En especial, dicha crisis agobia en diferentes grados a los países desarrollados y, sobre todo, a la oronda de antaño Eurozona y, claro, la Unión Europea. La vieja Europa está devastada productivamente como consecuencia de la bárbara acumulación capitalista neoliberal basada en la desregulación financiera; postrada indefinidamente en la depresión y el estancamiento, mientras más se retrase la instrumentación de una estrategia anticrisis estatalmente activa, muy diferente a la ortodoxia monetarista impuesta sádicamente a golpes de hacha por el trinomio Angela Merkel-Nicolas Sarkozy, el Consejo Europeo-Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que potenció el desastre. Con dramáticos retrocesos sociales, en virtud de la propia crisis, el recorte del gasto público y el arrasamiento del estado de bienestar justificado por la supuesta necesidad de abatir el déficit fiscal y el endeudamiento público. Ajustes que han redistribuido los ingresos de las mayorías hacia las minorías, que han sido destinados al rescate de los buitres financieros socializando sus pérdidas y privatizando sus ganancias, y para evitar que la insolvencia de pagos o la declaración unilateral de la moratoria arrastre al abismo al sistema financiero mundial y al capitalismo juntos. Hundido en una crisis política sin precedentes, de credibilidad y legitimidad del sistema de partidos y de la democracia formal gracias al asalto oligárquico, protagonizado por los conglomerados financiero-industriales de los gobiernos nacionales, de la Unión Europea y la Eurozona, que sin representatividad asignan a sus administradores de facto en Grecia e Italia, se ha apoderado, directa o indirectamente, de los resortes institucionales de los regímenes de la región y en la mayoría de los países del mundo.

Durante una reunión en las Naciones Unidas, el 12 de mayo, Joseph Stiglitz señaló que “la austeridad no ha funcionado y no funcionará. Ninguna gran economía se ha recuperado de una crisis (y menos de la magnitud como la que enfrentan Europa y Estados Unidos) mediante un programa de austeridad. Se ha cumplido un lustro ya desde que estalló la burbuja: las economías no se han recuperado, tampoco van a volver a la normalidad en ningún momento cercano” y la crisis ha provocado la pérdida de 200 millones de empleos. Las “perspectivas [son] sombrías” para la economía mundial y “lo mejor que se puede decir” es que a un lado y al otro del Atlántico la economía mira “hacia una época de largo malestar, lento crecimiento y estancamiento. Ésta será la década perdida para Europa y Estados Unidos, como resultado de políticas económicas fallidas”.

Las “políticas fallidas” sólo han agudizado los problemas sin resolver sus propósitos. Como es natural, el brutal ajuste fiscal, basado en el recorte generalizado del gasto público, las pensiones y los salarios, el despido de trabajadores y el alza de precios y de impuestos directos e indirectos, afectó el consumo, la inversión, el empleo y, por añadidura, la eventual reactivación económica. De hecho, la Unión Europea y la Eurozona se paralizaron en el primer trimestre de 2012 (tasa de 0.0 por ciento) y quizá actualmente estén en su segunda recesión desde 2009. Se espera que decrezcan 0.3 por ciento en 2012 y apenas mejoren 1 por ciento en 2013. Alemania declina sensiblemente y acaso Francia ya está en recesión, al igual que al menos otros ochos países, entre ellos Grecia, con la peor caída (6.2 por ciento; desde la segunda mitad de 2008 está en receso), España (-0.4 por ciento) e Italia (1.3 por ciento), cuyo desplome amenaza con un desastre financiero aún más grave, ya que el deterioro de los indicadores citados afectaron la capacidad recaudatoria de los Estados nacionales.

El costo social de la crisis provocada por los especuladores y los programas de ajuste ha sido incalculable ante el fracaso de los resultados arrojados: entre 1997 y el primer trimestre de 2012 la tasa de desempleo en la Unión Europea y la Eurozona pasó de 7.1 por ciento y 7.4 por ciento a 10.2 por ciento y 10.9 por ciento, respectivamente. De 16.5 millones y 11.6 millones de personas, a 24.6 millones y 17.2 millones. En el caso de los jóvenes, la desmovilización oscila entre el 25 y el 50 por ciento en la mayoría de los países. La situación más dramática la registran Irlanda, España, Grecia, Chipre y Dinamarca, donde el desempleo aumentó entre 128 y 189 por ciento. La mayor parte de la población de las naciones europeas padece desempleo, baja en los salarios nominales y las pensiones, alza en la edad de jubilación, deterioro de los servicios sociales y el aumento en sus costos de acceso. Más de una cuarta parte se empobreció.

En promedio, el déficit fiscal en la Unión Europea y la Eurozona bajó de 6.9 y 6.4 por ciento a 4.5 y 4.1 por ciento entre 2009 y 2011, en 243 mil millones de euros: de 808 mil millones a 243 mil millones. Para ajustarlo a la meta de 3 por ciento del PIB de 2012, deberán recortarse casi 200 mil millones más para ubicarlo en el orden de 370 mil millones. En nueve países de los 27 de la Unión Europea se ubica por arriba del 4 por ciento. En Irlanda es de 13.1 por ciento, en Grecia de 9.1 por ciento, en España de 8.5 por ciento y en el Reino Unido de 8.2 por ciento. El problema es que los recortes ya tocaron hueso. ¿También tendrán que cortarlo?

