Es explicable que los gobiernos, las empresas y los ciudadanos de los países ricos gasten enormes sumas de dinero en proteger sus riquezas; lo paradójico es que las naciones pobres hagan lo mismo para cuidar lo que no tienen.
No se trata esta vez de la imitación servil que impulsa a los del sur a adoptar las modas, patrones de consumo y estilos de vida importados de Europa y los Estados Unidos, sino de problemas reales relacionados con el auge de la violencia, la delincuencia, la corrupción y la pérdida de eficacia de los cuerpos del orden público.
Las toscas rejas de barras de hierro que antes servían para encerrar a los delincuentes, se utilizan ahora para proteger a los ciudadanos empeñados en preservar sus bienes, su familia e incluso su vida. Pasear o enamorarse al amparo de la noche se ha convertido en una temeridad. El miedo a la delincuencia acaba con la bohemia que caracterizó a muchas ciudades y pueblos.
Tal vez estamos en presencia de uno de los peores efectos de la globalización neoliberal y se paga el costo por haber acentuado la pobreza y abrir los mercados nacionales de los países pobres a los productos de la industria pseudo cultural.
La literatura de pacotilla, los filmes y videos baratos, creados para el consumo masivo de un embrutecedor entretenimiento, son portadores de dudosos paradigmas en los que prevalece el robo, el alcohol, la droga, la prostitución, el crimen y todo tipo de violencia.
No hay sitio, hora ni entorno seguro y en cualquier parte se puede ser víctima de la acción de ladrones, que lo mismo atracan a un transeúnte, asaltan un banco, un comercio o una vivienda, arrebatan el bolso a una anciana, se apropian de la mochila de un escolar o atacan a un deportista para apoderarse de sus zapatos.
En algunos países el secuestro se ha convertido en una poderosa industria que obliga a los políticos, empresarios, artistas o cualquier persona de clase media que se presuma pueda pagar un rescate a contratar guardianes y guardaespaldas para proteger a sus familiares, incluso a los niños.
Muchos adolescentes que crecieron en las calles o fueron desplazados desde las zonas de conflicto durante las guerras sucias en Centroamérica, Colombia, África o la ex Yugoslavia, forman numerosas y violentas pandillas juveniles o son utilizados por las mafias locales como sicarios y mercenarios capaces de ejecutar actos criminales por encargo.
El expendio y el consumo de drogas arrastra una inevitable secuela de delitos de todo tipo, en primer lugar, porque las drogas son caras y no todos los adictos son suficientemente solventes como para procurárselas y acuden al robo, la prostitución y al tráfico de personas.
Parte de esta tragedia es el robo de niños para nutrir el mercado de las adopciones ilegales y lo que es peor, el tráfico de órganos para trasplantes.
Semejante situación ha conllevado a la proliferación de agencias y servicios para protección de valores, establecimientos, viviendas y personas. La mayoría de los gobiernos otorga con liberalidad las licencias para el establecimiento de estos cuerpos armados privados que asumen funciones de seguridad y mantenimiento del orden, que antes constituyeron obligaciones de los Estados.
En muchos casos, tales agencias se han convertido en la excusa para reunir y entrenar a personas de antecedentes violentos como son ex integrantes de cuerpos represivos, incluso esbirros y represores al servicio de las dictaduras, personal desmovilizado de cuerpos de élite y formaciones especiales de los ejércitos, que luego son contratados como mercenarios para servir en el extranjero, no en tareas de protección, sino en actividades políticas ilegales.
En Europa, donde leyes muy estrictas protegen los derechos ciudadanos y penalizan la violencia policial, los propios gobiernos promueven la creación de virtuales cuerpos policiales privados que reprimen a los ciudadanos sin comprometer jurídicamente al gobierno y que se encargan de proteger Metros, ferrocarriles, zoológicos, bancos, pero que también participan en la represión de ciertas actividades.
La guerra en Irak ha revelado el ángulo más oscuro y peligroso de esta tendencia cuando los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña se han dedicado a contratar masivamente a efectivos de tales agencias para tareas de seguridad y protección, en un país que sus Estados ocupan militarmente.
Con las agencias de violencia rentada, el mercenarismo, de acto clandestino, ilegal y universalmente repudiado, ha devenido empresa respetable.
La privatización de las guerras de conquistas es parte de la zaga del neoliberalismo.
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