Aunque es más educado que su predecesor, Joe Biden sólo es un presidente que no tiene ‎los pies en la tierra. ‎

Cada administración estadounidense define la política de seguridad nacional de Estados Unidos ‎después de haber consultado a los responsables de sus fuerzas armadas y a sus propios ‎especialistas. Es un proceso obligatoriamente largo –puede demorar uno o 2 años. Pero ‎la administración Biden, ansiosa por poner fin a los “desvaríos” antimperialistas de Donald Trump, ‎hizo públicos de inmediato los nuevos principios de la seguridad nacional que pretende aplicar, ‎aun exponiéndose a tener que precisarlos posteriormente [1].‎

La idea central es revitalizar la democracia como sistema de gobierno, para poder movilizar a ‎sus aliados y mantener la organización actual de las relaciones internacionales. Esa estrategia ‎corresponde a lo que Joe Biden había anunciado en Foreign Affairs hace un año, durante su ‎campaña electoral [2].‎

Las orientaciones que Biden acaba de publicar ahora son extremadamente claras, pero ‎no responden a las interrogantes que tendrá que enfrentar. El presidente presenta ciertamente ‎una lista con varios temas de trabajo (pandemia, crisis climática, proliferación nuclear, cuarta ‎revolución industrial) pero no enuncia los nuevos problemas (caída de la producción ‎estadounidense, financierización de la economía, descenso del nivel técnico de Estados Unidos, ‎agravación vertiginosa de la desigualdad en la repartición de la riqueza). ‎

1- La democracia

La democracia es la participación de la mayor parte de la población en la adopción de las ‎decisiones políticas. El presidente Biden parece realista en cuanto a las ambiciones de sus ‎conciudadanos y habla más bien del (informed consent) –o «consentimiento informado»– de ‎los estadounidenses. Biden retoma así la terminología de Walter Lippman, el célebre periodista ‎demócrata formado bajo la propaganda del coronel Edward House [3].‎

Cuando Biden describe la democracia parece estar redactando una disertación clásica, dando gran ‎realce a la separación de los poderes y la moral de los ciudadanos [4]. Sin embargo, ‎al contrario de lo que Biden parece creer, el actual desapego de las poblaciones occidentales por ‎ese tipo de régimen político no es fruto de una desinformación imputable a los «enemigos de ‎América» –o sea a Rusia y China– sino a la transformación sociológica de las mismas sociedades occidentales. ‎

El hecho es que las sociedades occidentales se constituyeron fundamentalmente alrededor de ‎las clases medias, que hoy están en vías de desaparición mientras que los hipermillonarios se van ‎por encima de los gobiernos. Estamos ante un acaparamiento extremo de las riquezas que ‎ya alcanza proporciones nunca vistas desde la época medieval. Por consiguiente, el problema no es tanto ‎restablecer el funcionamiento de las democracias como de saber si aún podrían seguir ‎funcionando y cómo lo harían. ‎

Por ejemplo, los gigantes de internet no tienen ninguna legitimidad para arrogarse poderes de ‎censura. En el compromiso de 1791, Estados Unidos se fundó sobre la base de una total libertad ‎de expresión, estipulada en la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense. Pero, ‎al principio de este año 2021, Google, Facebook y Twitter censuraron al presidente de ‎Estados Unidos –Donald Trump– mientras este se hallaba en pleno ejercicio de sus funciones, con ‎lo cual violaron no la letra sino el espíritu mismo de la Constitución estadounidense. En ese ‎contexto, ¿se puede hablar todavía de democracia? ‎

2- El imperialismo puritano

El presidente Biden se ha nutrido de la cultura imperialista puritana. No sólo cree firmemente que ‎la democracia es el mejor régimen político para su país sino que además cree que también lo es ‎para los demás países. Consciente del valor del ejemplo, Biden pretende imponer ese sistema a ‎todas las naciones redinamizándolo en Estados Unidos. Como parte de ese razonamiento, Biden ‎se fija como misión luchar contra el racismo sistémico en todo el mundo para que triunfen «la ‎democracia, la igualdad y la diversidad». ‎

