China sigue sorprendiendo. Y ya no tanto por sus elevadas tasas de crecimiento económico, sino por el hecho casi insólito de que las materialice en medio de una de las crisis más severas que ha enfrentado el planeta en los últimos decenios.
Originado a partir de la especulación irresponsable de las bolsas y de las desmedidas apetencias de las financieras y empresas de seguro en los Estados Unidos, el caos económico se extendió rápidamente por el orbe como plaga imposible de controlar.
Desde la Casa Blanca y otros centros de poder capitalista la alarma se tradujo en “sabia solución”: vaciar el erario público para asistir a los “muchachos alegres” de los mercados, de manera de ponerlos a flote y en condiciones de, en tanto pilares del sistema, sigan adelante con sus cabriolas.
Desde luego, los malos vientos no dejaron de batir también al gigante asiático, devenido de las primeras potencias económicas del planeta. Pero la solución China no solo fue diferente, sino también acertada.
Los miles de millones de dólares destinados por Beijing a conjurar los golpes, tuvieron como punto de mira el estímulo al gigantesco consumo interno, y por tanto a la elevación del nivel y la calidad de vida de la población.
Con su ancestral sabiduría, los chinos daban nuevo ejemplo de precisión. En poco tiempo las noticias eran sorprendentes. China se consolidaba como primer exportador de automóviles del planeta, dejando bien atrás a la industria norteamericana. Más recientemente la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), decretaba que Beijing ocupa ya el segundo lugar en producción manufacturera a nivel mundial, después de los Estados Unidos y por encima de Japón.
De acuerdo a los estimados de la ONUDI, la participación de la producción industrial china a nivel mundial alcanzó el 15,6 por ciento en 2009, por delante la nipona, que representó el 15,4 por ciento.
Mientras, los Estados Unidos logró el 19 por ciento en ese lapso, colocándose en el primer sitio. “Los tres países, reza el informe, representan en conjunto la mitad de la producción industrial manufacturera global”.
Pero hay más. Al cierre del primer trimestre de este 2010, China marcó crecimiento económico de 12 por ciento, lo cual confirmó su buen estado de salud.
El gigante asiático, que a inicios de la crisis vio frenarse su producción, ya había logrado la subida de más de 10 por ciento en los primeros tres meses de 2009.
De todas formas, las propias autoridades chinas, satisfechas del desempeño nacional, no pierden vigilancia sobre la posibilidad de otro recalentamiento económico, y mantienen prioritaria vigilancia sobre el posible desenfreno inflacionario mediante medidas como el control de préstamos bancarios, los precios de los combustibles, y los movimientos del yuan con respecto al dólar.
China enseña que la responsabilidad y la seriedad son armas importantes cuando se trata de lidiar con el fogoso potro de la economía, en las condiciones de un mundo caotizado como el nuestro.
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