"Y he aquí que paréme en medio del erial en que el riquísimo paisaje cultural boliviano se había convertido por obra de la maldad humana. 2. Y lo que vi fue un gran ejército, que en medio de gritos y sones de guerra, se aprestaba a librar la gran batalla. 3. Y, al frente de este ejército, estaba el monarca de un reino atribulado que clamaba una tregua para pacificar su país. 4. Y en lo alto de los cielos, rodeada de una corte de cuatro mujeres que sonreían aunque no tenían boca, estaba una hermosa doncella que, tocando su lira, se cobijaba bajo una Media Luna. 5. Y el monarca del reino atribulado llamó en su ayuda, con grandes ayes de dolor, a sus aliados. 6. Pero nadie le escuchó porque estaba escrito que la batalla anunciada con sones y trompetas debía ser librada por él, únicamente, y sin ayuda de nadie." (Apocalipsis boliviano 20:04)

Casi en las antípodas del Tigris y el Eufrates, en la Bolivia atribulada del nuevo milenio -geográficamente situada en el Fin del Mundo- también se librará una gran batalla que enfrentará al presidente Carlos Mesa con las fuerzas del movimiento social o la protesta general. En un escenario similar al Armagedón bíblico al pie del Monte Meguido, el campo de batalla boliviano, silenciosa y enrarecida planicie al pie de colosales montañas, avizora hoy el desencadenamiento de feroces desencuentros en medio de incesante fuego jupiteriano. En estos días previos, al atardecer, cuando se oculta el sol detrás de montes y cumbres que alcanzan un aire más enrarecido todavía, la paleta de un Dios milenario pincela, con tonos ominosos, el desenlace fatal.

En la llanura de Esdralón, más exactamente al frente de Gabaón, en la Mesopotamia bíblica, hace miles de años, peleó Josué con un puñado de valientes recolectados de todas las tribus de Israel. Y venció. Triunfó porque pidió que el Sol no se pusiera hasta que hubiere exterminado a sus muchos enemigos. Días antes, la victoria ya le había concedido el Jehová del Pentateuco. (Josué 10:12 a 13) ¿Está predestinado el presidente Mesa a reencarnar a un nuevo Josué?

Ya sonó el clarín de la batalla, pero todavía no de la victoria.

La Central Obrera Boliviana ha anunciado desde el lunes 3 de mayo la huelga general e indefinida. A la manera del colosal ídolo de cabeza bicéfala de oro, brazos y pecho de plata, piernas de hierro y pies de barro que soñó Nabucodonosor (Daniel 2:31), la protesta general suma fuerzas a último momento, pero también pierde otras en la calma chicha que precede a la tormenta. Así, se reacomodan ciertas fuerzas en posición pretendidamente más ventajosa en tanto las demás hacen apresurados cálculos sobre la conveniencia de sumarse a la huelga. Las ya comprometidas preparan, febriles, la marcha del 1º de mayo porque, luego de velar armas el domingo, protagonizarán la movilización de los días subsiguientes.

En clara maniobra oportunista, la Central Obrera de El Alto, la ciudad-dormitorio y bastión obrero que encabezó heroicamente la resistencia popular que culminó con la renuncia de Sánchez de Lozada en octubre de 2003, ha dispuesto no sumarse a la huelga hasta no realizar un ampliado el día 11 de mayo, esto es ¡para cuando ya se sepa o se infiera quién ganó y quién perdió en la gran batalla! ¿Será que intuyen una derrota o, en el mejor de los casos, una pírrica victoria? (Véase nuestro ¿Es Inminente un Golpe?)

Ya hubo un preludio -obertura wagneriana- de la gran batalla, con los conflictos universitarios y el paro de transporte del día jueves 22 de abril. Aunque la cuestión estudiantil no fue resuelta, el paro inmovilizó el país. Hábilmente, o con desesperación, el presidente obtuvo una tregua estudiantil hasta el 11 de abril y dejó que los transportistas se desgasten prematuramente. En definitiva, capeó el temporal previo.

Pero, hoy tocan timbales y sones de guerra para un otro cantar.

