Pablo II tenía grandes capacidades mediáticas, atraía a multitudes en un país que hace 20 años era más religioso y conservador; pero su ideología y su discurso –extremadamente conservadores, opuestos al Estado laico– eran similares a los de Ratzinger, el pontífice que en su muy lejana adolescencia militó en las juventudes nazis y que ya dentro de la jerarquía católica encabezó la Congregación para la Doctrina de la Fe, la versión moderna del Santo Oficio dentro del clero.

Sin embargo, su visita sí opacó, al menos en la entidad, un acontecimiento cuyo recuerdo comienza ya a perderse en la memoria de México: el asesinato, el 23 de marzo de 1994, del entonces candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, crimen que muchos atribuyen a Carlos Salinas de Gortari, el presidente llegado en 1988 mediante el fraude electoral y que tan buenas migas hizo con el Partido Acción Nacional (PAN), la jerarquía católica y Juan Pablo II.

El acarreo y la propaganda

Ratzinger no vino a México para encabezar a las masas sino para influir políticamente, mediante acuerdos cupulares para propiciar la aprobación en la Constitución de la llamada libertad religiosa a gusto de la Iglesia Católica.

Y lo hizo precisamente en época de elecciones. En la entidad más católica de México y coto panista, el pontífice vino a reunirse con Felipe Calderón, el presidente espurio, nieto de sinarquistas, para brindarse mutuo apoyo en el proyecto de consolidar la hegemonía católica en México, uno de los pocos países donde a lo largo del siglo XX prevaleció el Estado laico.

Si bien se veían en las calles pocos simpatizantes del papa, tanto en la ciudad como en la carretera, abundaban los anuncios de grandes dimensiones, patrocinados por el gobierno estatal y por muchos empresarios (relojes Nivada, Nestlé, Zapatería Tres Hermanos, Transportes Castores, Autobuses Primera Plus, así como muchas empresas locales). En las casas se colocaron listones con los colores pontificios: blanco y amarillo; en muchos de esos anuncios, el poco popular pontífice aparece con los brazos abiertos, como si quisiera saltar hacia adelante, evocando una pose parecida a del Santo, luchador famoso hace unas décadas.

En hoteles, oficinas y comercios se distribuyeron miles de trípticos, publicados por el gobierno estatal, donde se proporcionaban instrucciones para evitar accidentes y extravíos en los actos masivos de la visita papal.

El gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva, al igual que el de Jalisco, Emilio González Márquez, y el de Morelos, Marco Antonio Adame, quienes apoyarían activamente la visita, todos ellos pertenecen a la extrema derecha y están al servicio de la alta jerarquía católica.

En una publicación editada por medios católicos para hacer publicidad a la visita de Ratzinger, se incluyó un texto firmado por el propio gobernador, quien escribió que la visita “nos llena de júbilo y esperanza a todos los mexicanos, nos trae un mensaje de paz, de unión y aliento; es un viaje eminentemente pastoral…”.

En las mismas páginas, el alcalde de León, Ricardo Sheffield Padilla, otro panista ultracatólico, expresó también su regocijo por la estancia de Benedicto XVI y señalaba que para recibirlo el municipio destinó alrededor de 3.5 millones de pesos, de los cuales, 1.5 millones se destinaron a cubrir la ciudad con pendones y espectaculares.

Teléfonos de México imprimió numerosos carteles de bienvenida al papa, mientras que el logo de Bimbo, grupo encabezado por el católico Lorenzo Servitje, aparece en los boletos para la misa que celebró el pontífice en el Cerro del Cubilete, el 25 de marzo pasado.

No fue el pueblo católico de Guanajuato el que atavió la ciudad para recibirlo, sino autoridades panistas y empresarios poderosos; ellos fueron las verdaderas huestes de Ratzinger.

Y, sin duda, los principales propagandistas fueron el duopolio televisivo y algunas cadenas de radio. En un país donde hay miles de asociaciones religiosas, locutores de radio y televisión adoptaron el papel de predicadores católicos, como si estuvieran sirviendo a medios de comunicación confesionales. Usaban para ello recursos elementales de la mercadotecnia y la demagogia: al despreciar la inteligencia de su auditorio, uno de esos comentaristas afirmó que el papa es muy simpático y muy “humano” pero sólo en persona, no ante las cámaras (verdadero milagro), mientras que otros se referían eufóricos a las supuestas “multitudes” que seguían cada paso de él, al formar vallas “muy nutridas”.

