El casi cincuentenario bloqueo económico, comercial y financiero norteamericano a Cuba se mantiene inalterable.
Las bases esenciales del engendro imperialista no retroceden por muchos afeites y declamaciones que se mezclen.
El casi cincuentenario bloqueo económico, comercial y financiero norteamericano a Cuba se mantiene inalterable.
Las bases esenciales del engendro imperialista no retroceden por muchos afeites y declamaciones que se mezclen.
Contra Cuba obra, bajo el eufemístico título de “embargo” tan utilizado en occidente, todo un entramado de disposiciones y legajos made in USA que hacen del cerco a la mayor de las Antillas un bulto contrahecho de enormes proporciones.
Se mezclan así la Ley norteamericana de Comercio con el Enemigo, que restringe tal actividad “con hostiles”; la Ley de Asistencia Exterior, de septiembre de 1961, que autoriza a Washington a cercar a Cuba y negarle toda ayuda económica; la Ley de Administración de las Exportaciones, que vigila las ventas que puedan “afectar la seguridad nacional de los Estados Unidos”; y la Ley Torricelli, que hizo extraterritorial el alcance del bloqueo, cercenó las transacciones de subsidiarias norteamericanas en otras naciones con la Isla, e impuso castigo a buques extranjeros que tocaran puertos cubanos, entre otros desmanes.
Se suman además la Ley Helms-Burton, la cual arremetió contra los empresarios extranjeros que negocian con Cuba y abrió la posibilidad de reclamaciones legales a La Habana por confiscación de bienes; y las Regulaciones de Administración de las Exportaciones, que prohíben ventas estadounidenses al país caribeño, salvo casos excepcionales.
Como bien rezan consideraciones de numerosos especialistas internacionales, este cuerpo de medidas agresivas clasifica, por un lado, como acto de crimen masivo en virtud del inciso c del artículo II de la Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio y, por otro, como acto de guerra económica, de acuerdo con lo establecido en la Declaración relativa al Derecho de la Guerra Marítima adoptada por la Conferencia Naval de Londres en 1909.
Vale insistir que hasta diciembre del 2008 los daños directos e indirectos del bloqueo contra los habitantes de la mayor de las Antillas superan los 96 mil millones de dólares, cifra que ascendería a 236 mil 221 millones si el cómputo fuese realizado a los precios actuales de la moneda norteamericana.
Ello ha significado, en números redondos, más de decenio y medio de boicot al desarrollo sostenible de este país en todos los sentidos, y actos tan crueles como pérdidas de vidas por la falta de un tratamiento o de un fármaco negados por Washington en horas cruciales.
En fin, todo un rosario de brutalidad, inhumanidad, agresividad e injerencismo que el mundo comprende y condena, pero que Estados Unidos, incluso aislado políticamente, insiste en no variar a cuenta de intentar imponer su criminal voluntad.
por Thierry Meyssan
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