«Homicida», «asesino», «criminal de guerra», «terrorista», «comandante en jefe de un escuadrón de la muerte»: ninguna de estas palabras podrán ser encontradas en las tribunas hagiográficas difundidas por la prensa atlantista luego del derrame cerebral sufrido por el primer ministro israelí Ariel Sharon. Lamentablemente, esto no nos sorprende. Ya hemos comentado en esta sección la forma en que Sharon ha sido presentado como «hombre de paz» luego de la retirada de Gaza aunque se haya señalado que su único objetivo era facilitar el mantenimiento de la ocupación ilegal de vastos territorios de Cisjordania. Más tarde, a raíz de su controversia con líderes más extremistas y que insistían en seguir soñando con el Gran Israel, Ariel Sharon fue presentado como «centrista».
A todo lo largo de su carrera militar, y posteriormente política, Ariel Sharon fue culpable (de manera personal o por dar las órdenes) de abusos y asesinatos en masa contra las poblaciones árabes, con mucha frecuencia contra civiles. Violó el derecho internacional y pisoteó las resoluciones de Naciones Unidas al privar a poblaciones completas de cualquier esperanza de justicia. Sin embargo, estos crímenes son apenas mencionados en la prensa atlantista que prefiere describirnos a un nacionalista convertido en pragmático en su ancianidad y que ofreció una oportunidad a la paz al organizar la retirada israelí de Gaza. Ningún diario recuerda que luego de esta retirada la aviación y la artillería pesada se encargan de bombardear las ciudades palestinas. Con ello, los cronistas, editorialistas y expertos demuestran un desprecio infinito por las vidas árabes.

Caemos en la fórmula consagrada: «en los momentos en que redactamos estas líneas, Ariel Sharon lucha contra la muerte», pero estos autores de notas necrológicas no esperaron el resultado del combate para comentar en pasado, aunque de manera elogiosa, los actos políticos del general Sharon.
El debate en la prensa atlantista opone hagiógrafos optimistas a pesimistas. Repiten los lugares comunes sobre el conflicto israelo-palestino: Sharon cambió y se convirtió en un hombre de paz, la retirada de Gaza constituyó un importante paso hacia la paz emprendido por un hombre valiente, los árabes no aprovecharon las oportunidades de lograr la paz. No obstante, para una parte de los comentaristas, la estrategia política seguida por el Primer Ministro no lo sobrevivirá, mientras que para los demás el proyecto marcha sobre ruedas.

En The Independent, el ex ministro conservador británico de Relaciones Exteriores, Malcolm Rifkind, lamenta la desaparición de Ariel Sharon, acontecimiento que compara con el asesinato de Yitzhak Rabin. Paradójicamente, el autor no se esfuerza demasiado en ocultar los abusos cometidos por aquel cuya desaparición siente. Recuerda la invasión del Líbano, la masacre de Sabra y Shatila, la escalada de la colonización y la provocación de Al-Aqsa. Pero, no obstante, considera que Sharon era el único capaz de lograr que los israelíes aceptaran la existencia de un Estado palestino.
El psiquiatra y editorialista neoconservador, reciente promotor del empleo de la tortura en la «guerra contra el terrorismo», Charles Krauthammer, lamenta en el Washington Post la desaparición de Ariel Sharon de la vida política. En su opinión, estamos ante el peor desastre que sacude a Israel en los últimos 60 años. ¡Demonios! Llevando a los extremos la personalización de la política israelí plantea que resultará muy difícil para Kadima, el partido fundado por el primer ministro israelí, seguir adelante con la política «genial» de Ariel Sharon.
Alejado en teoría de las tesis y orientaciones del señor Krauthammer, el rabino Michael Lerner, jefe de redacción de la revista de la izquierda judía estadounidense Tikkun Magazine y presidente de la asociación pacifista judía Rabbis for Peace, comparte, en nombre de la paz, el mismo razonamiento que el editorialista neoconservador. En los diarios The Age (Australia)y The Berkeley Daily Planet (Estados Unidos) afirma rogar por el restablecimiento de Ariel Sharon para que éste pueda continuar la lucha política. Recuerda que por mucho tiempo fue adversario del Primer Ministro pero considera, contra toda posibilidad, que este último es en estos momentos uno de los pocos hombres capaces de devolver la paz al Medio Oriente.

Compartiendo prácticamente la misma visión de Ariel Sharon y de su política, algunos analistas estiman que la política por él adoptada seguirá siendo aplicada luego de su muerte o retiro.
Yoel Marcus, editorialista de Ha’aretz, el diario de referencia de la izquierda israelí, saluda al «Charles de Gaulle israelí», al hombre electo por la extrema derecha que organizó la retirada de Gaza. Lamenta que los palestinos no hayan sabido aprovechar la «oportunidad», pero afirma, llevando aún más lejos la lógica culturalista con relación a la llamada falta de contraparte para la paz, que «los árabes serán siempre los árabes». Deplora la pérdida del «gigante de 1948», aunque considera que Kadima es el fruto de un momento político y no de un hombre, y que la política de Ariel Sharon seguirá siendo aplicada.
Barry Rubin, director del Centre Global Research in International Affairs, comparte este punto de vista en una tribuna difundida por Project Syndicate que sólo ha sido publicada hasta el momento por el Korea Herald. Fiel a la opinión que tuvo a bien brindar cuando se creó Kadima, considera que este partido es el reflejo de un nuevo consenso en el seno de la sociedad israelí y que, por consiguiente, deberá ganar las próximas elecciones. Alaba las acciones del Primer Ministro y opina que su partido podrá seguir adelante sin él.

