Buenas tardes, hoy me dirijo a ustedes desde el Salón de Tratados Roosevelt en la Casa Blanca. El mismo lugar en el que en octubre de 2001 el presidente George W. Bush informó a nuestro país que el ejército de Estados Unidos había comenzado ataques a campamentos de entrenamiento terrorista en Afganistán. Fue tan solo unas semanas, solo algunas semanas después del ataque terrorista a nuestra nación que acabó con la vida de 2.977 almas inocentes, que convirtió la parte baja de Manhattan en una zona de desastre, que destruyó partes del Pentágono y convirtió en suelo sagrado un campo en Shanksville, Pensilvania, e hizo surgir la promesa estadounidense de que nunca olvidaríamos lo que ocurrió.

Fuimos a Afganistán en 2001 para eliminar a al Qaeda, para prevenir ataques terroristas contra Estados Unidos planificados desde Afganistán. Nuestro objetivo estaba claro, la causa era justa, nuestros aliados de la OTAN y asociados se unieron a nosotros. Y apoyé la acción militar junto con la abrumadora mayoría de los miembros del Congreso.

Más de siete años después, en 2008, semanas antes de que prestáramos juramento al cargo, el presidente Obama y yo estábamos a punto de prestar juramento y el presidente Obama me pidió que viajara a Afganistán y le informara sobre el estado de la guerra en Afganistán. Volé a Afganistán al valle de Kunar, una región agreste y montañosa en la frontera con Pakistán, lo que vi en aquél viaje reforzó mi convencimiento de que solamente los afganos tienen el derecho y responsabilidad de liderar su país y una fuerza militar estadounidense mayor y sin fin no puede crear o sostener a un gobierno afgano duradero.

Creía que nuestra presencia en Afganistán debería centrarse en la razón por la que fuimos en primer lugar, para asegurar que Afganistán no se utilizara como base desde la que atacar nuestro país de nuevo. Hicimos eso. Ese objetivo lo cumplimos.

Dije, entre…, junto con otros, que seguiríamos a Osama Bin Laden hasta las puertas del infierno si era necesario. Eso es precisamente lo que hicimos y lo atrapamos. Nos tomó cerca de diez años dar forma al compromiso del presidente Obama. Y eso es exactamente lo que ocurrió. Osama Bin Laden ya no existía.

Eso fue hace diez años. Piensen en eso. Hicimos justicia con Bin Laden hace una década, y hemos estado en Afganistán durante una década desde entonces. Desde entonces, nuestras razones para estar en Afganistán cada vez están menos claras, incluso cuando la amenaza terrorista contra la que fuimos a luchar evolucionó.

Durante los últimos 20 años la amenaza se ha hecho más dispersa, se ha diseminado por el planeta, al Shabab en Somalia, al Qaeda en la península Arábiga, al Nusra en Siria, ISIS intentando crear un califato en Siria e Iraq estableciendo filiaciones en múltiples países de África y Asia.

Con las amenazas terroristas actualmente en muchos lugares, mantener a miles de tropas destacadas y concentradas en solamente un país a un costo de miles de millones cada año tiene poco sentido para mí y nuestros líderes. No podemos continuar un ciclo de extensión o expansión de nuestra presencia militar en Afganistán esperando crear las condiciones ideales para salir y esperando un resultado diferente.

Ahora soy el cuarto presidente de Estados Unidos que preside sobre la presencia de tropas estadounidenses en Afganistán. Dos republicanos, dos demócratas. No le pasaré esta responsabilidad a un quinto.

Después de consultar de cerca con nuestros aliados y socios, con nuestros líderes militares y personal de inteligencia, con nuestros diplomáticos y nuestros expertos en desarrollo, con el Congreso y la vicepresidenta, así como con el Sr. Ghani y muchos otros en el mundo, he concluido que es hora de terminar la guerra más larga que Estados Unidos haya tenido. Es hora de que las tropas estadounidenses regresen a casa.

Cuando asumí el cargo, heredé un acuerdo diplomático, debidamente negociado entre el gobierno de Estados Unidos y el Talibán, que todas las fuerzas estadounidenses estarían fuera de Afganistán para el 1 de mayo de 2021. Justo 3 meses después de mi toma de posesión, eso es lo que heredé, ese compromiso.

Quizá no es lo que yo hubiera negociado, pero era un acuerdo hecho por el gobierno de Estados Unidos y eso significa algo. Para cumplir con ese acuerdo y con nuestros intereses nacionales, Estados Unidos comenzará nuestra salida final el 1 de mayo de este año.

No llevaré a cabo una salida rápida y apurada, lo haremos de manera responsable, deliberada y cuidadosamente, y lo haremos en plena coordinación con nuestros aliados y socios, que ahora tienen más fuerzas en Afganistán que nosotros.

