Los atentados del 7 de julio en Londres han suscitado una ola de comentarios, aunque la investigación está aún en sus inicios. En ninguno de los casos hay duda sobre la pista a seguir: la islamista. No hay otra que pueda ser considerada. En los aproximadamente cien títulos de la prensa internacional que observamos diariamente no hay uno solo en el que hayamos visto impugnado el consenso sobre los autores de los atentados. Sin embargo, ¿qué pruebas poseen los editorialistas? Numerosos tribunas fueron publicadas en la prensa matutina del 8 de julio, es decir, fueron redactadas en las horas siguientes a las explosiones en los transportes públicos londinenses. En estas condiciones, no deben verse en estos análisis comentarios sobre los hechos, sino la ilustración de los presupuestos dominantes. No hay lugar para la reflexión crítica o la duda metodológica. Únicamente cuentan las reacciones en caliente y el postulado de un Islam peligroso y agresivo en guerra contra Occidente.
Mañana, tal vez una investigación rigurosa e independiente pudiera probar que los autores y los organizadores de los atentados de Londres son en realidad islamistas. Es una posibilidad, entre otras. Sin embargo, ello no legitimaría en nada el trabajo de los comentaristas ya que lo que escriben desde los atentados no se basa en ningún elemento concreto. Las únicas fuentes de su certeza son sus visiones del Islam y las declaraciones de Tony Blair, pronunciadas algunas horas después de las explosiones, también en su caso antes de ninguna investigación profunda: es decir, sus prejuicios y su sumisión al poder instaurado.

Como siempre después de la ocurrencia de atentados, se prioriza la pista de Al Qaeda. Pero, ¿en qué consiste exactamente esta organización? El islamólogo austriaco, experto de la Comisión Europea, Walter Posch, se interroga en Der Standard sobre el significado en la actualidad de la sigla «Al Qaeda», ampliamente utilizada por los medios de comunicación. ¿Qué encubre? El autor presenta esta estructura como una organización informal que no controla a todos los que dicen pertenecer a la ella y actuar en su nombre. En resumen, se trataría de una «franquicia», no de una estructura bien definida. Observemos que esta visión cuenta en la actualidad con el favor de los expertos desde que se desmoronó el mito de una superestructura islamista global. ¿Cómo imaginar una organización piramidal que escapa a toda investigación ahora que ha sido barrido el mito de las ultrasofisticadas bases secretas de Tora Bora en Afganistán? Sin embargo, esta visión de Al Qaeda conduce lógicamente a otra interrogante: si Al Qaeda es sólo una sigla a la que ocasionalmente se puede pertenecer, ¿puede afirmarse que Al Qaeda existe?

Los halcones no se hacen esta pregunta. Sin sorpresa, las voces que tradicionalmente se hacen eco de los neoconservadores han insistido en la prensa internacional en que estos atentados demostraban una vez más la importancia de la guerra al terrorismo islámico. Hubiera sido demasiado largo y tedioso recoger íntegramente sus intervenciones. De Pascal Bruckner en Le Figaro [1] a Amir Taheri en el Times de Londres [2] pasando por todos los analistas del gabinete de relaciones públicas Benador Associates, la prensa Mainstream se ha sumergido en el llamado a la intensificación de la guerra a los terroristas, terroristas que, por supuesto, sólo pueden ser musulmanes. El pensador islamófobo y administrador del U.S. Institute of Peace, Daniel Pipes, da el tono de la ofensiva mediática. En el New York Sun (desde el día siguiente a los atentados) y luego en el Jerusalem Post y el Chicago Sun-Times los días posteriores, denuncia como le es habitual la pasividad occidental frente a los «militantes del Islam». Durante demasiado tiempo, el Reino Unido ha tolerado a los islamistas en su territorio, esperando así impedir atentados en el mismo. Hoy, este acuerdo es replanteado por las nuevas legislaciones antiterroristas adoptadas después del 11 de septiembre. Estos atentados son la aprueba de que no se puede practicar la distensión con los islamistas por mucho tiempo.

En los Estados Unidos, fue fundamentalmente el New York Times el que movilizó a los analistas sobre el tema de los atentados. La gran cuestión es saber el impacto que puede tener este crimen en Estados Unidos.
Para Peter Bergen, autor de un best-seller sobre Al Qaeda, los atentados de Londres demuestran que en la actualidad el «peligro islamista» que amenaza a Estados Unidos proviene de Europa. Los musulmanes europeos ceden ante los cantos de sirena del islamismo y, dada su nacionalidad, pueden entrar fácilmente al territorio estadounidense. El autor llama así a una reforma de la política de visado con respecto a los países de Europa. Peter Bergen no toma en cueta en su análisis que las autoridades estadounidenses recogen los expedientes de la mayor parte de los pasajeros de los aviones que aterrizan en su territorio. Ni siquiera el cantante Yusuf Islam/Cat Stevens pudo entrar en Estados Unidos. Lo que importa es presentar como un peligro a todas las poblaciones musulmanas, incluso las europeas y occidentales. El mismo día, el ex consejero de Madeleine Albright, Thomas L. Friedman, denuncia a los dirigentes musulmanes que se negaran a condenar los atentados. Fabulaciones, pues numerosos líderes religiosos condenan globalmente todos los crímenes cometidos contra civiles. Sin embargo, para el autor, existe una «cultura de muerte» en la sociedad musulmana que daña las relaciones entre el Islam y Occidente y son en primer lugar los musulmanes quienes deben combatirla.
Igualmente en el New York Times, y luego en el International Herald Tribune, el ex director de programas de inteligencia en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, Philip Bobbitt, insiste en la especificidad de la guerra contra el terrorismo. No tiene nada comparable a las demás, por lo que requiere un nuevo enfoque y no una reanudación de las políticas llevadas a cabo con éxito en el pasado contra otros grupos terroristas como el IRA. Aunque el autor no lo precise de forma explícita, esta dimensión excepcional del evento, con la exageración de la amenaza, es el argumento favorito de los que reclaman la adopción de leyes excepcionales y el replanteamiento de las libertades y el derecho internacional.