A Joe Biden no le importa que algunos pueblos no estén interesados en participar en las ‎decisiones políticas ni que crean que la humanidad se compone de una sola raza, y eso ‎no le importa porque él, el presidente Biden, es quien sabe lo que es bueno para esos pueblos… ‎lo sabe mejor que ellos. ‎

En ese aspecto, la administración Biden piensa como los neoconservadores. Al igual que ellos, ‎la administración Biden está dispuesta a imponer la democracia al resto del mundo, creyendo así ‎que lo libera. A menudo hemos subrayado que los neoconservadores no son demócratas ‎ni republicanos… siempre están del lado del poder. ‎

3- La «guerra sin fin»

La principal interrogante que se plantea sobre la administración Biden es saber si va reactivar y ‎continuar la «guerra sin fin» de los presidentes Bush hijo y Obama. Nuevamente tenemos que ‎recordar aquí que esa estrategia, enunciada por ‎el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y por ‎su consejero el almirante Arthur Cebrowski plantea la destrucción de las estructuras mismas de ‎los Estados en una parte sustancial del mundo para que los capitalistas puedan explotar ‎los países sin encontrar resistencia política [5]‎. Esa es la estrategia aplicada en el «Medio Oriente ampliado» o «Gran ‎Medio Oriente», donde los Estados ya han sido destruidos o al menos considerablemente ‎debilitados por las guerras estadounidenses en Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen y Líbano. ‎

Fue George Bush hijo quien declaró oficialmente la «guerra sin fin», no contra individuos ‎o Estados sino contra «el terror», que sin embargo ha existido en casi todas las épocas y sigue ‎existiendo en casi todas las regiones del mundo. ‎

La respuesta del presidente Biden a esa interrogante es ambigua. Biden parece haber entendido ‎que los estadounidenses no quieren seguir viendo morir sus soldados en conflictos que ellos ‎no entienden. Hoy dice estar dispuesto a retirar las tropas estadounidenses de Afganistán, el ‎único país donde Estados Unidos aún mantiene un despliegue militar realmente masivo. ‎

Pero la expresión «guerra sin fin», a pesar de haber sido enunciada por el presidente George ‎Bush hijo y su secretario de Defensa Donald Rumsfeld inmediatamente después de los atentados ‎del 11 de septiembre de 2001, sólo se convirtió en realidad con la invasión de Irak, algo ‎de lo cual el presidente Biden no parece tener conciencia hoy en día. ‎

Ya sabemos, y ha quedado comprobado en numerosas ocasiones, que Biden está afectado por ‎una senilidad precoz. Pero fue él, siendo senador, quien propuso dividir Irak en tres partes ‎separadas entre sí, conforme a la estrategia Rusmfeld/Cebrowski.

Dicho de otra manera, ‎el presidente Biden no está consciente de la evolución reciente del mundo. Tampoco está dispuesto a ‎abandonar la estrategia de la «guerra sin fin» sino sólo a adaptarla en ciertos teatros de ‎operaciones para que no cueste vidas estadounidenses. Y cree poder reactivarla o continuarla, ‎sin tropas estadounidenses en el terreno, pero aportando siempre armas, financiamiento y los ‎‎“consejos” del Pentágono. ‎

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Interim National Security Guidance

March 3, 2021


(PDF - 657.7 kio)

[1Interim National Security Guidance, ‎The White House, marzo de 2021.

[2Why America Must Lead Again. Rescuing U.S. Foreign Policy After Trump”, por Joseph R. Biden Jr., Foreign Affairs, marzo/abril de 2020.

[3El coronel Edward House ‎‎(1858-1938) fue la “eminencia gris” del presidente estadounidense Woodrow Wilson, además de ‎haber sido también uno de los principales artífices de la propaganda de guerra de la época ‎moderna.

[4En el siglo XVIII, el ‎movimiento democrático insistía en que los dirigentes políticos tenían que ser ejemplos de virtud. ‎En Francia, se hablaba incluso de la «virtud republicana». Un dirigente político debía ‎demostrar, en primer lugar, que tenía el coraje de rechazar la corrupción.

[5‎«El proyecto militar de Estados Unidos para ‎el ‎mundo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, ‎‎22 ‎de ‎agosto ‎de 2017.‎