Ahí donde la ven tiene como unos 4000 años de antigüedad, aunque yo hace sólo como diez años que la conozco y como ocho meses que trabajo con ella.
A pesar de que necesita ciertos cuidados, sobre todo para tratar esa parte amarga que lleva, estoy aprendiendo que tiene muchos poderes maravillosos. Es como para admirarse uno porque así tan chiquita que sí es, en verdad es como una reina de los alimentos y de la salud.
Con una maniobra de sumo cuidado que desmentía la rudeza de sus manos habituadas al trabajo del campo, Hernando Javier Camacho, un campesino boyacense de mediana edad, descubrió entre sus palmas a la protagonista de su explicación: un puñado de minúsculas, redondas y rubias semillas de quinua.
Es especializada para los obesos -continuó dirigido al espontáneo público que se formó a su alrededor- porque no da colesterol y, también, previene el cáncer de mama. Tiene tanto de nutrientes como la carne o como la leche. Hasta parece que ayuda a la tranquilidad de la mente. Sirve pa’ todo: que para hacer yogurt, que bocadillos, que pan y que galletas... Es que, mejor dicho, no hace sino bien y será por eso que los indígenas le decían dizque «la madre de los granos».
Rodeando al campesino, dos mujeres jóvenes, un niño y un señor de corbata y paraguas, reunieron sus cabezas para conocer a la tan «capaz de todo», a la madre y reina de tanta maravilla. Las pepitas, pálidas e inanimadas, adquirían cierto donaire y gracia en la medida que su cultivador hablaba de ellas.
Así mismo, a pocos metros, doña Lucila Perdomo explicaba a otro grupo de transeúntes, el proceso de elaboración de las panelas de leche de cabra y, mientras hablaba, con los brazos en el aire batía olletas invisibles. Al otro lado de la plaza, Germán y Darío, dos cultivadores tolimenses, con paciencia y diligente atención respondían preguntas ingenuas sobre el tratamiento del maíz de tierra caliente.
Ellos eran algunos de los casi doscientos cultivadores de la región central del país, que el pasado 4 de noviembre llevaron a cabo un mercado campesino en la Plaza de Bolívar y presentaron al gobierno distrital una propuesta al proyecto del Plan Maestro Agroalimentario. Dicha propuesta había sido discutida por líderes y representantes campesinos de los 58 municipios y ocho departamentos vecinos de Bogotá, y definida por los líderes de las principales organizaciones campesinas nacionales, de acuerdo con los requerimientos de acceso, disponibilidad, calidad y aceptabilidad cultural de los alimentos de los bogotanos.
Su propuesta, que hasta la fecha no ha tenido ninguna respuesta por parte del gobierno distrital, es muy pertinente. Es una problemática que merece una discusión urgente: los líderes y organizaciones campesinos han insistido en denunciar que el Plan Maestro de Abastecimiento Agroalimentario de Bogotá tiende a favorecer a los grandes productores y organizaciones y a los hipermercados.
Los bogotanos - 49,6% ubicados por debajo de la línea de pobreza y, de ellos, 61,4% en situación de pobreza absoluta [1]- tienen que estar muy interesados en la calidad y el acceso de los alimentos. De acuerdo con la encuesta de hogares del DANE, de 1994 y 1995, en cuanto a la alimentación, las familias más pobres de Bogotá dedican el 40% o más de sus ingresos; mientras que, las más ricas solamente el 10%.
Entre otros objetivos de la jornada del 4 de noviembre, se pretendió mostrar la capacidad de la región centro de Colombia de alimentar a la ciudad con los productos que son del territorio y que se encuentran cercanos a las plazas y a la cultura capitalina. Asimismo, se demostraron las ventajas que tiene el mercado campesino, sobre los hipermercados, en cuanto a la promoción de la seguridad y la soberanía alimentaria de la capital.
Acostumbrados a las pequeñas plazas de mercado de pueblo, rodeadas de caminos abiertos o empedrados y techados de barro, los campesinos tuvieron una jornada en todo inusual en Bogotá: ese día, el mercado transcurrió con la vecindad de los edificios de la Catedral Primada, la Alcaldía, el Palacio de Justicia y el Congreso de la República. Muchos de los campesinos gastaron ese mismo día varias horas para llegar por carretera a la ciudad.
Desde hacía más de 50 años, la Plaza Mayor no había vuelto a ver un mercado campesino como el de ese jueves. Gente de ruana, alpargatas y sombreros de paño con plumas se confundieron entre los transeúntes de la Carrera Séptima y la gente de las oficinas del centro, de tacón alto y zapato cerrado.
Eran los parientes campesinos de Bogotá, que habían venido para recordarle a la enorme ciudad su origen rural y su interdependencia con los municipios y los departamentos vecinos, quienes producen alrededor del 70 por ciento de los alimentos que los bogotanos consumen.
Durante ese jueves de mercado en la Plaza de Bolívar, no hubo intermediarios en la negociación entre quienes producen y quienes consumen los alimentos: las mayores ganancias y beneficios se quedaron entre ellos y tuvieron, adicionalmente, la oportunidad de dialogar y de intercambiar conocimientos sobre los productos y la problemática de la región y de Bogotá como parte de ella.
Este sí que es un producto de la región y no como los que traen del extranjero- continuó Hernando Javier su charla a un público más diverso-. La quinua permite una producción muy bonita; pero es que con lo de los transgénicos y lo del ALCA, los campesinos no estamos como motivados en ese sentido. ¿Es que ustedes no saben acaso cómo es ese asunto del libre comercio y el Plan de Abastecimiento? A ver pues les explico...
[1] Documento preliminar del plan de Desarrollo «Bogotá sin indiferencia. Un compromiso social contra la pobreza y la exclusión». Bogotá: 2004
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