La posición de estos diarios se puede encontrar el mismo 24 de marzo. Clarín titulaba con letras enormes: “NUEVO GOBIERNO”. Por su parte, La Nación resumía: “Las Fuerzas Armadas asumen el poder”. En estos títulos ya se podía rastrear la benevolencia de los matutinos: el diario de Ernestina de Noble legitimaba a la dictadura brindándole la característica de “gobierno”; el diario de la familia Mitre le daba un tono de “asunción” al golpe que borró de un plumazo toda legalidad. Debajo del título, La Nación autenticaba a los militares: “La Junta de Comandantes Generales se haría cargo del gobierno hoy a las 5”.

Se podría pensar que estos medios eran ajenos a lo que luego ocurrió, pero las pruebas demuestran lo contrario. Luis Garasino, cronista del diario Clarín y que ostentaba una relación a fondo con las Fuerzas Armadas, le avisó el 23 de marzo a Marcos Cytrynblum, jefe de redacción, que los militares estaban ultimando los preparativos. En la madrugada del 24 de marzo, en la redacción de Clarín, el titular del diario era aprobado por el capitán Montemayor, de la Marina.

En La Nación, que luce un histórica y estrecha relación con el poder militar, los periodistas de su redacción no dudaban la fecha del zarpazo de los generales. El 2 de marzo del ’76, el diario reproducía el pensamiento de las Fuerzas Armadas que “sostienen la necesidad de que se agoten las instancias institucionales en procura de soluciones en un marco de responsabilidad general y compartida”. El 13 del mismo mes, en su tapa, directamente anunciaba el golpe: “La violencia en todas sus manifestaciones preocupa a los militares hasta el grado tal que están dispuestos a sumir plenas responsabilidades en este agudo plano del quehacer nacional”.

Frente al golpe, Clarín y La Nación se encuadraron y le dieron la venía a lo que vendría.

Editoriales militares

En el editorial del 24 de marzo, Clarín no escatimó palabras para calificar los males que consideró que se debían desterrar: la economía se encontraba “en la etapa vecina al colapso total”; “la violencia subversiva” y “su accionar criminal” hacían sus apariciones y se exigía “ordenar las medidas adecuadas para exterminarla”, asumiendo “la dura responsabilidad del combate”. En el último párrafo, el diario dio su veredicto sobre la realidad: “Se abre ahora una nueva etapa con renacidas esperanzas”.

En La Nación, directamente se transcribieron los comunicados de la Junta Militar. Bajo el título “La Fuerzas Armadas y su determinación”, el diario no objetaba lo que en dicho artículo se afirmaba: la decisión del golpe “persigue el propósito de terminar con el desgobierno, la corrupción y el flagelo subversivo” y enfrenta “la acción disociadora de todos los extremismos y el efecto corruptor de cualquier demagogia”. Pero La Nación no sólo se encargó de difundir los comunicados que llamaban a “aniquilar extremistas”, sino que al día siguiente del golpe dejaba sentada su posición en el editorial titulado “Lo que termina y lo que comienza”. Sin medias tintas, afirmaba que la “crisis ha culminado” y que, de ahora en más, “por la magnitud de la tarea a emprender, la primera condición es que se afiance en las Fuerzas Armadas la cohesión con la cual han actuado hasta aquí”. Y dejó en claro su visión de la realidad: “Hay un país que tiene valiosas reservas de confianza, pero también hay un terrorismo que acecha”.

Tanto para Clarín como para La Nación, el “terrorismo” no era el que monopolizaba el Estado, sino las organizaciones de izquierda que desde hacía tiempo luchaban por la liberación y el socialismo.

Negocios redondos

Estos dos diarios se sostuvieron durante la dictadura con un férreo convencimiento ideológico apoyando los mecanismo de los militares, tanto para reprimir como para respaldar un sistema económico que acarrearía un aumento indiscriminado de la deuda externa y el cercenamiento del aparato productivo del país. A su vez, lograron grandes negocios que formaron parte de un ir y venir de gentilezas.

El 3 de abril de 1976, junto a los responsables de los diarios La Opinión, Crónica y La Prensa, Héctor Magnetto por Clarín y Bartolomé Mitre por La Nación, se reunieron con Jorge Rafael Videla, líder de la Junta Militar. Tal vez, en esa charla el tema de la empresa Papel Prensa había dado sus frutos.

En el libro “La Noble Ernestina. El misterio de la mujer más rica del país”, el periodista Pablo Llonto muestra las ventajas que obtuvieron estos diarios con la obtención de Papel Prensa. Frente a la aprobación de Videla, Massera, Agosti y Martínez de Hoz, Clarín, La Nación y La Razón tuvieron la posibilidad de comprar la empresa y monopolizar el negocio del papel para diarios y su distribución. A esta transacción, Pablo Llonto la explica así: “En enero de 1977 el representante de la junta militar en Papel Prensa autorizó, en nombre del Estado, la operación. Un viejo truco de comprar bienes con poco efectivo y mucho de papel pintado no era la única irregularidad que Magnetto, Mitre y Peralta Ramos (La Razón) le arrancaban a la junta militar. El acuerdo también incluía un guiño de los funcionarios de Economía para que el Estado no realizara ningún estudio técnico sobre Clarín, La Nación y La Razón para averiguar cómo financiarían el proyecto, tampoco se exigiría el cumplimento en término de las sobras y menos que menos se pedirían avales de patrimonios personales”. A su vez, la fábrica de papel fue beneficiada con un subsidio que le permitió afrontar los abultados gastos de electricidad. Para el Estado de la provincia de Buenos Aires y su empresa de energía, significaría una pérdida de 55 millones de dólares.

Durante la dictadura, el discurso de estos diarios formó una parábola que comenzó con el apoyo total, se estremeció de militarismo periodístico en los momentos de mayor euforia como el Mundial de Fútbol en 1978 y la guerra de Malvinas en 1982 y retomó un cause “democrático” en las cercanías electorales en 1983.

Hoy, en sus páginas se pueden encontrar los rastros y formas que funcionaron durante la dictadura: el 19 y 20 de diciembre de 2001 hicieron lo imposible para aplacar los cacerolazos que derrumbaron a Fernando de la Rúa; en junio de 2002, mintieron y ocultaron, hasta que la realidad los sobrepasó, los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki; en todo momento fustigan las marchas de los movimientos sociales y en el caso de La Nación (que defiende a capa y espada lo más retrogrado de la Iglesia argentina), sin tapujos, exige mano dura que los discipline.

Aunque por estos días sus páginas se llenaron de recordatorios sobre el genocidio militar, la historia de ambos diarios revela, casi siempre, lo contrario.