Recién descubrimos que Giusseppe Tomasi de Lampedusa, el autor de la inmortal novela El Gatopardo nació, creció y murió en Bolivia pues aquí el gatopardismo es cuestión de fe, a tal grado, que el credo político de hoy reza que "todo cambie, para que nada cambie". Es la moneda de madera con la que los políticos tradicionales pagan el ansia y el deseo de cambio genuino de los bolivianos.

Los vectores del sistema político -asimilado a un paralelepípedo que sufre torsiones en cada una de sus aristas- están forzados hasta el máximo con el resultado de la parálisis del aparato estatal y la profunda recesión del país. Sorprendentemente, el sistema permanece vigente - aunque con resucitador mecánico- como resultado del puro instinto de conservación de la "clase política" que ya ha tomado recaudos oportunos y hoy alienta la esperanza de mantener el statu quo, incluso más allá de los próximos ejercicios de democracia participativa: referéndum en julio y Asamblea Constituyente para el 2005.

Es más. Posiblemente la misma Asamblea Constituyente sea cooptada por los cuadros partidarios tradicionales que esperan poder reconformarse hasta el próximo año. De suceder así asistiremos a lo que, hasta hoy, parecía imposible: el renacimiento de la partidocracia y su enjambre de quirópteros a pesar de la enérgica revuelta popular de octubre de 2003.

Para este propósito la "clase política" exige a fondo al aparato mediático (véase nuestra anticipación sobre el uso masivo de los medios de comunicación en "Las jugadas de ajedrez del presidente.") y, favorecida por la cobertura, anuncia cambios en la máquina estatal pero, secreta y calladamente, pone marcha en reversa. Como convidado de piedra en esta cruel tragicomedia asiste, anémico e impotente, el recién derrotado movimiento de protesta.

Así las cosas, el gatopardismo se enseñorea y es el pan de cada día.

¿Cómo fue posible todo este despropósito? En su novela, Lampedusa refiere un diálogo, hacia mayo de 1860, entre el fuerte físicamente, pero débil en espíritu, príncipe Fabrizio de Salina y su sobrino Tancredi cuando éste último le anuncia haberse sumado al complot en contra del rey de Italia pidiendo la república: "Si allí no estamos también nosotros -añadió-, ésos te endilgan la república. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?...".

El escudo de armas del príncipe de Salina tiene un gatopardo (una onza) que, simbólicamente, es el verdadero protagonista de la novela porque traduce el pensamiento y accionar de una clase decadente y vencida que sólo aspira a mantener sus privilegios decimonónicos -en un mundo convulsionado y caótico que preanuncia la revolución- pero a costa de ciertos compromisos en los que no cree sinceramente.

En política, desde entonces, se ha venido en llamar gatopardismo a la actitud de quienes, calladamente opuestos al cambio, paradójicamente, promueven el cambio para que, justamente, nada cambie. Es decir, se apuntan como cabecera de playa en los proyectos más disímiles de reforma pero, en el fondo, alientan la secreta esperanza de mantener incólumes sus privilegios y ventajas, aún cuando parece arrolladora la marea de la protesta social. (Véase, a propósito de las luchas obreras y sindicales, nuestro "En Bolivia todo pasa y no pasa nada").

Desde abril del año 2000 se ha venido configurando una plataforma de reivindicación social expresada en marchas y cercos campesinos así como sucesivas revueltas populares. Hacia finales de septiembre y principios de octubre del año pasado, descubierto el complot de Sánchez de Lozada para la venta esotérica del gas -es decir, negocio oculto y secreto- el movimiento social inició la lucha haciendo petición de: a) un referéndum nacional para decidir si el gas a exportarse se embarcaba en Chile o en Perú. A poco, con mejor criterio, el reclamo tornóse en b) el rechazo y petición de renuncia de Sánchez de Lozada y su entorno palaciego. Acelerando la historia, la protesta pidió c) un referéndum para decidir si el gas se exporta o, mejor aún, si se industrializa. Corriendo tiempos y cronogramas, la protesta advirtió la caducidad del actual sistema político y, alejado Sánchez de Lozada, exigió d) la convocatoria a una Asamblea Constituyente.