El Talibán debe saber que si nos ataca al estar saliendo nos defenderemos a nosotros así como a nuestros asociados con todas las herramientas a nuestra disposición.

Nuestros aliados y socios han permanecido unidos junto a nosotros en Afganistán durante casi 20 años y estuvieron profundamente agradecidos por las contribuciones que han hecho a nuestra misión común y por los sacrificios que han asumido.

Durante mucho tiempo el plan ha sido “entrar juntos y salir juntos”. Conjuntamente tropas estadounidenses así como fuerzas desplegadas por nuestros aliados de la OTAN y socios operativos estaremos fuera de Afganistán antes de que llegue el 20 aniversario del aborrecible ataque del 11 de Septiembre.

Pero no perderemos de vista la amenaza terrorista. Reorganizaremos nuestras capacidades antiterroristas y activos importantes en la región para evitar el resurgimiento de terroristas, la amenaza a nuestro país desde el horizonte. Haremos responsable al Talibán de su compromiso de no permitir que ningún terrorista amenace a Estados Unidos o los aliados en suelo afgano. El gobierno afgano ha hecho ese compromiso con nosotros también y centraremos nuestra plena atención en la amenaza que enfrentamos hoy.

Según mis instrucciones, mi equipo está redefiniendo nuestra estrategia nacional para monitorizar y perturbar cualquier amenaza terrorista significativa no solo en Afganistán sino en cualquier lugar en el que pueda surgir, ya sea en África, Europa, Oriente Medio y cualquier lugar.

Ayer hablé con el presidente Bush para informarle de mi decisión. Aunque él y yo hemos tenido muchos desacuerdos sobre políticas a través de los años, estamos absolutamente unidos en nuestro respeto y apoyo al valor, coraje e integridad que los hombres y mujeres de las fuerzas armadas de Estados Unidos prestan en su servicio. Estoy inmensamente agradecido por la valentía y firmeza que han demostrado durante casi dos décadas de despliegues de combate. Como país estamos en deuda con ellos y con sus familias para siempre.

Todos ustedes saben que menos de un 1 % de los estadounidenses prestan servicio en las fuerzas armadas. El resto, el 99 %, estamos en deuda con ellos, estamos en deuda con ellos. Nunca se han echado para atrás en ninguna misión que les hayamos pedido.

He sido testigo de su valentía de primera mano durante mis visitas a Afganistán. Nunca han dudado de su determinación, han pagado un tremendo precio en nuestra defensa y tienen el agradecimiento de un país agradecido.

Aunque no estaremos involucrados en Afganistán militarmente, nuestro trabajo diplomático y humanitario continuará. Continuaremos apoyando al gobierno de Afganistán. Continuaremos proporcionando asistencia a las fuerzas de defensa y seguridad afganas.

Y junto con nuestros asociados hemos entrenado y equipado una fuerza activa de más de 300.000 personal afgano y cientos de miles durante las décadas pasadas. Ellos continuarán luchando valientemente por los afganos con un gran costo. Apoyarán las conversaciones de paz, pues apoyaremos conversaciones de paz entre el gobierno de Afganistán y el Talibán, facilitadas por las Naciones Unidas. Y continuaremos apoyando los derechos de mujeres y niñas afganas manteniendo importante asistencia humanitaria y en materia de desarrollo.

Y pediremos a otros países, otros países en la región, que hagan más para apoyar a Afganistán. Especialmente a Pakistán, así como a Rusia, China, la India, Turquía. Todos tienen intereses importantes en un futuro estable para Afganistán.

En los próximos pocos meses también se determinará como será la presencia diplomática estadounidense que continuará en Afganistán, incluso como se asegurará que nuestros diplomáticos estén a salvo.

Miren, sé que hay muchos que insistirán de viva voz en que la diplomacia no puede tener éxito sin una presencia militar robusta que permanezca para hacer equilibrio. Ese argumento lo hemos aceptado durante una década. Nunca ha probado ser válido, ni cuando teníamos 98.000 efectivos en Afganistán ni cuando solo teníamos unos pocos miles.

Nuestra diplomacia no depende de tener tropas en peligro… Tropas estadounidenses en el terreno. Tenemos que cambiar esa manera de pensar. Las tropas estadounidenses no deben ser usadas como comodines entre partes en combate en otros países. Eso no es más que una receta para mantener las tropas estadounidenses en Afganistán indefinidamente.

También sé que hay muchos que dirán que debemos quedarnos, quedarnos a luchar en Afganistán porque irnos perjudicará la credibilidad de Estados Unidos y debilitará la influencia de Estados Unidos en el mundo. Yo creo que es precisamente lo contrario.