Aunque predominante en la prensa occidental, la representación positiva del Primer Ministro israelí se ve matizada por algunos autores valientes y muy aislados.
De esta forma, Gideon Levy, editorialista de izquierda de Ha’aretz, publica una opinión contraria a la de su colega Yoel Marcus. En su opinión, el balance de la política de Ariel Sharon con relación a Israel es globalmente negativo. Recuerda que el Primer Ministro llevó a cabo la colonización de los territorios ocupados, lanzó la invasión israelí contra el Líbano y participó en el fortalecimiento de Hamas. Para el autor, la retirada de Gaza constituye un acto de contrición respecto de la primera política, pero señala que Hamas seguía sacando provecho de la política de Ariel Sharon y que en estos momentos las tensiones con Irán llegan al paroxismo. Observemos que aunque cuestiona la política de Ariel Sharon, el autor sólo lo hace desde el punto de vista de los intereses israelíes. Al parecer, no hay lugar para el punto de vista árabe en la prensa «occidental».
Yasser Abed Rabbo, ex ministro de la Autoridad Palestina y negociador de la iniciativa de Ginebra, es uno de los pocos dirigentes árabes que puede ofrecer su opinión sobre el tema en entrevista concedida al diario Le Monde. Y aún en este caso, prácticamente pide disculpas por no unirse al coro de plañideras y trata de recordar por qué los palestinos no notaron el «cambio» en el ocaso de la carrera de Ariel Sharon. Menciona la incursión de Qibya, la masacre de Sabra y Shatila y la operación de Jenin, elementos que explican porqué, contrariamente a la opinión occidental, para los palestinos la desaparición de Ariel Sharon no es la de un hombre de paz. Sin embargo, el autor confía, aunque no parece creer mucho en ello, en que su sucesor tenga un comportamiento diferente y que la vida política israelí cambiará luego de la muerte de su patriarca como ocurrió con la Autoridad Palestina.

No olvidemos que Ariel Sharon comienza su carrera en la organización terrorista Haganah. A inicios de los años 50 dirige un escuadrón de la muerte, la Unidad 101, que asesina civiles árabes para obligar a sus familias a abandonar sus tierras. A la cabeza de este escuadrón masacra a toda la población de la ciudad jordana de Qibya. Convertido en general, en virtud de sus actos de heroísmo durante la Guerra de los Seis Días, invade el Líbano con sus unidades por iniciativa propia y desobedeciendo las órdenes del estado mayor. Una vez en Beirut, rodea los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila y comienza a exterminar a la población. Al no contar con suficientes hombres, confía a las milicias cristianas del mercenario Elie Hokeiba la tarea de terminar el trabajo. Juzgado por crímenes de guerra por un tribunal israelí, se le prohíbe ocupar cualquier puesto ministerial. A comienzos del siglo XXI realiza nuevas provocaciones que provocan la segunda Intifada. Se descubre entonces que la decisión que le prohibía ser ministro no le impedía ser Primer Ministro. Promete reprimir la Intifada que él mismo había provocado y es electo Primer Ministro. Rompe entonces con los partidarios del Gran Israel y organiza el nuevo despliegue del ejército de forma que fueran ocupados todos los territorios posibles al tiempo que hace operativa su defensa. Burlándose de la comunidad internacional construye un muro para modificar las fronteras de manera unilateral, luego repliega a los colonos y a sus tropas detrás del mismo y anexa de forma definitiva una parte de los territorios palestinos. Participa al mismo tiempo en una operación de limpieza política que preveía la eliminación física de Yasser Arafat y otros líderes, la censura de las candidaturas palestinas más representativas y el arreglo de las elecciones palestinas, la elección por defecto de Mahmud Abbas y finalmente la creación de Kadima.

Si lo que buscamos es una crítica virulenta a las acciones del Primer Ministro en «Occidente» debemos remitirnos a los movimientos sionistas más radicales.
El reverendo fundamentalista y dirigente de la Christian Coalition, Pat Robertson, aprovechó su emisión en la Christian Broadcasting Corporation para explicar las «razones» del derrame cerebral sufrido por el Primer Ministro israelí. En opinión de Robertson, Ariel Sharon (que ya tiene 77 años) es víctima de una venganza divina por haber organizado la retirada de Gaza. El señor Robertson es miembro de una corriente sionista cristiana para la cual la creación de Israel en 1948 es la señal de que se acerca el «fin de los tiempos». Lector literal de la Biblia, considera que cuando se reconstruya el templo de Jerusalén sobre las ruinas de la mezquita de Al-Aqsa Cristo regresará para establecer su reino, destruir a los musulmanes y liberales, y convertir a los judíos. En el pasado, el autor acusó a los «liberales» de ser responsables de los atentados del 11 de septiembre de 2001, presentados como un castigo divino, y pidió el asesinato del presidente venezolano Hugo Chávez, acusado de «comunista».
Esta opinión podría hacernos sonreír si el reverendo Robertson no contara con tantos fieles, sobre todo entre los miembros del partido republicano estadounidense.