Las simplezas manifestadas por una reina de belleza boliviana revelan, inopinadamente, el profundo desquiciamiento de la sociedad boliviana, herida de muerte por su racismo, exclusión y visión negadora de su propia diversidad. Es la comprobación que, nos plazca o nos incomode, existen muchos bolivianos marcadamente distintos entre sí, tanto por su color, como por su hablar, su forma de pensar o -en estos tiempos de sacrificio- cubrir su desnudez y sobrellevar su pobreza.

Aunque todos son bolivianos -ése es su único denominador común- unos están más próximos a las vivencias de la Quinta Avenida de Nueva York, en tanto otros, los más, son parte de la masa miserable y semidesnuda que ya es mayoría aplastante en este mundo de Dios. Pero, paradoja donde las haya, Miss Bolivia nos descubre, insolente en su apretado bikini, la estrechez de miras de muchos bolivianos, empecinados en negar nuestras riquísimas diferencias.

En efecto, mientras se debaten el referéndum y su abstruso cuestionario, Miss Bolivia, envanecida por su presencia y su origen racial -es hija acriollada de familias descendientes de españoles- declara no ser como los bolivianos de la región occidental y altiplánica, "negros y pequeños" porque, además, ella -y lo decía con retintín de orgullo- habla en inglés. Esta simplicidad extrema y campechana, cargada ingenuamente de racismo, intolerancia y exclusión, ha desatado -sobre la hora nona- una nueva y tormentosa discusión sobre la pureza racial de algunos bolivianos.

Casi todos los que ahora se ceban en la pobreza de espíritu de la exuberante Miss Bolivia, ignoran o soslayan:

a) Que vivimos en una sociedad atormentada por la marcada disparidad de sus miembros;

b) Que unos más, otros menos, también somos intolerantes, racistas y excluyentes, aunque a nuestro augusto modo; y

c) Que, por si fuera poco, muchos nos resistimos a vernos y aceptar las necesarias consecuencias de nuestra gran diversidad cultural y nacional

En suma, nos negamos nosotros mismos.

En Bolivia, quieran o no quieran los que aborrecen el espejo, hay varias razas y etnias para elegir: hay blancos con pedigrí y otros que carecen de abolengo, hay indios de cepa y también mestizos o cuarterones. No es importante afirmar o desmentir la existencia de razas, mezclas o sus derivados, como tampoco es de interés saber -salvo para los etnólogos o para la ciencia de Mendel- si hay esquimales o lapones químicamente puros. En cuanto a la lengua, el otro punto analizado por la venus controvertida, en Bolivia hay quienes hablan buen castellano y se expresan aceptablemente en inglés. Los hay otros -como la damisela de marras- que, a lo mucho, tartajean alguna idea en spanglish. Muchos bolivianos hablan en aimara o quechua al mismo tiempo que el español y, otros, ya muy pocos, cantan a su tierra en una sorprendente variedad de lenguas nativas.

Pero, a todo esto, ¿cuál es la novedad?

Afirmamos que Miss Bolivia, muy en el fondo -despojadas sus declaraciones de la nota de estulticia que el gatopardismo boliviano se celebra en subrayar- no ha hecho más que desnudar una gran verdad cual es el desquiciamiento de la sociedad boliviana. Y acaso por eso su racismo provinciano nos duele como herida que sangra silenciosa y no termina jamás de curar. Por eso, los bolivianos estamos a punto de tomar la historia por asalto, a refundir el país y a reconocer naciones y pueblos originarios y republicanos, aceptando su lugar en la furiosa escena pública de estos días, así como su tierra y su territorio.

En la ubérrima amazonía boliviana en la región oriental del país, aquellas tierras "planas" de las que confiesa provenir la fatua contendiente al cetro de Miss Universo hay, en verdad, bolivianos altos y blancos -o blancoides, si tanto apuran el término los celosos prohibidores de la mención de la palabra "raza"- a la vez que coexisten otros no tan altos ni de epidermis tan clara. Es la "migra" de miles de cabecitas negras altiplánicas que, en busca de horizontes mejores, han contribuido, decisivamente. a levantar una de las economías regionales más impetuosas del país: Santa Cruz, cabeza visible de la Media Luna, la subregión que alienta una cosmovisión perturbadoramente opuesta a la parte occidental y altiplánica de Bolivia.

Pero, hoy nos solazamos con los desatinos de Miss Bolivia.

El tema, en rigor, no debiera merecer más líneas. Sin embargo, ¡cuánta tinta se ha vertido en la prensa y en los apresurados corrillos del país! Admitamos que las infantiles manifestaciones de la dama de marras son harto inoportunas para buena parte de un país que se niega a aceptar que su pluriculturalidad, multietnicidad y prodigiosa diversidad cultural ha encallado en el varadero de la inviabilidad de su sistema político actual.

Y aunque las razas en Bolivia no sean puras -pues poco o nada valen para otra cosa que no sea su gozosa contemplación como esfuerzo dérmico de la Naturaleza y la melanina- más importante, y en ello coincidimos indirectamente con Miss Bolivia, es advertir lo distintos que somos los bolivianos. Y es que, a pesar de todo, los bolivianos auguran como cierta y próxima la posibilidad de construir el nuevo país donde convivan nuestras razas, pueblos, regiones y culturas, cada uno a su modo y a su aire, cantando su pobreza en su lengua materna, o con ese delicioso dejo de quienes proclaman con orgullo, a la legua y escandalosamente, su origen y su piel con color y con bandera.

Es el gran proyecto histórico y revolucionario de las nacionalidades.

No fue intención de la carilinda y espectacular reina de la frivolidad el contribuir a la autoconciencia de su país. Ni siquiera de su región en la que algunos, como ella, piensan de la misma forma, aunque la mayoría -es justo reconocerlo- despojados de la innegable nota de exclusión e intolerancia expuesta en la desafortunada entrevista a la beldad. Pero, parécenos que ya es suficiente de rizar el rizo con los desatinos de Miss Bolivia y, entretanto, negar lo evidente: los bolivianos son harto diferentes unos de otros. Su diversidad, como arma de doble filo, o acelera la diáspora o permite, en la riqueza de su potencial humano, la construcción de una mejor comunidad boliviana. No hay una segunda oportunidad para ellos.

A los bolivianos se les acerca ya la hora de comenzar a trabajar su propia historia.