No resulta extraño que dos personajes como Alfredo Atanasof y Carlos Ruckauf continúen expresando lo que para ellos es el arte de la política: camaleonismo y oportunismo son palabras que saben utilizar en momentos donde el peronismo recambia y acomoda sus fichas y, de esta forma, no sacar los pies del plato. Tal vez, una de las características comunes entre Atanasof y Ruckauf es su preferencia por las políticas de mano dura y represión.

Atanasof lo demostró durante los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en Puente Pueyrredón. Ruckauf, en su momento de exasperación máxima, en la campaña que lo llevó a gobernador de la provincia de Buenos Aires con un discurso que prometía “meter bala a los delincuentes” y una condena al infierno a quienes profesaban el marxismo y apoyaban el aborto.

Ahora han dicho, con cara de piedra, que optaron por “acompañar” la gestión del presidente Néstor Kirchner. Pero, como dice el dicho popular, en este caso no sólo los comensales son el problema, sino quiénes les dan de comer.

El hombre de Duhalde

Fue un abrazo afectuoso, con palmadas en la espalda y todo. Alfredo Atanasof y Néstor Kirchner compartieron escenario el pasado 25 de enero en la localidad de Berazategui. Ese día, acudieron a la cita intendentes y políticos que hasta hace poco profesaban admiración por el ex presidente Eduardo Duhalde: Hugo Curto (Tres de Febrero), Baldomero “Cacho” Álvarez de Olivera (Avellaneda), Alberto Granados (Ezeiza) y el ex presidente de la Cámara de Diputados bonaerense Osvaldo Mércuri, escucharon las palabras del presidente que pedía a los ganaderos rebajas en el precio de la carne. Desde el palco, el santacruceño también afirmó que “estamos cambiando los códigos de la vieja política”. Atanasof, desde el llano de Berazategui, seguramente aplaudió a su nuevo jefe.

Pero la carrera política del actual diputado nacional por el peronismo bonaerense y líder de la Federación de Trabajadores Municipales, comenzó en 1972, cuando ocupaba la Secretaría de Acción Social de la CGT regional de La Plata, lugar que retomó en 1983. De la mano del empresario y entonces presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Alberto Pierri, se acercó a Eduardo Duhalde cuando éste manejaba los hilos de la provincia de Buenos Aires. Frente al intento de Carlos Menem de la reelección indefinida, Pierre apostó al riojano y Atanasof lo siguió, pero las peleas internas lo hicieron optar por Duhalde.

Durante el gobierno de la Alianza, Atanasof fue presidente de la comisión de Legislación Laboral donde se negoció la reforma laboral, denominada comúnmente como “Ley Banelco” por las acusaciones y pruebas de pagos de coimas.

Luego de los cacerolazos que expulsaron de la presidencia a Fernando De la Rua y a Adolfo Rodríguez Saa, en 2002 fue llamado por Eduardo Duhalde para ocupar el Ministerio de Trabajo. Sin dudar, abandonó su banca en diputados y, ya en funciones, declaró que sería el ministro de Trabajo “de la desocupación de un dígito”. En su mandato, el desempleo continuó en ascenso, pero en breve se desatendió del asunto: Duhalde lo nombró Jefe de Gabinete y vocero principal.

Pero su mayor “logro” político fue durante la Masacre de Avellaneda, en junio de 2002. Los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki el 26 de junio, estuvieron avalados y defendidos por Atanasof. El 19 de junio de 2002, el entonces Jefe de Gabinete declaró que, frente a las protestas sociales, se mantuvieron reuniones “con los funcionarios y las fuerzas de seguridad para establecer un mecanismo de coordinación que nos permita proteger el derecho de las personas a su desplazamiento”. Una semana después, este “mecanismo” dejó como saldo dos asesinatos y treinta y tres heridos de bala.

Luego de reuniones con el ex presidente Duhalde, el titular de la SIDE, Carlos Soria, y el Secretario de Seguridad, Juan José Álvarez, Atanasof no dudó en declarar la necesidad de “impedir los cortes cueste lo que cueste”. La hipótesis del ahora diputado frente a los asesinatos de Santillán y Kosteki no se pudo sostener: dijo que había sido una pelea entre diferentes grupos piqueteros, mientras la responsabilidad de las fuerzas de seguridad ya estaba comprobada.

En una entrevista publicada por el diario Página/12, Alfredo Atanasof declaró sentirse orgulloso de haber acompañado a Eduardo Duhalde durante su presidencia. Frente a la pregunta de su pertenencia al menemismo, duhaldismo y ahora el kirchnerismo, Atanasof fue claro en sus principios: “Esto es una tradición del justicialismo”.

El hombre que ríe

Así tituló el periodista Hernán López Echagüe la biografía política sobre Carlos Federico Ruckauf publicada en el año 2000. Y también escribió en sus páginas que “los peronistas que ven en él a un hombre afecto a la deslealtad le dicen Tessaire, Teseire a secas, en referencia al contralmirante que fue vicepresidente de Juan Domingo Perón en el último tramo de la segunda presidencia del general”. El contralmirante Tessaire fue el encargado de brindar la información necesaria a los militares que encabezaron el golpe de Estado contra Perón en 1955. “Tessaire: un símbolo de traición”, escribe López Echagüe en la biografía sobre el actual diputado del Partido Justicialista.

