Al declararse socialista, Hugo Chávez alborotó las tabernas desde Caracas hasta Washington. Similar anuncio hecho por Olof Palme, Felipe González o Francoise Miterrand, no hubiera provocado debate alguno.
En Europa, donde nació, el Socialismo es un hecho sociológico, un peldaño en la civilización y una opción política compatible con los valores cristianos, la cultura occidental y los prolegómenos del sistema, no una ruptura con ellos.
El siglo XIX europeo fue escenario de una prodigiosa revolución tecnológica que tuvo entre sus protagonistas a científicos, políticos, empresarios, inventores y hombres de fe, que contribuyeron a modelar el modo de vivir y pensar de la humanidad, entre ellos: Carlos Marx, Charles Darwin y Vicenio Gioacchino Pecci, el Papa León XIII.
Carlos Marx, uno de los hombres intelectualmente mejor dotados de su tiempo, el que situó la sociología sobre bases científicas y puso al servicio de las ciencias sociales eficaces herramientas metodológicas, debutó en 1848 con el “Manifiesto Comunista”. Nunca hizo nada clandestino, jamás empuñó un arma ni participó en revuelta alguna.
Charles Darwin, se dio a conocer cuando en 1859, mediante “El Origen de las Especies por Medio de la Selección Natural”, sostuvo la tesis de que en la lucha por la supervivencia en la naturaleza, actúan leyes en virtud de las cuales, los organismos más aptos sobreviven legando a sus descendientes los mejores caracteres, tejiéndose así la cadena de la herencia, por medio de la cual las especies se preservan y perfeccionan. Ese proceso forma la base de la evolución de las especies, incluyendo al hombre al que atribuyó un origen natural.
León XIII, Papa desde 1878 hasta 1903, justo a tiempo para asistir al auge del capitalismo salvaje europeo, confrontar ideológicamente al marxismo, orientar el nacimiento de las organizaciones social cristianas y mediar entre los gobiernos de Estados Unidos y de España para tratar de evitar la guerra entre ambos por la posesión de Cuba, levantó la polvareda en sacristías y palacios al emitir el más importante documento de política social de la Iglesia católica romana, la Encíclica “Rerum Novarum” (De las Cosas Nuevas) que retrató una conflictiva época en la que los trabajadores cargaron con los costos sociales del desenfrenado auge del capitalismo que provocó tensiones sociales extremas y determinó la búsqueda de opciones teóricas y prácticas.
Movido por las urgencias de la confrontación ideológica, tanto como por ideales de justicia social y por la fe en las posibilidades de mejoramiento humano, León XIII, promovió la creación de las organizaciones políticas, laborales, femeninas y juveniles cristianas, lideradas después por los partidos socialcristianos (denominados también democratacristianos. N de la R).
Por ese camino surgió el concepto de socialismo cristiano, rechazado a medias por el Papa Pio XI que rechazaba el “socialismo católico”, aunque admitía a los “católicos socialistas”. Es decir, no auspiciaba una doctrina política cobijada en la fe, pero admitía que viviendo su fe, los católicos se integran al movimiento histórico en una opción que juzgaba, sino positiva, por lo menos, legítima.
Mediante aquel proceso, plagado de incomprensiones, retrocesos y obstáculos, la iglesia se actualizó y trató de ponerse a tono con las realidades y de ser contemporánea con su presente y, en lugar de mediante dogmas, intentó un consenso edificado sobre valores compartidos, tratando de estar atenta y preparada para como dijera Juan XXIII: “para percibir los signos de los tiempos”.
En ese entendido, sin renunciar a la demonización del comunismo en su diseño eurosoviético, partes sustantivas de la Iglesia, sobre todo de las comunidades de base en América Latina, incluyendo ilustres dignatarios, figuras de las jerarquías nacionales e incluso de la curia vaticana, sin excluir a algunos papas, asumieron con mayor tolerancia las aspiraciones humanas, acogidas bajo el común denominador de luchas de liberación nacional e incluso socialismo.
El cristianismo se emparenta con las distintas opciones socialistas al conferir una dimensión social al amor que trasciende la experiencia sentimental individual, para abarcar a la sociedad, con justificado énfasis en quienes más necesitan ser amados: los pobres, los vulnerables y los excluidos por un sistema social oligárquico que genera pobreza y exclusión.
La única doctrina política que incluye el amor como precepto es el socialismo.
Por añadidura, la Doctrina Social de la Iglesia atribuye a los Estados legítimamente constituidos, como es el caso de la Venezuela Bolivariana, la responsabilidad por la búsqueda del bien común, la promoción de la justicia social, sin excluir las acciones de beneficencia, asistencia social, elementos tan inequívocamente socialistas como ajenos a la codicia capitalista, la mezquindad de la oligarquía y la brutalidad neoliberal.
Mucho antes de que Hugo Chávez, mencionara el socialismo cristiano como opción política, los redactores de las Sagradas Escrituras, reflexionaron y pontificaron acerca de elementos sociales y políticos, normas de convivencia, instituciones, preceptos legales y valores éticos que definen al cristianismo original como una opción por los pobres, los débiles, excluidos y marginados y una apelación a la solidaridad, la caridad y una actitud generosa hacía el prójimo.
Los críticos del líder venezolano omiten que Chávez, profundamente bolivariano, martiano militante y católico sincero, como él mismo ha aclarado, se afilia a un socialismo con raíces, tanto en la tradición revolucionaria latinoamericana, como en una ética cristiana que redondean su ideología.
El presidente venezolano no es el primer luchador que encuentra analogías entre su fe y las doctrinas revolucionarias y sitúa a Jesucristo como paradigma del revolucionario que apostó por los pobres y los excluidos.
Para Chávez la revolución no es un asunto filosófico, sino un cometido histórico. En su boca el término socialista está desprovisto de connotaciones doctrinarias, remitiéndose exclusivamente a las prioridades y los énfasis del proceso bolivariano orientados hacía la solución de graves, masivos y complejos problemas de las mayorías, algunos de los cuales, como los de la salud y la pobreza, aluden a mínimos de los que depende la vida de millones de venezolanos.
El conjunto de esos problemas forman la deuda social que, dicho sea de paso, no ha creado la revolución, sino la oligarquía ligada al capital extranjero.
Chávez y la revolución no son parte del problema, sino de la solución.
El contenido del empeño bolivariano, ejemplarmente transparente porque se realiza con el concursos de la mayoría de los venezolanos y respaldado por su carácter genuinamente democrático, se legitima en sus obras, en la confianza del pueblo en sus lideres, en la unidad de los venezolanos y en la solidaridad latinoamericana, inspirándose también en la limpieza de la fe conque el líder asume su credo.
Para Chávez la revolución bolivariana no es un camino, sino un destino.
El prójimo de un humano son todos los humanos, lo mismo que de un venezolano son todos los venezolanos.
Quien quiera ser consecuente con el ideal cristiano sin asumir el colectivismo y la socialización, es mal catecúmeno o lo que es peor, un hipócrita.
ALTERCOM
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