Quienes atizan la condena no son ingenuos, y mucho menos sinceros.
Resultan de los oportunistas que, a cuenta de determinados insanos intereses, gustan hacer polvo del pretendido árbol caído.
Ni siquiera son originales, porque intentar culpar a la extinta Unión Soviética del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial a 70 años de distancia, no es una propuesta novedosa ni mucho menos. Proviene desde el mismo año 1939, en que los nazis irrumpieron en Polonia y desataron de una vez la peor conflagración en la historia de la humanidad.
El pretexto esgrimido por Occidente para aquellos y estos dislates propagandísticos, fue el acuerdo de no agresión entre Moscú y Berlín, al cual el gobierno de José Stalin accedió antes de la irrupción germana en suelo polaco, para ganar tiempo frente a un ataque fascista considerado inevitable, y que, por demás, era el sueño dorado de las grandes potencias capitalistas.
Para estos "novedosos" y "pulcros" historiadores parecen no existir los intensos y prolongados devaneos de Washington, Inglaterra y Francia frente al rearme alemán en los años precedentes a la guerra, y al que incluso contribuyeron con el suministro de bienes y tecnología.
Los antepasados del ex presidente norteamericano George W. Bush bien pueden dar testimonios de esa "alianza" favorecedora del agresivo expansionismo ario, de la que fueron privilegiados partícipes.
Para los "ilustres académicos" no parece ser tampoco tema de análisis la pretendida "neutralidad" occidental cuando los falangistas, con el apoyo directo de la Alemania nazi y de la Italia fascista, derrocaron por la fuerza a la República Española, o cuando Roma invadió a la depauperada Etiopía.
Mucho menos toman en cuenta el burdo acuerdo entre París, Londres y Berlín en que se concedía a Hitler el despojo territorial de Checoslovaquia. Al fin y al cabo, complacer al nazismo, pensaban los líderes capitalistas de entonces, era empujarlo al Este, contra la siempre odiada Unión Soviética.
Solo que el "muñeco" germano tenía otros planes de conquista universal que sobrepasaban los cálculos de quienes le incentivaron hasta el último minuto.
Y aun en medio de la debacle, iniciada ya la invasión nazi contra la Unión Soviética y conformada la coalición internacional antifascista, sus integrantes occidentales, Gran Bretaña y los Estados Unidos, demoraron hasta el infinito la apertura de un segundo frente europeo con la esperanza de que germanos y soviéticos se exterminaran mutuamente.
No fue hasta las contundentes victorias del Ejército Rojo en Stalingrado, el Arco de Kursk, y otros frentes que, temerosos de la irrupción en el Oeste de las tropas soviéticas, se decidió el ataque aliado en Europa, el cual se intentó incluso programar por los Balcanes antes que por las costas francesas, con el único interés de interceptar a los "rusos" a las puertas de sus fronteras.
Y si hubo entrega, valentía, y sacrificios enormes entre todos aquellos que honestamente lucharon contra la peste nazi, nunca ninguna onerosa versión podrá opacar el tremendo heroísmo masivo de los soviéticos, que al costo de 29 millones de vidas y colosales pérdidas materiales, rompieron el espinazo a la maquinaria bélica hitleriana, aupada por las fuerzas imperialistas como su punta de lanza contra el fantasma del comunismo.
La verdad sea dicha y sea conocida, sobre todo por las nuevas generaciones, entre las cuales, es evidente, los "revisores del pasado", verdaderos manipuladores de ultraderecha, intentan implantar la confusión y la mentira en el hipócrita entendido de que los presuntos vencedores son finalmente los que escriben la historia.
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