La meta del endeudamiento público es de 60 por ciento del PIB y sólo 14 países cumplen el requisito. Paradójicamente, en los años citados el índice en la Unión Europea y la Eurozona pasó de 74.7 y 85.7 por ciento a 82.5 y 88 por ciento; de 8.8 billones y 7.1 billones a 10.4 billones y 8.2 billones. En Irlanda, de 65 por ciento a 108 por ciento; en Grecia, de 129 a 165 por ciento; en Italia, de 116 a 120 por ciento; y en Portugal, de 83 por ciento a 108 por ciento. Sus mayores débitos se deben a que los préstamos recibidos se han reciclado hacia sus acreedores. Esos países guardan varios rasgos en común: sus finanzas están en ruinas, sus pasivos son prácticamente impagables, son víctimas de la fuga de capitales y los reiterados ataques especulativos, ante la indiferencia de los directivos de la Eurozona, se encuentran en plena recesión, padecen la crisis de sus regímenes políticos, los dramáticos problemas sociales se encuentran en el centro del escenario y zozobran entre el malestar social. Una declaratoria de insolvencia de pagos podría hundir a la Unión Europea y la Eurozona en una crisis de pronósticos reservados, al igual que el resto del mundo capitalista.

Mientras tanto, los causantes del naufragio –los intermediarios, a los que no se les ha tocado– prosiguen con su orgía especulativa.

El JP Morgan, por ejemplo, recién anunció pérdidas por 2 mil millones de dólares, monto que podría elevarse en 1 mil millones más debido a su especulación en el mercado de derivados, mismos con los que desataron el colapso financiero-recesivo.

Las elites no han escapado indemnes de los Indignados. La crisis sistémica es ante todo una crisis política de los regímenes que han antepuesto los intereses privados sobre los de las mayorías y de las naciones. Como escribió hace poco el diario italiano Corriere della Sera: “se ha abierto un enorme cráter en el centro del sistema político. La explosión ha embestido en pleno a los partidos y ha dejado escombros por todos lados”. La derecha, los social-neoliberales, los líderes de la Unión Europea-Eurozona y el FMI le apostaron a la estrategia equivocada, que en todos lados ha fracasado. Quisieron ganar tiempo con la vana esperanza de que las cosas mejoraran por influjo divino. Pero se les acabó el tiempo. Llegó la venganza de los indignados, convertidos en votantes, y los gobiernos empezaron a caer como moscas. Como un vendaval barrieron con ellos y el panorama político cambio sustancialmente.

El primer gobierno que se derrumbó fue el de Islandia en enero de 2009. El más reciente fue Sarkozy. Hasta el momento suman 17. El triunfo de François Holland borró del mapa al escudero de Angela Merkel, que se quedó sola como una profetisa colérica, en su cruzada con el ajuste fiscal y estructural neoliberales, clamando, exigiendo, amenazando en el desierto de su ortodoxia por el ayuno absoluto, por las purgas, porque, según ella, a los pueblos y a las naciones, fundidos, aún tienen exceso de grasa. Pero su soledad será temporal, porque las derrotas electorales sufridas por su partido y sus aliados, merced al descontento de los alemanes, auguran que seguirá el destino de su escudero. Sus días están contados y seguramente el próximo año sólo será un trágico recuerdo. Será la siguiente revancha de los Indignados. Pero antes serán los verdugos de los gobiernos de facto de Grecia, Italia, Reino Unido y España (que encabezan Lucas Papademos, Mario Monti, Gordon Brown y Mariano Rajoy, respectivamente).

La victoria de Holland reforzó las exigencias de un viraje estratégico en las políticas anticrisis. Merkel y los fundamentalistas enfrentan una especie de rebelión en la granja. Barack Obama el banco central europeo y el FMI, sin abandonar las terapias de choque, “sugieren” preocuparse por la reactivación productiva.

Es cierto que Holland no es un radical de izquierda y los espacios de maniobra para impulsar lo que ha dicho, crecimiento económico, inclusión social y disciplina presupuestaria –lo que implica una especie de sesgo keynesiano– es limitado. Sin embargo, los franceses y las organizaciones de izquierda que lo apoyaron, lo presionarán para que fracture el consenso de la ortodoxia monetarista y quizá la neoliberal. Su triunfo reavivará el rechazo a la ortodoxia en otras naciones, como en Grecia o Italia, lo que podría salvar lo que puede quedar en pie: la maltrecha integración, si es que se logra estructurar una estrategia para el conjunto de problemas, en los temas señalados, además del fiscal y del endeudamiento, que no es la causa del desastre, sino la consecuencia de una política equivocada y cuya corrección exige replantear las bases de la acumulación capitalista (la hegemonía financiera).

A la distancia resuenan las palabras de Keynes relativas a la manera de gestionar la deuda externa del continente durante su época. El inglés señaló que se tenía un límite en la capacidad de cumplir con tales obligaciones y quienes suponían lo contrario se decepcionarían y hasta caerían en una práctica peligrosa. Ello, en especial, relacionado con las draconianas condiciones que, con el tratado de Versalles, le impusieron a Alemania, derrotada durante la Primera Guerra Mundial, que la ahogarían y garantizarían la imposibilidad para pagar sus pasivos. “Si firman podrían no cumplir parte del acuerdo. Y sobrevendría el desorden general y las revueltas por todos lados”. Recomendó entonces una cancelación (reestructuración) de esas deudas; un plan que con el mínimo trazo de un lápiz acabaría con el problema. En parte, esa situación se sumó a los factores que llevaron a la Segunda Guerra Mundial.

A la distancia, la manera en cómo se tratan los casos de Grecia, España, Italia y demás, recrea esa situación. Por tanto, a nadie podrá sorprender que la insolvencia de pagos de alguno de ellos detone un nuevo desastre del sistema capitalista.