ABRAHAM LINCOLN

El primer magnicidio americano fue cometido sobre su presidente número 16, Abraham Lincoln una de las figuras más recias y nobles de su historia.

Lincoln no fue un idealista y sabía a lo que se exponía cuando aspiró a la presidencia de un país profundamente dividido por un drama humano soslayado por la revolución, omitido por la Declaración de Independencia y la Constitución, ignorado en la Declaración de Derechos, maltratado por el Tribunal Supremo, acatado por una parte del pueblo y repudiado por otra: la esclavitud de los negros.

El proceso evolutivo que dio origen al hombre y con él a las civilizaciones y a las culturas, comenzó hace cinco millones de años en África, cosa que ignoraban los europeos que durante cuatro siglos cazaron como fieras y vendieron como bestias a unos 100 millones de africanos, de los cuales, aproximadamente, la mitad arribaron con vida al Nuevo Mundo, de ellos unos 10 millones fueron a dar a los Estados Unidos donde casi cuatro millones permanecían esclavizados cuando Lincoln asumió la presidencia en 1865.

El mantenimiento de la esclavitud en los Estados del Sur, se había convertido en un obstáculo para el desarrollo económico de la Nación en su conjunto, lo que provocó la división del país, proceso que estaba en marcha cuando Lincoln fue electo pero que se acentuó con su llegada a la presidencia, precisamente por sus antecedentes y su programa, aunque moderado, esencialmente anti esclavista.

Ante la secesión que amenazó con disolver el país, debilitándolo y negándole la posibilidad de constituir un gran imperio, Lincoln no vaciló, reclutó a 75 000 voluntarios, y atacó a los secesionista, dando inicio a la única guerra civil en toda la historia norteamericana que duró cuatro años y ocasionó la muerte de más de medio millón de personas y la ruina de la economía agrícola sureña.

Lincoln condujo la guerra con inigualable tenacidad y si bien sufrió importantes reveces, nunca dudo de la victoria. Su país debe agradecerle no sólo el haber luchado contra una lacra, sino también por haberlo mantenido unido. Esa unidad geográfica y económica es la base del poderío en que se sustenta su condición de imperio y ahora, de única superpotencia.

Finalizada la guerra, en noviembre de 1864, Lincoln fue reelegido y comenzó a aplicar su llamado Programa de Reconstrucción. No pudo avanzar. En la noche del el 14 de abril de 1865, mientras acompañado por su esposa, Mary Todd, presenciaba una representación teatral, el actor John Wilkes Booth, de 26 años de edad, le disparó a quemarropa a la cabeza. Cuatro días antes la guerra había terminado.

El atacante cayó desde el palco presidencial al escenario. El público creyó que era parte de la representación teatral. No hubo reacción ni pánico. Ningún guardaespaldas protegía al Presidente. El homicida logró salir del teatro, montó a caballo y huyó. Dos semanas después fue rodeado en una granja y murió durante la captura.

Al margen del debate en torno a las circunstancias políticas que rodearon la muerte de Lincoln, es obvio que se trató de una conspiraron en la que debían morir también el secretario de Estado y el vicepresidente y de la que, como suele ocurrir en los Estados Unidos, sólo se conocieron las piezas menores. Cuatro personas fueron condenadas a muerte y otras tantas a prisión.

Aunque el ataque se produjo a la vista de cientos de personas, nadie pudo dar una descripción precisa del atacante e incluso mucho tiempo después todavía se ponía en duda si la muerte del asesino había sido en realidad una ejecución extrajudicial para encubrir la conspiración.

JAMES GARFIELD

El vigésimo presidente de los Estados Unidos de América, contaba con orgullo su origen humilde y asumía como méritos ser hijo de emigrantes, nacer en una cabaña de troncos y haber sido ayudante de carpintero. Héroe de la Guerra Civil, la que terminó con grados de general, debe a Lincoln, su amigo personal, el haberse dedicado a la política, oficio que lo condujo a la muerte.

