El presidente Fayez Al-Sarraj, jefe de uno de los gobiernos que hoy luchan entre sí en Libia, y ‎su subsecretario de Defensa, el general Salah Al-Namrush, dan los últimos toques al plan de ‎intervención de Turquía.‎

Todos coinciden en reconocer que la dramática situación de Libia y del Sahel es consecuencia de ‎la intervención ilegal de la OTAN, desatada en 2011. Sin embargo, pocos han estudiado aquel ‎periodo tratando de entender cómo se llegó a la situación de hoy. A falta de reflexión sobre la ‎cuestión, una nueva catástrofe está hoy a punto de producirse. ‎

Es importante conservar en mente varios hechos que los medios de difusión se obstinan en ‎querer olvidar:
 La Yamahiriya Árabe Libia, nacida de un golpe de Estado que registró muy poco ‎derramamiento de sangre, no fue la llegada al poder de un dictador loco sino un acto de ‎liberación nacional ante el imperialismo británico. Fue también la expresión de una voluntad de ‎modernización que se tradujo en la abolición de la esclavitud y en un intento de reconciliación ‎entre las poblaciones árabes y las poblaciones negras de África.
 La sociedad libia está organizada en tribus, lo cual hace imposible –al menos en la situación ‎actual– instaurar allí una verdadera democracia. Muammar el-Kadhafi había organizado la ‎Yamahiriya Árabe Libia según el modelo de las comunidades imaginadas por los socialistas ‎utópicos franceses del siglo XIX, lo cual equivalía a crear una vida democrática a nivel local, ‎sin que esta se extendiese al nivel nacional. La Yamahiriya fue derrocada precisamente por ‎carecer de una política de alianzas, lo cual le impidió defenderse.
 La coalición que atacó Libia se hallaba bajo la dirección de Estados Unidos, país que durante todo ‎el conflicto ocultó a sus propios aliados el fin que realmente perseguía, para ponerlos ‎finalmente ante los hechos consumados, conforme a la política definida como leading ‎from behind, o sea «dirigir desde atrás». Después de haber clamado durante meses que ‎la OTAN no intervendría en Libia, fue finalmente ese bloque militar quien dirigió las operaciones. ‎Washington nunca trató de instalar en Libia un gobierno bajo control estadounidense, lo que ‎hizo fue propiciar el ascenso de fuerzas rivales entre sí para impedir el regreso a la paz entre ‎los libios, en aplicación de la doctrina Rumsfeld/Cebrowski [1].‎
 En Libia no hubo una revolución popular contra la Yamahiriya sino una agresión de fuerzas ‎terrestres de al-Qaeda, un regreso manipulado a la división de antaño entre las regiones de ‎Cirenaica y Tripolitania y la intervención militar externa bajo la coordinación garantizada por ‎la OTAN –con países miembros de la OTAN garantizando los ataques aéreos mientras que la tribu de los ‎misrata y las fuerzas especiales qataríes se encargaban de realizar las operaciones terrestres. ‎

A partir de aquel momento, la rivalidad entre el gobierno instaurado en Trípoli y el gobierno ‎de Bengazi hizo retroceder el país a la época anterior a 1951, cuando Libia se dividía en dos Estados separados –Tripolitania y Cirenaica–, rivalidad reinstaurada o despertada durante la ‎agresión de la OTAN. Pero en este momento, en vez reaccionar respaldando a uno u otro bando ‎contra el otro, la única posibilidad sensata de restablecer la paz sería tratar de unirlos contra a ‎los enemigos del país. ‎

Actualmente, el gobierno establecido en Trípoli cuenta con el respaldo de la ONU, Turquía ‎y Qatar, mientras que el gobierno de Bengazi tiene el apoyo de Egipto, Emiratos Árabes Unidos, ‎Francia y Rusia. Fiel a su estrategia de siempre, Estados Unidos es el único país que apoya ‎simultáneamente a los dos bandos, para que sigan matándose indefinidamente. ‎

Imagen de la resolución del parlamento de Turquía que autoriza el ‎despliegue de tropas turcas en Libia. ‎

En Ankara, el parlamento turco adoptó este 2 de enero una resolución que autoriza la intervención ‎militar turca en Libia, lo cual puede interpretarse de 3 maneras que se complementan entre sí:
 Turquía apoya a la Hermandad Musulmana, instalada en el poder en Trípoli, lo cual explica ‎simultáneamente el apoyo de Qatar –favorable a la cofradía– a ese gobierno y la oposición ‎de Egipto, de Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudita.
 Turquía desarrolla sus ambiciones regionales apoyándose en los descendientes de los antiguos ‎soldados otomanos que pueblan Misurata, lo cual explica el apoyo de Ankara al gobierno de ‎Trípoli, la capital libia, cuyo control se halla desde 2011 precisamente en manos de la tribu de ‎los misrata.
 Turquía utiliza en Libia a los yihadistas que ya no puede seguir protegiendo en Idlib (Siria), de ‎donde está evacuándolos y trasladándolos a Libia, concretamente a la región de Tripolitania, para ‎lanzarlos al asalto de Bengazi. ‎