Fuimos a Afganistán por un horripilante ataque que ocurrió hace 20 años. Eso no puede explicar por qué deberíamos seguir allí en 2021.

En lugar de volver a la guerra con el Talibán, tenemos que centrarnos en los retos que tenemos por delante. Tenemos que rastrear y deshacer las redes y operaciones terroristas que se han extendido mucho más allá de Afganistán desde el 11 de Septiembre.

Tenemos que apuntalar la competitividad estadounidense para hacer frente a la dura competencia que nos plantea una China cada vez más asertiva. Tenemos que fortalecer nuestras alianzas y trabajar con socios afines para garantizar que las reglas de las normas internacionales que rigen las amenazas cibernéticas y las tecnologías emergentes que darán forma a nuestro futuro estén basadas en nuestros valores, valores, democráticos, no en los de los autócratas.

Tenemos que vencer esta pandemia y fortalecer el sistema sanitario mundial para prepararnos para la próxima, porque habrá otra pandemia.

Saben, seremos mucho más formidables para nuestros adversarios y competidores a largo plazo, si libramos las batallas de los próximos 20 años, no de los últimos 20.

Y por último, el principal argumento para permanecer más tiempo, con el que han lidiado cada uno de mis tres predecesores, nadie quiere decir que debamos estar en Afganistán para siempre, pero insisten en que ahora no es el momento adecuado para irse.

En 2014, la OTAN emitió una declaración en la que afirmaba que las fuerzas de seguridad afganas tendrían a partir de ese momento la plena responsabilidad de la seguridad del país para finales de ese año. Eso fue hace siete años.

Entonces, ¿cuándo será el momento adecuado para irse? ¿Un año más? ¿Dos años más? ¿Diez años más? ¿10, 20, 30 mil millones más del billón que ya hemos gastado?

“Ahora no”, así es como hemos llegado hasta aquí. En este momento, hay un riesgo significativo negativo de permanecer más allá del 1 de mayo sin un calendario claro de salida.

Si por el contrario seguimos el enfoque en el que Estados Unidos, la salida de Estados Unidos está ligada a las condiciones sobre el terreno, tenemos que tener respuestas claras a las siguientes preguntas: ¿Qué condiciones serían necesarias para permitirnos la salida? ¿Con qué medios y cuánto tiempo se necesitaría para lograrlas, si es que se pueden conseguir? ¿Y a qué coste adicional en vidas y fondos?

No he oído ninguna buena respuesta a estas preguntas. Si no pueden responderlas, en mi opinión, no deberíamos quedarnos. El hecho es que hoy mismo voy a visitar el Cementerio Nacional de Arlington, la sección 60, y ese sagrado monumento al sacrificio estadounidense.

La sección 60 es donde están enterrados nuestros recientes caídos de guerra, incluidos muchos de los hombres y mujeres que murieron luchando en Afganistán e Iraq. En la sección 60 no hay una distancia reconfortante en la historia. El dolor es crudo. Es un recordatorio visceral del coste vivo de la guerra.

Durante los últimos 12 años, desde que me convertí en vicepresidente, he llevado conmigo una tarjeta que me recuerda el número exacto de tropas estadounidenses muertas en Iraq y Afganistán. Ese número exacto, no una aproximación o un número redondeado, porque cada uno de esos muertos son seres humanos sagrados que dejaron atrás familias enteras, hay que tener una cuenta exacta de cada uno de ellos.

A día de hoy, hay 2.488 [2.448] soldados y personal estadounidense que han muerto en la Operación Enduring Freedom (libertad perdurable) y en la Operación Freedom´s Sentinel (centinela de la libertad), nuestros conflictos en Afganistán. Han resultado heridos 20.722.

Soy el primer presidente en 40 años que sabe lo que significa tener un hijo prestando servicio en una zona de guerra. A lo largo de este proceso, lo que me ha guiado ha sido recordar cómo era cuando mi difunto hijo Beau fue desplegado en Iraq. Lo orgulloso que estaba de servir a su país. Lo insistente que era para desplegarse con su unidad y el impacto que tuvo en él y en todos nosotros en casa.

Hoy tenemos miembros del ejército que cumplen su deber en Afganistán cuyos padres prestaron servicio en la misma guerra. Tenemos militares en servicio que aún no habían nacido cuando nuestra nación fue atacada el 11 de septiembre.

La guerra en Afganistán nunca debió ser una empresa multigeneracional. Fuimos atacados. Fuimos a la guerra con objetivos claros. Logramos esos objetivos. Bin Laden está muerto y al Qaeda está degradada en Iraq, en Afganistán. Y es hora de terminar la guerra que no acaba.

Gracias a todos por escuchar. Que Dios proteja a nuestras tropas. Que Dios bendiga a todas las familias que han perdido a alguien en este empeño.