Las armas han hablado. También ha hablado el momento de la verdad. La contraofensiva de Kiev ha fracasado de manera lamentable. Los enormes volúmenes de armamento enviados por los miembros de la OTAN han resultado inútiles. El campo de batalla se ha cubierto de cadáveres de soldados ucranianos enviados a morir inútilmente. Los territorios cuyas poblaciones decidieron por vía de referéndum unirse a la Federación Rusa seguirán siendo rusos.
Este “jaque mate” no sólo marca el fin de la Ucrania que alguna vez conocimos. También significa el fin de la dominación occidental, de un Occidente que apostó por la mentira.
El nacimiento del mundo multipolar puede llegar a concretarse durante este verano, en el marco de varias cumbres internacionales. Se impone una manera de pensar que no reconoce la fuerza como fuente del derecho.
Este artículo fue redactado el 10 de junio. En aquel momento, las únicas informaciones disponibles eran las que divulgaban Rusia y los estados mayores de los países de la OTAN. Kiev había impuesto un silencio mediático total sobre su contraofensiva. Quizás tendríamos que haber esperado un poco antes de publicar este artículo. Pero también pensamos que si Kiev hubiese logrado al menos romper la primera línea defensiva rusa… lo habría anunciado. Por consiguiente, decidimos publicar este análisis.
En 6 días, del 4 al 10 de junio de 2023, la contraofensiva del ejército de Kiev se ha convertido en una terrible derrota.
Las fuerzas rusas habían construido dos líneas defensivas en la parte de la Novorossiya ya liberada y en el Donbass. Los blindados occidentales de Kiev se estrellaron contra la primera línea.
Las tropas de Kiev arremetieron contra una docena de puntos con la esperanza de recuperar el territorio «ocupado». Sus blindados no lograron atravesar la primera línea defensiva rusa, se amontonaron frente a ella y allí fueron destruidos uno por uno por la artillería y los drones rusos.
Antes del inicio de la contraofensiva de Kiev, el ejército ruso había destruido centros de mando y arsenales de las fuerzas armadas ucranianas mediante ataques con misiles. Gran parte de la defensa antiaérea recién instalada había sido igualmente destruida con misiles hipersónicos. Al carecer de los medios antiaéreos destruidos, las fuerzas ucranianas no pudieron llevar a cabo las acciones que la OTAN había planificado.
Exceptuando su sistema de neutralización electrónica de los medios de control del armamento de la OTAN y algunos de sus misiles hipersónicos, Rusia no recurrió a sus nuevas armas.
La frontera se ha convertido en un extenso cementerio de hombres y blindados. Los aeródromos ucranianos están plagados de restos humeantes de aviones MiG-29 y F-16.
Los estados mayores de Estados Unidos, de la OTAN y de Ucrania se acusan entre sí de este histórico desastre. Nadie quiere cargar con la responsabilidad de la derrota. Varios miles de militares ucranianos han muerto inútilmente y 500 000 millones de dólares se han perdido en un gasto igualmente inútil. Las armas occidentales que hacían temblar el mundo en los años 1990 no han servido de nada ante el arsenal ruso de hoy. La fuerza ha cambiado de bando.
En este momento, ya se imponen dos conclusiones:
No debemos confundir el ejército ucraniano con los «nacionalistas integristas»
Ya no existe un ejército ucraniano capaz de librar una guerra de alta intensidad, pero Kiev todavía cuenta con las fuerzas integradas por los «nacionalistas integristas» –a veces denominadas «banderistas» o «ukronazis». Sin embargo, esas fuerzas no cuentan con la preparación necesaria para asumir un conflicto de alta intensidad –su experiencia se limita a la participación en enfrentamientos de baja intensidad. Sus cabecillas lucharon en Chechenia –a finales de los años 1990– bajo las órdenes de la CIA estadounidense y de los servicios secretos de la OTAN, y a veces en Siria –en los años 2020. Están entrenados para cometer asesinatos selectivos, realizar acciones de sabotaje y perpetrar masacres contra civiles. La guerra de alta intensidad está por encima de sus “capacidades”.
Esos elementos han logrado
– sabotear los gasoductos ruso-germano-franco-neerlandeses Nord Stream y Nord Stream 2, el 26 de septiembre de 2022, para sumir a Alemania, y la Unión Europea en general, en la recesión;
– sabotear el puente que atraviesa el estrecho de Kerch, conocido como «el Puente de Crimea», el 8 de octubre de 2022;
– atacar con drones el Kremlin, el 3 de mayo de 2023;
– atacar con drones el barco ruso Ivan Kurs, que defendía el gasoducto Turkish Stream en el Mar Negro, el 26 de mayo de 2023;
– sabotear la represa de Kajovka, para dividir en dos la Novorossiya, el 6 de junio de 2023;
– volar la tubería destinada al transporte de amoníaco entre Togliatti (en Rusia) y Odesa (en Ucrania), el 7 de junio de 2023, para sabotear la producción rusa de fertilizantes.
Como en las dos Guerras Mundiales y durante la guerra fría, los «nacionalistas integristas» ucranianos han demostrado sus “habilidades” en materia de terrorismo, pero no han tenido ningún papel decisivo en el campo de batalla.