Fieles a la Central Obrera, en primera línea, se ubican los residuos de la histórica Federación de Mineros. Los pocos mineros que quedan están hoy relocalizados y en busca de una jubilación conveniente que parece llegará de la mano de un ministro diligente y hábil en la negociación. Son la primera de las cabezas del ídolo bíblico y comparten la punta de lanza del movimiento social con la otra cabeza, esto es, con los campesinos de Occidente, los tristes labriegos de las regiones más empobrecidas del país y que conforman el formidable movimiento de corte indigenista liderado por el Mallku Felipe Quispe. Firmes en su posición de bloquear los accesos a la ciudad -en especial a La Paz- santuario del aborrecible sistema político colapsado, deberán lidiar también con la época de cosecha de sus productos, lo que podría anticipar un retiro inesperado si es que la lucha se prolonga por demasiado tiempo.

Pero, a último momento, como en el sueño de Nabucodonosor -interpretado por el joven profeta Daniel- caen los brazos y pechos de plata del ídolo, pues se torna dudoso el apoyo de los maestros, aguerridos como ningún otro sector social y sindical. Por si fuera poco, los pies de barro del ídolo, esto es, el poderoso sector del autotransporte que juró un paro inmisericorde para mayo, también ha anunciado su intención de negociar por separado y es casi segura su deserción.

La protesta tiene un cuerpo deforme e hipertrofiado en la cúpula y, paradójicamente, parece derrumbarse bajo el peso de su enorme cabeza en razón a una dirigencia vocinglera e iracunda que dilapidó el momento político y la euforia de octubre de 2003.

En el otro bando, el presidente -en lo que todavía no se sabe si es muestra de fortaleza o debilidad- ha pedido a esa gran mayoría silenciosa, el pueblo llano, que no se sume a la movilización. Jugando un naipe inesperado y sorpresivo, el presidente ha anunciado la recepción de ayuda del exterior. El financiamiento de la banca mundial llega, casi sobre el filo, a paliar el déficit fiscal. La bocanada de oxígeno le permite a su ministro de Hacienda avizorar la posibilidad de cubrir una brecha que hoy es casi mínima. Un poco de voluntad, esfuerzo y creatividad y estará saldado el déficit, al menos hasta la siguiente gestión. Parece, siempre en el plano bíblico, el Sol que detuvo Josué para asegurar su victoria sobre los gabaonitas.

¿Cuál será el reporte de la gran batalla el 1º de mayo y los días subsiguientes? A la manera de Juan, en el Apocalipsis, anticiparemos el futuro en próximas crónicas.

Entretanto, los sones y trompetas de guerra anuncian, ni cabe duda, los prolegómenos a un mundo de metafísica futura, a la manera kantiana, más allá de esta batalla que se libra en ese apartado rincón llamado Bolivia, donde comienza el Fin del Mundo.

II

El movimiento de protesta boliviano resultó -como en la profecía- un inocuo ídolo de pies de barro. El fracaso desnuda una Central Obrera carente de tácticas efectivas que acabó barrida, no tanto por el presidente Mesa y sus escasas huestes -que ahora enfrentan otro reto acaso más ominoso con el sable militar- sino por la indiferencia ciudadana que parece agotada luego del ejercicio sangriento de las jornadas de octubre de 2003.

El desenlace en los campos del Armagedón altiplánico estaba casi previsto (véanse nuestras apocalípticas visiones en ¿Es inminente un Golpe?, El Armagedón, Parte I) porque la escalada descansaba en promesas y no en realidades; en agendas muy particularizadas de cada uno de los sectores en pugna, pero que no llegaron a configurar, conjuntas, una plataforma estratégica única que convoque a la sumatoria ciudadana.

También el fracaso es el resultado, muy posiblemente, de forzar -atenidos a fechas simbólicas- circunstancias y coyunturas revolucionarias que, sin llegar al estado insurreccional permitan, al menos, un reacomodo más favorable de las fuerzas contestatarias al sistema. La lectura histórica de la dirigencia obrera, encabezada por el vocinglero y ahora resistido Jaime Solares, ha resultado enteramente falseada y su praxis política. un verdadero fiasco. Lo lamentable de este quebranto es que apareja graves fisuras en el movimiento popular justo cuanto más debe mostrar unión y fortaleza.

