Con la muerte del Papa Juan Pablo II, en esta noche de sábado, se intensifican las especulaciones sobre su sucesor y, principalmente, cuál será el destino de la Iglesia Católica. En América Latina, casa de más de la mitad de los católicos del mundo, el debate se exacerba todavía más, porque existe una iglesia con fuerte influencia de la Teología de la Liberación, combatida por el Vaticano de Karol Wojtyla desde 1984.
Son muchos los elogios dedicados al Papa Juan Pablo II, sin embargo, también son muchas las críticas realizadas a sus 26 años de pontificado. Antes de la disputa en el Colegio de Cardenales para la elección del nuevo Papa, los críticos sostienen que es necesario que la Iglesia Católica realice un análisis profundo de lo que hizo y adónde quiere llegar.
Es preciso reevaluar, fundamentalmente, la centralización del poder de la Iglesia en Roma. Hans Küng, sacerdote y renombrado teólogo suizo radicado en Alemania que tuvo su derecho de enseñar impedido por Roma en 1995 por críticas severas realizadas a la política del Vaticano, evalúa que el pontificado de Juan Pablo II fue uno de los más contradictorios de los papas del siglo 20, porque al mismo tiempo que tenía varios talentos, como sus posiciones contra las guerras, la defensa de los derechos humanos y la aproximación entre los pueblos, tenía al mismo tiempo una política interna conservadora, totalitaria, que oprimía a aquellos que no tenían una política alineada con Roma, discriminaba a las mujeres, impedía el diálogo interno y alejaba a los fieles al no conseguir entender los cambios del mundo moderno. “El principal resultado es que la Iglesia Católica perdió completamente la enorme credibilidad que disfrutaba durante el pontificado de Juan XXIII y con el rumbo dado por el Segundo Concilio del Vaticano”, escribió Küng para Der Spiegel, el jueves pasado.
Está fortaleciéndose dentro de la Iglesia un movimiento de retorno al Concilio, inclusive con una amplia articulación que se forma en América Latina en la construcción de un nuevo Concilio Ecuménico. Los reformistas defienden cambios estructurales en la Iglesia Católica como la descentralización del poder de Roma en favor de las iglesias locales, nuevas formas de ejercicio del poder del pontificado más orientado a promover la unión entre las iglesias hermanas y no a un poder totalitario, reconocer y respetar el pluralismo cultural, aceptar a las mujeres para el ejercicio del ministerio sacerdotal, desarrollar el diálogo interreligioso y la penetración del Evangelio en nuevos mundos.
En este eje de cambio de la Iglesia Católica se ha reforzado la Teología de la Liberación, que llegó a ser considerada muerta después de las investidas fatales a partir de 1984, cuando el Papa Juan Pablo II firmó el documento elaborado por el cardenal Ratzinger, titulado “Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación”, donde condena radical y definitivamente esa teología. A partir de ahí fue una “caza de brujas” a los teólogos que elaboraban y defendían esa teología, lo que muchos atribuyen al pasado anticomunista del polaco Wojtyla, que rechazaba cualquier doctrina que se aproximase al marxismo.
El primero en enfrentar la Congregación de la Doctrina de la Fe, el ex-Santo Oficio, que lo condenó a un año de silencio, fue el teólogo brasilero Leonardo Boff, que dejó la orden de los Franciscanos en 1992. “La teología está viva en aquellas iglesias que eligieron la opción por los pobres y por la justicia social, en las iglesias que tienen comunidades de base, que trabajan con los sin tierra, con los negros, con los indios”, de esta manera Boff confía en la resistencia de la teología de la liberación independientemente de quien sea el próximo papa.
“El Papa temía que la Teología de la Liberación introdujese el marxismo en América Latina y, como conoció el movimiento en la versión estalinista, atea y persecutoria, ello no le agradaba”, evalúa. Sin embargo, resalta que al final de su vida se dio cuenta que la Teología de la Liberación era la más adecuada para los pobres. “Ella los convierte en sujetos de su liberación y ya no más en objetos de caridad”.