Carlos Ruckauf ha dado un nuevo paso que no es raro en él: saltó por enésima vez en el tablero peronista para, no sólo mantener los beneficios de codearse con el poder, sino mantener vigente su histórica posición política de derecha.

El hombre ahora aceptado en las filas kirchneristas, comenzó su carrera política en el Sindicato del Seguro. En 1962 ingresó a la compañía de seguros Iguazú S.A. mientras estudiaba abogacía. Al poco tiempo, sería nombrado secretario adjunto del sindicato.

Luego del golpe de Estado que derrocó al presidente radical Arturo Illia, Ruckauf se convirtió en un dirigente sindical “participacionista” al mejor estilo Augusto Timoteo Vandor. En esa época comenzó a tejer relaciones con su padrino político Lorenzo Miguel, líder de Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y amante de la “patria metalúrgica”. Esta relación lo llevó al Ministerio de Trabajo en 1975. Como ministro, Ruckauf firmó el decreto de “aniquilación de la subversión” y fue acompañado a sol y sombra por ocho matones que lo cuidaban de sus miedos: tres de la UOM, cuatro de la Policía Federal y un integrante de la Triple A, organización parapolicial de derecha creada por el secretario privado de Perón y ex Ministro de Bienestar Social, José López Rega.

Frente a la avanzada de sindicatos y gremios combativos, Ruckauf dejó bien clara su opinión. En una entrevista televisiva para Canal 11, no dudó en afirmar: “La guerrilla de fábrica se debe a los sectores empresarios que tomaron militantes de ultraizquierda para romper las conducciones sindicales peronistas. El problema vital es acabar con la subversión”. En poco tiempo recibía en su despacho a Jorge Rafael Videla, uno de los responsables máximos del golpe de Estado de 1976, y en esa charla sellará su convencimiento de firmar el decreto que otorgó vía libre a las Fuerzas Armadas para iniciar la represión y asesinatos. Por ese tiempo, la revista nazi “El Caudillo” no vacilaba en calificar a Ruckauf como el “compañero y dirigente obrero ministro de Trabajo”.

Pero en el país los militares ya tenían todo planeado: el golpe de Estado el 24 de marzo de 1976 encontró a Ruckauf bien parado. El ex ministro de Trabajo sabía que las reuniones compartidas con el Almirante Emilio Massera no habían sido en vano y bajo su paraguas transitó los años de dictadura sin sobresaltos, matando el tiempo en reuniones en la casa de Lorenzo Miguel monitoreadas por el propio Massera. También recibió los beneficios del dirigente petrolero -y en la década del noventa hiper menemista- Diego Ibáñez, quien lo empleó como asesor legal del Sindicato Único de Petroleros del Estado.

Con la vuelta a la democracia, Ruckauf no se dejó vencer por la derrota del justicialismo en 1983 y en poco tiempo fue candidato a diputado por la corriente renovadora del peronismo. Por esos días, las bondades del empresario postal Alfredo Yabrán comenzaron a alegrar los días de Ruckauf: nuevas instalaciones edilicias para su estudio de abogado y dinero necesario para la campaña que llevó adelante el actual secretario de medios de la Nación, Enrique Albistur, serán los bálsamos de Yabrán. Al empresario postal, acusado luego por el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas, en poco tiempo se le descubrieron interminables negociados con la dictadura y los sucesivos gobiernos de Alfonsín y Menem.

Embajador del menemismo en Italia, su gestión logró que empresarios italianos obtengan redituables negocios y que Carlos Menem reciba como obsequio un Ferrari cero kilómetro que él custodió hasta su arribo a Argentina.

Vicepresidente de Menem en 1995, uno de los principales asesores de Ruckauf fue Luis Agusti Scachi, represor que actuó en la ESMA, campo de tortura durante la dictadura.

Luego gobernador de la provincia de Buenos Aires gracias a una campaña de tolerancia cero y venia para la represión, Ruckauf formó su gabinete con lo más rancio de la derecha: el militar carapintada Aldo Rico, Raúl Otahecé, y el funcionario menemista en el Vaticano Esteban Caselli lo acompañaron hasta que Eduardo Duhalde entró por la puerta de atrás a la presidencia de la Nación. Frente a las protestas sociales de 2001 y a una provincia convertida en polvorín, Carlos Ruckauf se mimetizó a Canciller y dejó nuevamente su pasado a la deriva. Oculto en las sombras de la Cámara de Diputados, sus últimas apariciones públicas lo habían relacionado al discurso de Juan Carlos Blumberg y sus reiterados pedidos de reducción de edad para las condenas a prisión.

Admirador de Eva Perón y del conductor televisivo Marcelo Tinelli, católico ortodoxo y mentor de “meter balas a los delincuentes”, Carlos Ruckauf nuevamente se ha sumado a los ganadores. Por estos días, junto a Alfredo Atanasof estarán repitiendo una frase que, frente a la realidad, vacía de todo contenido a la política. “Estamos cambiando los códigos de la vieja política”, mascullan desde sus despachos.