Afamado por su devoción por la lectura, su capacidad de trabajo y por sus habilidades oratorias, ante la alternativa de ser ordenado ministro eclesiástico, optó por la docencia llegando a ser director de escuela.

En 1859, fue electo para su primer período como Senador en Ohio, asumiendo inmediatamente posiciones antiesclavistas. Más adelante fue electo nueve veces como congresista. En 1880 llegó al Senado de los Estados Unidos.

Se afirma que en el momento de su nominación a Garfield no le pasaba por la mente ser presidente del país, no porque le faltaran deseos, sino porque carecía de opciones, las que llegaron como resultado de una pugna al interior del partido Republicano, que lo seleccionó, precisamente por tratarse de una figura moderada, sin gran protagonismo, hecho favorecido por su reputación como héroe de la guerra. No obstante, fue electo por una insignificante mayoría. Tan salomónica circunstancia le costó la vida.

La maniobra no resultó, su elección no frenó la confrontación política al interior del partido que se acentuó por el reparto de cargos en la administración que adquirió una violencia inédita que a Garfield a tomar posiciones e incluso algunas enérgicas decisiones y a polemizar con el Congreso respecto de las atribuciones de su alto cargo y adoptar medidas para neutralizar la corrupción dentro de la administración.

No obstante, la violencia de los tiempos, era una época en la que todavía los gobernantes podían moverse de manera normal dentro del pueblo.

Aquella mañana del 2 de julio de 1881, el presidente Garfield tenía previsto viajar a Nueva Jersey, para lo cual acudió a la estación de ferrocarril a tomar el tren, acompañado por su secretario de Estado James G. Blaine y un detective. Mezclado con el público el asesino se aproximó al presidente y colocándose a su espalda, apenas a unos pasos, le disparó dos veces con un revolver. No pudo huir de la estación, allí fue detenido.

Una de las balas, sin orificio de salida se alojó en el tórax a la derecha de la columna vertebral, cosa de la que se enteraron los médicos durante la autopsia pues en los 80 días que se prolongó la larga agonía del mandatario, hurgaron con tenacidad, sin poder encontrar el proyectil. A la luz de la práctica medica de hoy, se afirma que Garfield hubiera sobrevivido si lo hubieran dejado tranquilo con la bala dentro.

El 19 de septiembre, un día antes de cumplir los cincuenta años, Garfield murió sin que se registrara una sola palabra. Su cadáver fue expuesto durante dos días en el Capitolio y sepultado en Cleveland.
Charles Guiteau, el homicida fue arrestado en la propia estación, permaneció en prisión durante la agonía del presidente, sin que se conserven documentos o testimonio de sus interrogatorios. Fue juzgado y ejecutado.

En la primera de sus Cartas desde Nueva York, título genérico de los artículos que escribía para el diario La Nación de Buenos Aires, José Martí narró la ejecución de Charles Guiteau:

WILLIAM McKINLEY

Con el asesinato de William McKinley, vigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, todo fue más fácil, junto con el autor material, encontraron un chivo expiatorio de naturaleza ideológica: León Czolgosz, además de asesino era de origen polaco y anarquista. Unos y otros conocieron una versión adelantada de lo ocurrido con los árabes y el Islam luego del 11?S. Una etnofobia que llevó al cadalso a Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti, ejecutados en 1927 y declarados inocentes en 1977 por Michael Dukakis, gobernador de Massachussets.

McKinley pasó a la historia por haber conducido la guerra de los Estados Unidos contra España, propiciando su debut como potencia imperialista, apoderándose de Cuba, Filipinas y Puerto Rico y desplazando el centro político del mundo. Tan exitosa consideraron los norteamericanos su gestión que comenzó el largo reinado del Partido Republicano al que puso fin Franklin D. Roosevelt.