A la luz del derecho internacional, la intervención turca es legal ya que se basa en un pedido del ‎gobierno de Trípoli, legalizado por el acuerdo firmado en Skhirat (Marruecos), el 17 de diciembre ‎de 2015, y por la resolución 2259 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada el 23 de ‎diciembre de 2015. Sin embargo, todas las demás intervenciones exteriores son ilegales… ‎a pesar de que el gobierno de Trípoli se compone de la Hermandad Musulmana, al-Qaeda y el ‎Emirato Islámico (Daesh). Dicho claramente, estamos viendo en Libia una inversión de los ‎papeles, con los fanáticos yihadistas en el oeste del país –y respaldados por la ONU– mientras que ‎quienes luchan contra ellos, desde el este de Libia, se hallan en la ilegalidad. ‎

Por el momento, sólo hay algunos soldados turcos del lado del gobierno de Trípoli pero hay ‎soldados egipcios, emiratíes, franceses y rusos junto al de Bengazi. El anuncio del envío oficial de ‎algunos soldados turcos más no modificará mucho ese equilibrio pero sí lo hará el traslado ‎a Libia de yihadistas exfiltrados de Siria, movimiento que puede llegar a ser del orden de cientos ‎de miles de individuos, llegando eventualmente a invertir la correlación de fuerzas. ‎

No es inútil volver a recordar, contrariamente a lo que se afirma en la “historia oficial” que ‎Occidente pretende imponer, que el llamado «Ejército Sirio Libre» no se inició –al principio de la ‎agresión externa contra Siria– con desertores sirios sino que se creó con yihadistas libios de al-‎Qaeda. Era por lo tanto previsible que esos yihadistas regresaran a su país de origen. ‎

Las milicias sirias turcomanas y los yihadistas de la Legión del Levante (Faylaq al-Sham), lo cual ‎representa unos 5 000 individuos, ya están siendo trasladados a Libia. Si se mantiene esta ‎‎“migración” de yihadistas a través de Túnez, la llegada de refuerzos para el gobierno de Al-Sarraj ‎podría durar años, hasta que termine la liberación total de la gobernación siria de Idlib. Por supuesto, esto ‎sería excelente para Siria, pero significaría una catástrofe para Libia y para el Sahel en general. ‎

Libia se vería entonces en la misma situación que enfrentó Siria: con los yihadistas respaldados ‎por Turquía arremetiendo contra las poblaciones locales respaldadas por Rusia –dos potencias ‎que ponen extremo cuidado en no enfrentarse directamente, siendo Turquía miembro de ‎la OTAN. ‎

Al instalarse en Trípoli, Turquía pasa a controlar el segundo gran flujo de migrantes hacia los países ‎de la Unión Europea. Eso pone a Ankara en condiciones de recrudecer el chantaje que ya ejerce ‎sobre la Unión Europea gracias al actual flujo de migrantes a través del territorio turco. ‎

Debido a la ausencia de fronteras físicas, los ejércitos yihadistas circularán libremente por ‎el desierto, desde Libia, por todo el conjunto del Sahel, lo cual hará a los países del G5-Sahel ‎‎(Mauritania, Mali, Burkina Fasso, Níger y Chad), todavía más dependientes de las fuerzas ‎antiterroristas francesas y del AfriCom estadounidense. Los yihadistas amenazarán Argelia pero ‎no Túnez, país que ya está en manos de la Hermandad Musulmana y que controla el tránsito de ‎yihadistas por la isla de Yerba (también llamada Jerba). ‎

Las poblaciones sunnitas del Sahel serán entonces objeto de una “purificación” y los cristianos de ‎esa región serán expulsados de allí, como antes fueron expulsados los cristianos del Oriente. ‎

Llegará un momento en que los ejércitos yihadistas cruzarán el Mediterráneo –no olvidemos que ‎las islas italianas, principalmente Lampedusa y Malta, están a 500 millas náuticas. La ‎Cuarta Flota estadounidense intervendrá inmediatamente para rechazar a los yihadistas, ‎en virtud de los Tratados del Atlántico Norte y de Maastricht, pero el caos se extenderá ‎inevitablemente a los países de Europa occidental. Será entonces cuando, por fin, los europeos ‎entenderán el gravísimo error que cometieron al embarcarse en el derrocamiento de la Yamahiriya ‎Árabe Libia. ‎

[1«El proyecto militar de ‎Estados Unidos para el mundo», por Thierry Meyssan, ‎‎Red Voltaire, 22 de agosto de 2017.