El 12 de junio de 1901 la independencia que los cubanos habían conquistado tras haber luchado 30 años contra el colonialismo español, fue brutalmente cercenada por la Enmienda Platt, apéndice a la Constitución cubana de ese año impuesta por el Congreso de los Estados Unidos mediante el chantaje.
La Enmienda se presentó como el medio de garantizar la soberanía e independencia de Cuba pues los cubanos, decían con cinismo, debían primero ser educados para vivir en libertad. Se trataba, a no dudarlo, de una sucia artimaña que les permitía presentarse como libertadores y a quienes debíamos gratitud por ello.
Para los miembros de la Comisión de la Asamblea Constituyente, elegida con el objetivo de ir a discutir el asunto a Washington, todo estaba claro. Así quedó evidenciado cuando Manuel Sanguily los interrogó acerca de qué ocurriría si el documento fuese recusado: “Continuaría la intervención militar“, fue la respuesta tajante.
Más claro aún es este párrafo del informe de esa Comisión a su regreso:
“Nuestro deber consiste en hacer a Cuba independiente de toda otra nación, incluso de la grande y noble nación americana, y si nos obligásemos a pedir al gobierno de Estados Unidos su consentimiento para nuestros tratados internacionales; si admitiésemos que se reserven y retengan el derecho de intervención en nuestro país…si le concediésemos la facultad de adquirir y conservar títulos o terrenos para estaciones navales y mantenerlas en puntos determinados de nuestras costas, es claro que podríamos parecer independientes del resto del mundo, aunque no lo fuéramos en realidad, pero nunca seríamos independientes con relación a Estados Unidos.“
¿Qué independencia podía ser esa que reconocía el derecho de una potencia extranjera a intervenir en los asuntos internos de los cubanos cuando de manera unilateral así lo entendiera?
¿De qué independencia hablar si la nación no tenía facultades para adoptar acuerdos de ninguna naturaleza con terceros sin el visto bueno de Washington y si, además, estaba obligada a entregar porciones de su territorio a otra nación a fin de instalar estaciones navales y carboneras?
Tan escandalosa era la injerencia que el propio General Leonard Word, gobernador militar de la Isla y uno de los encargados de instrumentar el engendro, admitía en carta dirigida al presidente Teodoro Roosevelt, lo siguiente:
“Por supuesto, que a Cuba se le ha dejado poca o ninguna independencia con la Enmienda Platt y lo único indicado ahora es buscar la anexión. Esto, sin embargo, requerirá algún tiempo y durante el periodo en que Cuba mantenga su propio gobierno, es muy de desear que tenga uno que conduzca a su progreso y a su mejoramiento… por lo cual es bien evidente que está en lo absoluto en nuestras manos y creo que no hay un gobierno europeo que la considere por un momento otra cosa sino lo que es, una verdadera dependencia de los Estos Unidos, y como tal es acreedora de nuestra consideración.
“Con el control que sin duda pronto tendrá se convertirá en posesión, en breve prácticamente controlaremos el comercio de azúcar en el mundo. La Isla se norteamericanizará gradualmente y, a su debido tiempo, contaremos con una de las más ricas y deseables posesiones que haya en el mundo.”
La Enmienda, como procedimiento típicamente colonial, permitía a Estados Unidos otras facultades, no explícitas en su contenido: el tratamiento privilegiado que recibirían las inversiones de capital norteamericano y la exportación de mercancía de ese país, con lo cual se completaba el mecanismo de dominio económico creado mucho antes.
Fue un eslabón en la política injerencista continental del imperialismo norteamericano y no puede verse separada de otras medidas de igual corte y época contra otros países. Para lograr su imposición.
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