McKinley inauguró su segundo mandato el 4 de marzo de 1901 y seis meses después, el 6 de septiembre, mientras visitaba la Exposición Panamericana de Búfalo, León Czolgosz, de madre checa y padre polaco, aunque nacido en Michigan, le pegó dos tiros en la cabeza. Falleció ocho días después.

Sometido a juicio, aunque su abogado alegó locura, él mismo no negó la autoría del magnicidio que de cierta manera justificó como parte de su torcida comprensión de la lucha de clases. El jurado tardó 34 minutos para enviarlo a la silla eléctrica.

Su muerte facilitó el ascenso del vicepresidente Teodoro Roosevelt.

JOHN F. KENNEDY

"Mente escéptica, resuelto y autocontrolado,
con gran encanto personal; desdén por los rituales de
la política y desapego hacia las mojigaterías de
la izquierda norteamericana”.Arthur Schlesinger

Tal vez porque fue más reciente, porque su víctima era el más joven de los presidentes norteamericanos, un idealista que a los 25 años, regresó de la II Guerra Mundial condecorado con la Medalla al Valor, porque se hizo acompañar por la más bella y culta de las primeras damas, el asesinato de JFK parece el más abominable de los magnicidios.

Para los americanos es el destino que escoge a los hombres y a los líderes que en cada momento necesita. Probablemente Kennedy era el instrumento para guiar a los Estados Unidos en la década prodigiosa y relanzarlo a los nuevos tiempos. Su muerte obligó a Johnson a calzar sus zapatos que le quedaron grandes y abrió el camino a la mediocridad.

Contemporáneo de Los Beatles y de Fidel Castro, usó la imaginación para comprender que el fin de la segregación racial y la lucha contra la pobreza, formaban parte del mejor interés de América, que los Cuerpos de Paz podían ser más eficaces que las divisiones de marines y la Alianza para el Progreso más efectiva que la contrainsurgencia.

A su destino, contribuyó su padre, amigo Franklin D. Roosevelt, su embajador en Gran Bretaña, y jefe de un clan que, más que una familia parece una organización de poder.

Salido de las probetas de Harvard y Stanford donde cursó estudios, llegó al Congreso a los 29 años, poco después se convirtió en Senador y con Adlai Stevenson, aspiró a la vicepresidencia. En su próximo intento derrotó a Richard Nixon, asumiendo la presidencia como instrumento para realizar un programa de renovación nacional que incluía la recuperación económica, la eliminación de la pobreza y el fin de la segregación racial.

Divertido y mujeriego, cauteloso y astuto, asumió con altura errores que condujeron a confrontaciones como las de bahía de Cochinos y midió fuerzas con Kruschov en Berlín y lo hizo dar paso atrás en Cuba durante la crisis de los misiles de octubre de 1962.

El 22 de noviembre de 1963, cuando preparaba su reelección fue asesinado en una calle de Dallas, hecho del que existe una explicación oficial debidamente acuñada, el informe de la Comisión Warren, que no convenció a nadie y muchas versiones que aportan evidencias de que se trató de una conspiración que compromete a elementos de la elite política norteamericana.

Según se dijo, un tirador solitario, Lee Harvey Oswald, utilizando un fusil de cerrojo que es preciso recargar después de cada disparo, por lo cual es necesario apuntar cada vez, en apenas unos segundos, realizó los disparos que acabaron con la vida del presidente.

La historia, ya de por si difícil de asumir como cierta, sigue un curso surrealista cuando en un lance increíblemente mal elaborado, Oswald muere, en manos de la policía, baleado por Jack Ruby, delante de decenas de cámaras de televisión que dejaron testimonio de los hechos. Ruby tampoco vivió para contar su historia al morir víctima de un cáncer fulminante.

Tal vez la providencia se excedió, Kennedy además de católico era demasiado joven y excesivamente progresista. El imperio no estaba preparado para tanto. Tal vez lo que todavía duele a los americanos es la certeza de que han sido engañados y que el crimen ha quedado impune. ¡Eso es América!