En este momento es más importante que nunca percibir la diferencia entre los ucranianos, los militares, que creían defender a su pueblo, y los «nacionalistas integristas» [1], indiferentes estos últimos a la protección de sus compatriotas y que a lo largo de todo un siglo han demostrado tener como único objetivo la erradicación de los rusos y de la cultura rusa.
La Ucrania que alguna vez conocimos ya no existe
Lo que hoy queda de Ucrania es sobre todo un poder de comunicación. Kiev ha logrado hacer creer que el golpe de Estado de 2014, el derrocamiento de un presidente democráticamente electo para poner en el poder a los «nacionalistas integristas», fue una «revolución». También ha logrado disimular el hecho que el régimen nacido de aquel golpe de Estado reprimió a los ucranianos del Donbass, les negó el acceso a los servicios públicos, negó el pago de los salarios a los funcionarios en aquella región, negó el pago de las jubilaciones y acabo bombardeando las ciudades del Donbass. Y también ha logrado hacer creer en Occidente que Ucrania era un país homogéneo donde un solo grupo poblacional siempre vivió una historia común.
Como en la mayoría de las guerras, existe en Ucrania el factor «guerra civil» [2]. Todos pueden comprobar ahora que –a pesar de todo lo que se ha hecho para tratar de negarlo– el análisis que Vladimir Putin publicó en su momento no es una “reconstrucción” de la historia sino una verdad acorde con los hechos. El pueblo del Donbass es profundamente ruso. El pueblo de la Novorossiya, aunque su historia es diferente a la de Rusia (nunca existió en la Novorossiya el sistema de explotación de los siervos), también es de cultura rusa. A lo largo de la historia, Ucrania sólo existió como Estado independiente durante un decenio –durante los agitados periodos de 1917-1922 y 1941-1945–, al que se agregó después el periodo iniciado en 1991, a raíz de la disolución de la URSS.
Durante esos breves periodos, Kiev emprendió limpiezas étnicas y masacró a los propios ucranianos. Primero, cuando los nacionalistas integristas estuvieron en el poder –en 1917-1922, con el régimen de Petliura, y en 1941-1945, con el colaborador de los nazis Stepan Bandera. En 2014-2022, volvió a suceder lo mismo –bajo los presidentes Petro Porochenko y Volodimir Zelenski. O sea, en un siglo, los «nacionalistas integristas» ucranianos –así se designan ellos mismos– han asesinado a más de 3 millones de sus compatriotas.
Durante la Primera Guerra Mundial, la población de la Novorossiya se sublevó contra Kiev, con el anarquista Nestor Majno. Durante la Segunda Guerra Mundial, la población del Donbass y la población de la Novorossiya se sublevaron, como pueblos soviéticos, contra el régimen impuesto en Kiev por los ocupantes nazis y sus colaboradores ucranianos. Esas poblaciones luchan hoy, junto a las fuerzas rusas, contra los «nacionalistas integristas» de Kiev.
La única manera de evitar nuevas masacres es separar a los «nacionalistas integristas» de las poblaciones de cultura rusa que estos se empeñan en tratar de aniquilar [3].
Dado el hecho que la OTAN organizó un golpe de Estado en 2014, puso a los «nacionalistas integristas» en el poder y emprendió una verdadera guerra contra las poblaciones de las regiones de cultura rusa, es evidente que el país ya está dividido y que la única solución para el actual conflicto es dejar a esos elementos en el poder… en Kiev. Tocará a los ucranianos –y sólo a ellos– la tarea de sacarlos definitivamente del poder.
El conflicto actual ha iniciado el proceso. En las regiones liberadas por las fuerzas rusas los pobladores decidieron, mediante referéndums populares, unirse a la Federación Rusa. El presidente Vladimir Putin, interrumpió el avance inicial del año pasado para dejar espacio a las negociaciones con Ucrania, realizadas primero en Bielorrusia y posteriormente en Turquía. La región de Odesa es ucraniana, de jure, pero es culturalmente rusa. De jure, Transnistria sigue siendo moldava pero también es culturalmente rusa.
Técnicamente, la guerra puede considerarse terminada. Ninguna ofensiva de Kiev podrá modificar las nuevas fronteras surgidas del conflicto. Es cierto que los combates pueden prolongarse por mucho tiempo y que las partes están lejos de concluir un tratado de paz.
Pero también es cierto que las armas han hablado y que la suerta está echada. Y que también queda un problema en Ucrania, así como en Moldavia: la región de Odesa y la de Transnistria todavía no han pasado a ser rusas.
Lo más importante, sin embargo, es que aún subsiste un problema de fondo. En violación de sus compromisos orales y escritos, las potencias de la OTAN han acumulado enormes volúmenes de armamento estadounidense junto a la frontera de Rusia, cuya seguridad sigue estando en peligro.
[1] «¿Quiénes son los nacionalistas integristas ucranianos?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de noviembre de 2022.
[2] «¿Es una guerra civil lo que vemos en Ucrania?», Red Voltaire, 18 de noviembre de 2022.
[3] «Ucrania y la Segunda Guerra Mundial como conflicto inconcluso», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 26 de abril de 2022.
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