En silencio, sin despedirse, acaso resentida por la distancia de miles de kilómetros que nos separaban, así se fue la compañera lealísima, amante devota y herramienta útil de los últimos 4 años: ¡murió la PC y a ésta mi homenaje más emocionado!
Parte o prolongación de mi locura permanente no puedo sino expresar el hondo pesar que me causó su deceso. Han sido jornadas continuas de más de 17 horas diarias las que nos unieron ora en el combate, ora en la urdimbre de ideas para el debate o en la amargura sempiterna y tradicional de orfandad de recursos con qué sufragar cuentas propias y ajenas. El matrimonio virtual y real, con las limitaciones connaturales, fue feliz, felicísimo.
Volví de México pleno en ideas e iniciativas. Como es obvio siempre una excursión provoca sensaciones, gatilla ideas, catapulta iniciativas, siembra reflexiones. Vibré con las emociones del público asistente a la crónica musical extraordinaria presentada en Xcaret, Cancún, y nunca sentí tan fuerte el amor patriótico como cuando un jinete, premunido de la bandera mexicana llegó al centro del escenario para convocar vivas y adhesiones del público nacional y visitante, como era mi caso. México lindo y querido y sentí que también era posible decir Perú lindo y querido. Si hay una alegría que imitar, un infinito amor al terruño y un orgullo que exhibir, éste es el del hermano pueblo de los Estados Unidos de México. Y, nuevamente, la música y la acción unidas en feraz monumento espiritual.
En otros textos abundaré en detalles de esta experiencia acontecida en México, no obstante sí debo señalar que es poca la diferencia que uno nota cuando camina por sus calles: la gente, la cordialidad, la cortesía del ciudadano al compás de su infaltable “mande”, grafican a un pueblo combativo que acaso tenga menor mezcla que el peruano pero un pasado imperial maya y azteca, entre otros muchos antecedentes, que nos juntan en un pasado imperial y de grandeza.
Volando a Lima los largos 7 mil kilómetros de Cancún a México DF. y luego a nuestra gris capital, pensaba (si se me permite esta licencia), en cómo enhebrar, de la mano y caricia de mi computadora, múltiples ideas, datos y apuntes y ¡diantres! que pulsé el botón de encendido para comprobar que aquella ya no respondía. Todos los exámenes han dado el mismo resultado: muerte por fatiga, uso excesivo, maltrato (debo confesarlo sin ambages), en pesarosa síntesis: ¡cayó en la lucha!
A mis amigos, a todos los que hayan sentido el romance intenso que significa convivir con una computadora sólo pídoles la expresión compasiva de un segundo de su tiempo como responso simbólico y en homenaje a la fenecida.
Las opciones ahora son limitadísimas: o seguir en cabinas públicas (¿alguien ha descubierto alguna que dé crédito quincenal o mensual?) o en una chúcara laptop que ya reveló que su batería no funciona con autonomía sino la miseria de 10 minutos. O pegada al tomacorriente o ¡nada de nada! Imposible callar que este adminículo carece de los encantos que sí poseía la difunta: teclado grande, pantalla enorme, rugido y definición de lucha por antonomasia desde el principio.
Y lo otro es reunir, con paciencia de Job, por esfuerzo propio o magnanimidad solidaria y ajena, el conjunto de dólares que permitan adquirir otra computadora. Prometo, sí, no lo duden, que la cuidaré mejor y velaré por su salud mecánica. Y rebajaré, de 18 a 15 o menos horas, las jornadas.
¡Tienen mi palabra!
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