Y la Teología de la Liberación, que defiende una iglesia vinculada a la lucha contra las injusticias sociales a partir de las comunidades eclesiales de base, fue, en las décadas del 70 y 80 en América Latina de mayoría católica, el gran motor político que impulsó conquistas importantes en las luchas contra las dictaduras y en la creación de movimientos políticos de relevancia nacional.
En Brasil, por ejemplo, son frutos de las comunidades de base el Movimiento de los Sin Tierra y el Partido de los Trabajadores, del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Sin embargo, perdió empuje a principio de los años noventa con las investidas del Vaticano que promovió cambios profundos en el episcopado, disminuyendo el poder de obispos libertadores tales como: Pedro Casaldáliga, Paulo Evaristo Arns, Luciano Mendes de Almeida, entre otros- y nombrando obispos de línea conservadora.
Como evidencia de su presencia actuante el año 2003 los teólogos de la liberación volvieron a unir fuerzas e intercambiar experiencias a partir de la "Conferencia sobre el Cristianismo en América Latina y el Caribe “Trayectorias, diagnósticos, prospectivas", que tuvo lugar desde el 28 de julio al 1º de agosto en la Pontificia Universidad Católica de San Pablo (PUC-SP), en Brasil, reuniendo a más de 200 teólogos de todo el mundo. Este año, en Porto Alegre, aconteció el Foro Mundial de la Teología de la Liberación en proporciones aún mayores. En la ocasión se discutió la vida de forma teológicamente impensable para la curia del Vaticano, como la Teología Gay y la Teología de la Mujer.
Para entender más sobre la Teología de la Liberación
El Concilio Vaticano II, encuentro de obispos de la Iglesia Católica entre los años 1962 y 1966, fue convocado por el papa Juan XXIII y culminó con el papa Pablo VI.
Fue una tentativa de reformar la Iglesia Católica y reconciliarla con el mundo moderno.
En 1968, con la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano (CELAM) en la ciudad de Medellín, la Iglesia latinoamericana forjó los ejes de la Teología de la Liberación, que tomó fuerza en América Latina a partir de 1971 con el libro del peruano Gustavo Gutiérrez. Con las conferencias de Medellín y Puebla la Iglesia de Latinoamérica asume la opción preferencial por los pobres.
En 1984, el cardenal Josef Ratziger, jefe de la Congregación de Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), escribió el documento “Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación” en contra del movimiento, y este documento fue firmado por el Papa. A partir de allí comienza la persecución contra los teólogos y religiosos ligados a esta doctrina, a través de castigos, jubilaciones y división de las diócesis para disminuir su inserción en la sociedad. Aún así, en 2003 se verifica la presencia actuante de la Teología de la Liberación con iniciativas tales como el movimiento en pro del nuevo Concilio y la Conferencia sobre Cristianismo en América Latina y el Caribe, realizada en San Pablo.
¿Un papa latinoamericano?
Las maniobras preelectorales para la elección del nuevo Papa comenzaron mucho antes de la muerte de Juan Pablo II. El 21 de febrero fueron nombrados 44 nuevos cardenales, lo que elevó el colegio a 185 miembros, sin embargo, solamente 135 podrán votar por tener menos de 80 años. Los electores están así distribuidos: 65 europeos, 16 estadounidenses y canadienses, 24 latinoamericanos, 13 africanos, 13 asiáticos y 4 de Oceanía.
Si la división fuese por números de católicos sería injusta, pero ya está hecho así. Cuando la elección de Wojtyla, el 25% del colegio electoral estaba compuesto por italianos, y ahora, después de la maniobra, tienen sólo 24 electores, menos del 18%. Eso es bueno para los países no europeos que tienen mayoría en el Colegio y pueden dar el trono de Pedro a otro Papa extranjero.
Figuran en la lista nombres latinoamericanos fuertes, como el Arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga; el Arzobispo de San Pablo, Cláudio Hummes; y los "romanizados" cardenales amigos de Ratzinger y Ângelo Sodano: el presidente del Consejo Pontificio de la Familia, Alfonso López Trujillo; el jefe de la Congregación para el culto divino, Jorge Arturo Medina; y el jefe de la Congregación del Clero, Darío Castrillón Hoyos. Sin embargo, el miedo impuesto por Juan Pablo II hacia la Teología de la Liberación puede perturbar los planes.
Agencia Adital
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