Tanto es así que las recientes voces divisionistas del movimiento obrero boliviano, que amenazan diáspora desde las centrales regionales de Tarija y Santa Cruz, anticipan dispersiones aún mayores. Las divididas fuerzas campesinas que prometían un inclemente cerco a las ciudades, en especial La Paz, sede del Gobierno y santuario simbólico del poder público, han preferido un paso al costado en espera de mejores oportunidades. Su mayor líder, el inquietante Mallku Felipe Quispe, ha optado por una posición prudente en espera de una correlación de fuerzas más favorable.

Su repliegue táctico es también resultado del calendario agrario. En efecto, el mes de mayo, al menos en el altiplano boliviano, está dedicado a la cosecha de tubérculos y, en junio, a la preparación de las tierras de labranza.

Según nos atrevimos a anticipar, era previsible la deserción de los transportistas. Así ocurrió y consumó su defección, enzarzado como se encuentra ahora en la discusión bizantina sobre alícuotas tributarias en la estructura de costos de la gasolina. De manera más discreta, el magisterio urbano, sector radical como pocos, prefirió hacer mutis por el foro en tanto los estudiantes, desconcertados ante el desbande generalizado, parece que archivan sus protestas por mejor presupuesto en las universidades públicas para atenerse únicamente al aumento ofrecido oficialmente.

De los gremialistas (comerciantes minoristas), en su momento el grupo más aguerrido en las instancias previas al 1º de mayo, sólo queda el recuerdo de sus promesas de enguerrillamiento urbano. Su instinto propietario -común a todo comerciante, aún en los del tráfico al menudeo- les llevó a adoptar, como un fetiche, la sola posibilidad de dialogar sin romper lanzas con el presidente, escaldados como se encuentran con el rechazo o indiferencia de la masa ciudadana.

Este escenario desolador presagia descalabros mayores porque, en definitiva, el solo movimiento obrero, en tanto institución política oficial, es parte de un sistema que ingresa en etapa terminal y, por lo tanto, no puede sustraerse al cuadro general de descomposición y recrudecimiento de las contradicciones internas. El resquebrajamiento observado confirma este aserto y seguramente, en las semanas siguientes, asistiremos al ajuste de cuentas que las bases impondrán a una dirigencia obnubilada y frenética cuyos errores tácticos hipotecan irremediablemente la reivindicación popular.

Por tanto, la huelga general e indefinida, con bloqueo de caminos y cerco a las ciudades ha quedado para la agenda de una próxima arremetida si es que todavía quedan arrestos para este año que, paradójicamente, parece muy largo a mediados de mayo. Quedaron lejos las jornadas épicas de abril de 2000 o, las más próximas -pero dramáticas y dolorosas por la generosidad de la sangre derramada- de febrero y octubre de 2004. Es posible que esta última sea el canto del cisne de un movimiento que hoy se diluye en la nada y en el desconcierto.

El panorama es un tanto más halagüeño en el vivac del presidente Mesa, el Josué andino que, sorprendentemente, ha logrado revertir lo que parecía un descalabro seguro. El parto de los montes, en realidad, resultó en un ratoncillo como en la fábula de Samaniego. Aunque la amenaza del golpe de Estado parece renovada con el reciente ruido de sables, éste revela sólo una reacción de cuerpo del estamento militar resentido por un fallo del Tribunal Constitucional. Más pudo su sentimiento gregario que el recurso histriónico del clásico golpe de Estado latinoamericano a que nos acostumbró la militada hace un par de décadas atrás.

En verdad, el golpe de Estado fue ulular de sirenas pero sin bombardeo, un rumor de los muchos que corren entre pasillos de Congreso y ministerio. Su promoción -nos queda la gran sospecha- estuvo a cargo, y con insistencia magistral, desde el mismo Gobierno. No hay las condiciones mínimas para una asonada. Ni las hubo ayer ni tampoco se avizoran para mañana.

Se cierra pues un acto más de la gran tragedia del movimiento popular boliviano, huérfano de orientación ideológica, estrategia y tácticas acomodadas a la realidad delirante de la nueva y acelerada Historia que hoy vivimos asombrados. Es, o parece ser, la apostilla del último capítulo en las crónicas sorprendentes de este remoto paraje llamado Bolivia, donde comienza el Fin del Mundo.