Así razonó el pueblo boliviano y así se conformó la llamada Agenda de Octubre, más allá de las continuas intrigas político-parlamentarias. Y es que, según diría Gramsci: "el elemento popular siente, pero no siempre comprende o sabe; el elemento intelectual sabe, pero no siempre comprende y especialmente no siempre siente". Esta Agenda conformó una plataforma de rechazo frontal al sistema político vigente y la exigencia de un nuevo orden de repartos del poder público, sólo posible a través de una Asamblea Constituyente.

Esta, y no otra, es la verdadera lectura del mensaje de Octubre.

El mismo Sánchez de Lozada, al igual que su entorno de asesores, fue siempre renuente a una convocatoria a la Asamblea Constituyente e incluso a un referéndum al que sólo accedió cuando el clamor popular le pasó por encima el rodillo de la historia. Sus asesores, sin embargo, se agazaparon cautamente y, luego de cuatro meses a la sombra, han salido a pedir el cambio a los que se suma, en clara adhesión al gatopardismo, el mismo presidente Mesa.

La Agenda tiene un contenido trascendente cuyo tema de fondo, más allá del referéndum de julio, recala en la inviabilidad del sistema político. No es el referéndum, no es el gas, no son los tributos y ya casi ni siquiera es la extrema pobreza del boliviano (aunque actúa como catalizador): el sistema no va y cada vez es más difícil encontrar paliativos o auxilios ortopédicos a su disfunción extrema .

Si se cree que la consulta de julio vendrá a morigerar la presión social es que el equívoco está llegando a niveles en extremo peligrosos. El valor de un referéndum no reside en el puro ejercicio del voto si no traduce una decisión efectiva. No hay poder de decisión -así se bautice el referéndum como "vinculante"- con el cuestionario impuesto, a rajatabla y contra viento y marea, por el mismo presidente Mesa a fin de proveerse, él mismo, de una carta de legitimidad para imponer su propia versión de la Ley de Hidrocarburos y, posteriormente, tener patente de corso en las negociaciones con Chile.

Si en Octubre de 2003 la revuelta popular se inició con el reclamo de una venta inautorizada del gas boliviano, en julio de 2004 el verdadero contenido referendario -según lo entiende el pueblo- es, indiscutiblemente, la nacionalización de los hidrocarburos. Es una bandera plausible y podría canalizar el descontento generalizado que puede volver a luchar, y aún morir, como en el Octubre Negro.

Por ello, las disquisiciones legalistas o intelectuales sobre la "recuperación de la propiedad en boca de pozo", la "abrogación" de una ley que no se conoce, o el requerimiento de una "estrategia" para la salida "soberana" al mar resultan, en este contexto, inequívoca parafernalia gatopardista que pretende hacer suponer que hay cambio cuando, en realidad, el cambio es el gran ausente en la plataforma de reivindicaciones del pueblo boliviano.

¡Cuidado con las sorpresas! Es en extremo imprudente el menospreciar -como lo hizo Sánchez de Lozada- la intuición popular. Si el pueblo cree, aunque sea por un momento, que está siendo víctima de un nuevo engaño, es muy fácil predecir las consecuencias. Acaso la nacionalización no sea, al final de cuentas, tan mal negocio como pretenden hacernos consentir. Pero el hecho cierto es que hay un sentimiento popular que supone que diciendo sí al referéndum y a las preguntas del presidente, está "nacionalizando" su gas y su riqueza petrolífera. ¡Cuidado con el desengaño!

En Bolivia siempre hemos sido malos alumnos en historia. Este año obtendremos sobresaliente en literatura, por eso volvimos a releer a Lampedusa.

Se consuma, fraudulentamente, el proyecto de postergar todo cambio y renovación a través, paradójicamente, de proponer reformas inocuas e inefectivas, manteniendo incólume un sistema de privilegios políticos inconducentes en la nueva era.

Todo cambia -y cambiará- para que nada cambie.

Desde afuera pregunta insistentemente el teletipo electrónico pidiendo noticias. Algunos corresponsales "de guerra" juraron que Bolivia ardía como Troya en la última versión hollywoodense. No fue así. Tampoco lo será, al menos inmediatamente.

Acabemos. Si alguien quiere un resumen actualizado -y ejecutivo- del acontecer político boliviano, dígasele, de una buena vez, gatopardismo aquí y acullá, de día y de noche, a la mañana y al atardecer.