¿Es lo que pretende igualmente el jefe de la Unidad de Coordinación de la Lucha Antiterrorista francesa (UCLAT), el comisario de división Christophe Chaboud? Es lo que podemos preguntarnos al leer la entrevista concedida a Le Monde, texto que el diario de referencia de las élites francesas ha colocado en su expediente sobre los atentados en su sitio Internet. El Sr. Chaboud se alarma ante la amenaza islamista en Europa haciéndose eco de una propaganda a veces gastada. Nos sorprendemos ante las palabras de un responsable oficial francés sobre el tema. En efecto, el autor se preocupa por la posibilidad de un atentado nuclear, bacteriológico o químico en Europa y afirma que la ricina ha circulado en Europa Occidental. Ahora bien, las dos veces en que se ha mencionado esta hipótesis ha sido desmentida. Fue el caso de una llamada célula de Al Qaeda que lo preparaba en Londres y de un pretendido descubrimiento en la estación de Lyon en Francia.Si no es de eso de lo que está hablando, ¿entonces de qué es? Para apoyar sus palabras, el autor afirma que existía un laboratorio que preparaba productos tóxicos en el nordeste de Irak. Este ejemplo es tomado del informe de Colin Powell ante el Consejo de Seguridad de la ONU antes de la guerra de Irak y no ha sido nunca demostrado. Por el contrario, esta pista es tanto más dudosa cuanto que dicho laboratorio se encuentra supuestamente en territorio controlado por los kurdos aliados de Washington. Por otra parte, las fotos presentadas en el Consejo de Seguridad de la ONU demostraban que Estados Unidos conocían el emplazamiento de este famoso campo y hubiera podido destruirlo bombardeándolo sin dificultad si hubiera representado un verdadero peligro, lo que no sucedió. En ningún momento se critican estos elementos por el entrevistador. Finalmente, para el comisario Chaboud, Irak se ha convertido en el centro de la Yihad mundial, lo que apoya la tesis de los neoconservadores que identifican toda la resistencia iraquí con los islamistas, situándolos a todos bajo la dirección de Zarkaui, designado como el dirigente de Al Qaeda para Irak. Ahora bien, ninguno de estos elementos es demostrado. Ante tantas aproximaciones, podemos interrogarnos sobre las intenciones del Sr. Chaboud cuando agita una amenaza basándose en elementos de propaganda. ¿Por qué insistir tanto en la amenaza en Europa?
Como quiera que sea, muchos en Europa se interrogan sobre la probabilidad de ser a su vez objeto de un atentado.

En Der Standard, el presidente de la República austriaca, Heinz Fischer, se interroga sobre los riesgos para su país y sobre la neutralidad austriaca. Estima igualmente que el derecho internacional se encuentra actualmente en peligro, amenazado por Estados, que se abstiene de nombrar, que quieren imponer la ley del más fuerte. Temiendo una agudización del problema tras los atentados de Londres y desconfiando de las reacciones, afirma que se debe evitar cualquier confrontación con el Islam. En Alemania, el editorialista y productor de televisión, Friedrich Küppersbusch, dedica su crónica en el Tageszeitung a los riesgos de atentado en su país. Critica a sus compatriotas que se consideran seguros dado que Alemania no participa en la guerra en Irak, recordándoles que Alemania podría ser un objetivo debido a su implicación en Afganistán. Expresa incluso que su país será necesariamente blanco de atentados, tarde o temprano.
Por su parte, en The Guardian, el redactor jefe adjunto del diario El Mundo, Víctor de la Serna, advierte a los británicos, y a los próximos blancos de atentados, sobre los riesgos de división que pueden ocurrir tras estos eventos. Hoy, afirma, España está dividida entre conservadores y socialistas, según líneas de fractura comparables a las conocidas por España durante el franquismo. Esta división surgió a raíz de los atentados y de su utilización por los principales partidos. En la actualidad, a pesar de que no hay total claridad sobre estos crímenes, los partidos se desgarran.

En el mismo diario, el ex ministro británico, Robin Cook, se presenta con una línea bastante ambigua. Afirma que en el momento en que escribe su texto no se puede acusar aún a nadie. Se trata de una reflexión de simple sentido común. Sin embargo, al partir del postulado de que una buena parte de la prensa acusará en breve a terroristas islamistas de ser los responsables del atentado, explica cómo, en su opinión, el G-8 puede combatir el terrorismo islamista mediante la cooperación con el mundo musulmán. Así, apoya implícitamente la tesis islamista de la que tácitamente pretendía apartarse.

[1«Gare à la rhétorique de l’apaisement !», Le Figaro, 9 de julio de 2005.