Lo que podía verse el 24 de marzo en las calles de Silao y de León, lo mismo que en la carretera era muy diferente. Había en esas zonas pequeños contingentes, de 50, 100 o 200 personas, en espera de recibir instrucciones sobre el papel que deberían desempeñar. Muchos de ellos eran alumnos de escuelas privadas, seminaristas y otros jóvenes provenientes de colegios privados, que llegaron de otras ciudades: Saltillo, Coahuila; Toluca de Lerdo, Estado de México; Cuernavaca, Morelos; de la delegación de Milpa Alta, Distrito Federal, entre otras.

Según un testimonio recabado en Guadalajara, en algunos lugares les estuvieron ofreciendo beneficios como aprobarles algún trabajo escolar o incluso liberar su cartilla militar, a cambio de que colaboraran con la visita.

En otros casos, se trataba de feligreses de diferentes parroquias, organizados por los sacerdotes, quienes habían alquilado camiones de pasajeros para trasladarlos a lo largo de la visita. Según uno de los choferes de esas unidades, cada una de éstas (con capacidad para unas 40 personas), se alquiló por 6 mil pesos diarios, incluyendo el viaje de ida y de regreso a Guanajuato.

Los seguidores del pontífice, a quienes los organizadores les obsequiaban camisetas patrocinadas por los bancos Banorte e Ixe, esperaban pacientemente la llegada del jerarca, quien pasaba rápidamente en uno de los tantos automóviles de su comitiva, sin dignarse siquiera a asomarse por la ventanilla, y así mientras unos quedaban decepcionados otros se mostraban felices porque según ellos “habían visto al papa”.

Rápidamente, abordaron los mismos camiones en que habían llegado, y que se apresuraban a trasladarlos a otro punto para seguir la misma rutina. Generalmente las vallas constaban sólo de una línea de personas y no se extendían mucho, pero esas eran imágenes prohibidas para la televisión, que mediantes tomas ad hoc exhibía sólo los momentos en que Ratzinger era vitoreado por esos grupos de seguidores.

La Policía Federal, el Ejército Mexicano, el gobierno de Guanajuato, así como otros gobiernos yunquistas colaboraban activamente en los traslados y actos masivos. El 24 de marzo, en León, un paramédico que maneja una camioneta llena de medicamentos para primeros auxilios, y que muestra un gafete alusivo a la visita de Benedicto, explica que proviene de la Secretaría de Salud de Morelos, y que también había paramédicos llegados de Jalisco.

Desde febrero de 2012, el obispo de León, José Guadalupe Martín Rábago, prelado que nació en 1935, en los Altos de Jalisco (una las principales zonas cristeras), estaba consciente de que la visita de Ratzinger no despertaría el fervor popular.

A un mes de la llegada de Ratzinger, admitía que “la Iglesia no ha logrado reclutar a los 100 mil jóvenes necesarios para formar la valla humana durante los recorridos de su santidad. …” (Milenio, 20 de febrero de 2012).

Sugería que el Estado Mayor Presidencial fuera “menos riguroso” en la aceptación de los voluntarios, los que, finalmente, nunca llegaron: tuvieron que ser llevados mediante una dinámica típica de acarreo.

Protestas

Como anticipó el nuncio apostólico en México, Christophe Pierre, el papa venía con el objetivo de impulsar junto con Calderón la llamada libertad religiosa, es decir, la reforma del artículo 24 constitucional para permitir al clero la injerencia en ámbitos como la educación pública, la posesión de medios de comunicación, etcétera, como publicó la revista Proceso, en su edición 1845.

Ante esa expectativa, en el Distrito Federal decenas de jóvenes universitarios, al igual que militantes de varios colectivos, como Pan y Rosas, la Agrupación Estudiantil Contracorriente, La Chichi Indignada y el Pacto por la Vida, la Libertad y losDerechos de las Mujeres, se dieron cita la tarde del 23 de marzo, en el Distrito Federal, para protestar por la visita papal.

A la vez que se manifestaron a favor del Estado laico, protestaron por el encarcelamiento de las mujeres que abortan, persecución fomentada en muchas entidades por el clero católico y los políticos afines a éste, además de exigir respeto a la diversidad sexual.

Sin disponer de grandes recursos, y menos todavía del apoyo de medios poderosos, como Televisa o Radio Centro (que tanto comulgan con la derecha católica), las y los jóvenes usaron su valor y creatividad para defender las libertades.

“Ni de la Iglesia ni del Estado, mi cuerpo es mío”, “Ratzinger, no eres bienvenido”, “Ratzinger y Rivera, cómplices de abusadores”, “Sin monjas ni curas, escuelas seguras”, eran algunas de las consignas que los manifestantes exhibían en pancartas o en su propio cuerpo, como hicieron algunas jóvenes, que lucían topless.

