El último caso de poliomielitis que se declaró en Europa fue hace 3 años en Turquía. Un niño llamado Melik Minas fue el último afectado por esta enfermedad en este continente, que aglutina una población de 870 millones de habitantes repartidos en 51 países.

Es un logro más de un continente con clara vocación social, donde la mayoría de la población puede acceder a la vacunación de forma gratuita y donde las medidas de higiene son, en general, buenas. El hecho de que durante los últimos 3 años no se haya registrado ningún caso más de polio en Europa permite asegurar que el continente está libre de la enfermedad. Sin embargo, la enfermedad no ha desaparecido del planeta.

Regiones donde las condiciones higiénicas son escasas, como amplias regiones de Asia y África, sirven de refugio a esta plaga. La difusión a través de aguas contaminadas o la introducción de las manos sucias en la boca son los medios preferidos por el virus de la polio para propagarse. Por ello, el hecho de que la enfermedad no haya aparecido en un tiempo considerable no quiere decir que no pueda ser re-introducida en un futuro.

Para evitar este problema es necesario un esfuerzo económico y social que permita unas condiciones de higiene adecuadas en el resto del mundo, ya que este factor es clave, no sólo para evitar la polio, sino para frenar muchas otras enfermedades. Obviamente, este punto requiere una distribución más equitativa de la riqueza mundial que, en estos momentos, no se ve cercana. De forma adicional, sería de gran ayuda la contribución de los países industrializados para permitir la vacunación en los lugares donde la polio azote con más virulencia.

Por lo tanto, para poder erradicar de forma completa la poliomielitis en Europa, sería necesaria su erradicación en el resto del mundo, para lo cual haría falta desarrollar una serie de actuaciones. En primer lugar promulgar leyes que impidan pagar precios ínfimos a países productores del tercer mundo por productos que luego se venden muy bien en el mercado occidental.

Los perjudicados serían un número ridículo de personas y los beneficiados demasiados como para obviar este tipo de actuaciones, que permitiría a los países pobres mejorar su higiene y reducir la morbilidad y mortalidad asociada a ciertos tipos de patologías. Por otro lado, sería deseable promover campañas sanitarias de cierta embergadura. Para ello, se debería invertir el flujo presupuestario de "situaciones de emergencia" en países industrializados: cuando surge un conflicto bélico se suele compensar las necesidades presupuestarias de Defensa a base de reducir los gastos en sanidad, investigación y educación.

No estaría mal que ante situaciones de emergencia reales, como lo es la sanidad mundial, los gobiernos occidentales cambiaran esa tendencia y recortaran el gasto armamentístico para invertir en la salud de todos los habitantes de la nave «Tierra».