La política de la futura administración Trump parece previsible en cuanto a la lucha contra los islamistas y el despliegue de la OTAN en el este de Europa. Pero es mucho más difícil anticipar cuáles son sus intenciones en el Extremo Oriente. El analista Valentin Vasilescu ofrece algunas pistas.
Donald Trump será el presidente de Estados Unidos durante los 4 próximos años. Estados Unidos se considera el «gendarme del mundo» y además traza las líneas de acción de la OTAN. Su política militar estará en manos del general Michael Flynn, ya designado como consejero presidencial para la seguridad nacional.
Una de las certezas sobre la administración Trump es que debe marcar un cambio radical de actitud hacia el gobierno del presidente sirio Bachar al-Assad, lo cual es visible en el hecho que el hoy presidente saliente Barack Obama apartó a Michael Flynn de su cargo como director de la agencia de inteligencia del Pentágono (Defense Intelligence Agency, DIA) precisamente por haber solicitado el cese del apoyo de Estados Unidos a los mercenarios yihadistas.
Desde esta perspectiva, la base rusa de Hmeymim podría convertirse en centro de mando unificado para la lucha contra los mercenarios yihadistas que operan en Siria. Siguiendo esa misma lógica, Estados Unidos tendría que aceptar implicarse junto al Ejército Árabe Sirio participando en acciones militares contra los yihadistas en el terreno, como ya lo hacen varias unidades de Spetsnaz (fuerzas especiales rusas) y de blindados de la Federación Rusa. La aviación de la coalición internacional contra el Emirato Islámico (Daesh), encabezada por Estados Unidos, podría dar apoyo aéreo a las tropas terrestres. Desde la intentona golpista en Turquía, Michael Flynn mostró su apoyo al presidente turco Erdogan, así que sería lógico que Estados Unidos trate de introducirlo en su ecuación para resolver la crisis siria, al igual que Vladimir Putin y Bachar al-Assad, abandonando la variante del respaldo a los combatientes kurdos.
Si bien las posibilidades de cooperación de Estados Unidos con Rusia en el Medio Oriente parecen muy elevadas, esas posibilidades parecen mucho más tenues en cuanto a la desescalada en Europa de la situación creada por la ampliación de la OTAN hasta las fronteras rusas.
Donald Trump ya habló por teléfono con el presidente polaco Andrzej Duda y le garantizó apoyo militar estadounidense. Pero no ha hablado con el presidente de Rumania, ni con el de Bulgaria. Eso significa que el plan de la OTAN para el despliegue de una brigada blindada en los países bálticos y Polonia se concretará durante el mandato de Donald Trump, pero sin el envío de tropas o de medios de combate a otros países de la OTAN, a Rumania ni a Bulgaria. Y el Mar Negro seguirá siendo un lago ruso. Es posible que se negocie la eliminación del escudo antimisiles de Estados Unidos en Polonia y Rumania, a condición de que Rusia ponga en la mesa, como moneda de cambio, alguna garantía de preservación de las principales zonas de interés de Estados Unidos. Pero eso no sucederá en el Extremo Oriente.
Mucho más grandes son las probabilidades de modificación de la actual estrategia de Estados Unidos hacia China, dado el hecho que la economía china se ha ido por delante de la economía estadounidense y que las fuerzas armadas chinas están en condiciones de dotarse de las tecnologías militares más avanzadas. El 60% de la población mundial vive en el sur de Asia y eso explica por qué Estados Unidos no quiere perder ese mercado a manos de China. Una modificación de la estrategia estadounidense sería prohibir el acceso de la flota y de la aviación chinas a sus zonas de interés económico y militar. Eso sería posible mediante la creación de 4 sectores de vigilancia con medios satelitales y aéreos para seguir todos los movimientos de China.
El primer sector abarcaría el acceso al Mar de China Septentrional desde el Océano Índico, con los puntos de paso obligado a través del Estrechos de Malaca y del Estrecho de la Sonda. Aquí tendría el papel clave Singapur, que controla el Estrecho de Malaca –principal vía de aprovisionamiento de China con petróleo proveniente de los países del Golfo. En Singapur, Estados Unidos utiliza la base naval de Sembawang y la base aérea de Paya Lebar.
El segundo sector abarcaría las vías de acceso al Mar de China desde el Océano Pacífico, con los pasos obligados a través del Mar de Joló [también conocido como Mar de Sulú], del Mar de Celebelor [al sur del anterior] y el Canal Babuyan (entre el norte de Filipinas y Taiwán). La coordinación de las misiones estadounidenses de reconocimiento sobre las líneas de comunicación internas en el Mar de China Meridional puede hacerse desde la base estadounidense de Andersen o la base naval de la isla de Guam (Islas Marianas).
El tercer sector abarcaría el acceso al Mar de China Septentrional a través del Océano Pacífico con los puntos de paso obligados, al sur, por la zona situada entre la isla de Taiwán y el archipiélago de Okinawa (Ryukyu) y, al norte, por la zona comprendida entre el archipiélago de Okinawa y la isla de Kyushu (extremo sur de Japón). Hay la misma distancia entre Okinawa y Kyushu que entre la isla de Taiwán y Okinawa: 600 kilómetros. La coordinación de las misiones estadounidenses de reconocimiento puede realizarse desde la base estadounidense en Okinawa.
El cuarto sector abarcaría el acceso al Mar de China Septentrional desde Japón y Corea del Sur. El dispositivo de vigilancia sobre la península de Shandong y la costa este de China ya está siendo garantizado por Corea del Sur y Japón, en el marco de su cooperación con las tropas de Estados Unidos desplegadas en ambos países.
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