Mientras tanto, iglesias del Centro Histórico como el templo de La Profesa estaban casi vacías y en otras no había materiales alusivos a la visita del papa.
Los escándalos protagonizados por curas pederastas han afectado a la Iglesia Católica. El 24 de marzo, incluso en medios de Guanajuato, se publicó un manifiesto donde una vez más se denunciaban los abusos sexuales del fundador de Los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a quienes Ratzinger no quiso recibir; el escrito iba firmado por el doctor José Barba, reconocido académico y quien en su adolescencia fuera una de las víctimas de Maciel.

En plena visita papal, se presentó en Guanajuato el libro La voluntad de no saber, referente a los abusos de los curas pederastas y a la impunidad de que han disfrutado.

Según las investigaciones de la periodista Sanjuana Martínez, el obispo José Guadalupe Martín Rábago, el prelado anfitrión de Ratzinger, ha protegido al cura pederasta José Luis de María y Campos López, de la Diócesis de Celaya, quien violó varias veces a un niño bajo el argumento de que era “el elegido por Dios” y con la continua protección de Martín Rábago (como puede verse en el sitio http://www.vanguardia.com.mx/acusanaobispomartinrabagodeprotegerasacerdotespederastas-1249367.html).

El 23 de marzo, día de la llegada de Ratzinger, una treintena de personas se manifestó en el trayecto que haría éste, a favor del Estado laico y en defensa de los derechos individuales; fueron agredidos, con insultos y empujones por fanáticos católicos que esperaban al papa: “Los policías estatales comisionados en el lugar tratan de interceder con mucho desgano”.

Un atildado hombre mayor expresa que “con una partida de madre entienden”, mientras una niña lo jala del brazo: “Ya abuelito, cálmate”, como lo reportó La Jornada el 24 de marzo de 2012.

“Los feligreses no quedarán contentos hasta que no rompan algunos carteles y echen a los manifestantes del lugar, ya muy altos los decibeles, al grito de ?¡Viva Cristo rey!’”.

Por la noche, el vocero papal aludió al suceso para justificar la violencia de los católicos. Dijo que “las protestas son normales en todos los viajes del papa. Algo así ocurre cuando minorías quieren oponerse a la alegría de la gran mayoría del pueblo”.

En contraste, en los comentarios de cibernautas respecto de la información anterior se leen opiniones como éstas: “¡Qué bueno que los mexicanos ya nos estemos concientizando y ya no acudimos, en la cantidad que esperaban, a recibir a este personaje!..”; “¡Cuántos acarreados!”; “No se le da […] Benedicto nomás no parece papa”, según lo publicado en www.jornada.unam.mx/2012/03/24/politica/007n1pol.

En Silao, la Iglesia La Luz del Mundo, organización religiosa que defiende el Estado laico, colocó en los terrenos de su propiedad, donde está ubicado su templo Torre de la Fe, en pleno trayecto pontificio, una manta gigantesca y un letrero que cubría el largo muro que circunda el lugar con la frase: “¡Aquí no somos católicos romanos, somos de la Iglesia de la Luz del Mundo”.

En ese lugar, el señor Jorge Ramírez, integrante de ésta, explica: “En Silao hay adventistas, pentecostales, testigos de Jehová, mormones, bautistas, etcétera, pero nunca se atreven a manifestar su inconformidad ante los privilegios del clero católico; nosotros, por el contrario, sí lo hacemos: apelamos a nuestro derecho a expresarnos, porque no estamos haciendo nada fuera de lo establecido por las leyes”.
Los letreros despertaron la indignación de algunos católicos, pero no lograron su retiro y durante los tres días de la visita de Ratzinger, varios miles de seguidores de La Luz, de todo el país e incluso de otras naciones, acudieron a Silao para celebrar una reunión donde participaron conferencistas que abordaron, entre otros temas, los relacionados con el Estado laico.

A más de 30 años de la primera visita de Juan Pablo II a México, en 1979, su sucesor llegó a un país gobernado por la derecha católica, pero mucho menos religioso y donde los abusos del clero y su activismo político, a favor de un gobierno derechista, que a diario agrede al pueblo, han despertado la conciencia del pueblo de la defensa del Estado laico, que es premisa de las libertades personales.

Si el interés que tuvo la visita pontificia para la sociedad es un indicador del poder de convocatoria de la derecha católica encarnada en el PAN, los resultados son desastrosos. No hay posibilidad alguna de “guanajuatizar México”, como quería el expresidente del PAN, Germán Martínez Cázares; más aún, en cuanto a su catolicismo militante, la entidad ya no es como era apenas hace dos o tres décadas.

Fuente: Revista Contralínea 279 / 08 de abril de 2012