El 22 de noviembre de 2005, el diario británico Daily Mirror provocaba un escándalo en el Reino Unido al revelar un memorando secreto que atestiguaba que el presidente estadounidense George W. Bush, el 16 de abril de 2004, había proyectado bombardear los locales de la cadena de información árabe Al Jazeera en Doha. Finalmente, Tony Blair lo habría convencido de no hacerlo dadas las consecuencias de un bombardeo a un Estado aliado.
Este asunto ha dado mucho de qué hablar en el Reino Unido donde el gobierno de Blair se ha negado a comentarlo, pero ha iniciado un proceso disciplinario contra uno de sus funcionarios por revelación de documentos confidenciales. Fuera del Reino Unido, la mayor parte de los medios de comunicación occidentales, los mismos que con tanta prontitud denuncian los atentados a la libertad de prensa cuando es un periodista occidental el afectado, permanecen bastante discretos sobre el asunto. La muy negativa imagen de Al Jazeera, regularmente fustigada por los neoconservadores y sus voceros, así como sus orígenes, no son ajenos a esta falta de interés.

El director general de la cadena catarí, Wadah Khanfar, acaba de pedir cuentas al gobierno británico en Londres e informa de ello a la opinión británica en The Guardian. Recuerda todos los ataques de que la cadena ha sido objeto como el bombardeo a sus locales en Kabul, luego en Bagdad y el asesinato o arresto de algunos de sus periodistas como Tayseer Alluni. Ahora el objetivo son las oficinas de la cadena en Qatar y exige explicaciones. En vano. No ha sido recibido por Tony Blair y tampoco ha recibido explicaciones.
En The Independent, el periodista estrella del diario, Robert Fisk, recuerda que Al Jazeera es el objetivo regular de Estados Unidos debido a su independencia en relación con la visión del mundo y las guerras de la administración Bush. Recuerda el asesinato premeditado de Tariq Ayub en Bagdad y el bombardeo de los locales de Kabul. Para él, no hay dudas de que se trata de una estrategia global tendiente a acallar una voz disidente. Así, considera que el proyecto de bombardeo a Al Jazeera es verídico y recuerda que lo que le sucede a Al Jazeera es la prolongación de la destrucción de la televisión serbia por parte de la OTAN en 1999, ocasión en que las fuerzas atlantistas demostraron que, a partir de entonces, los medios con una visión disidente constituían un objetivo.

Esta información es igualmente motivo de debate entre los conservadores británicos, partidarios de la guerra de Irak, pero divididos en cuanto a este tema.
El diputado conservador británico, redactor jefe de Spectator y cronista del Daily Telegraph, Boris Johnson, aprovecha su editorial en este último diario para manifestarse contra dicho proyecto de bombardeo.
Afirmando haber sido engañado sobre las armas de destrucción masiva, los planes de democratización de Irak y el uso de fósforo, hoy rechaza que un canal, que por lo demás no le gusta, según afirma, pueda constituir un objetivo, y anuncia con orgullo que está listo a correr el riesgo de ser detenido por difundir informaciones clasificadas sobre el tema para defender la libertad de informar. Dado que este diputado está habituado a las declaraciones altisonantes y a los anuncios efectistas, este texto debe ser tomado con prudencia.
El redactor jefe del Daily Telegraph y cronista del no menos reaccionario New York Sun, Daniel Johnson, no comparte el punto de vista de su empleado y, en el diario neoyorquino, afirma que el proyecto de bombardeo a Al Jazeera no es una cuestión de libertad de prensa o de derecho internacional, sino de oportunidad táctica. El autor considera que «Occidente» está en guerra contra el terrorismo, materializado en Al Qaeda. Según él, Al Jazeera es un vector de propaganda del islamismo y de las teorías de Al Qaeda, y por lo tanto hay que combatir a esta fuente de propaganda. El hecho de que se encuentre en suelo catarí no es un problema. Por el contrario, Qatar debería dejar actuar a Washington, su protector. En cuanto a la divulgación de los elementos secretos en la prensa, lo que permitió el estallido del escándalo, considera que como «Occidente» está en guerra se trata de un delito de traición y debe ser tratado como tal.

En la prensa árabe, el anuncio del proyecto estadounidense provoca consternación. Amer Abdelmonem, ex redactor jefe y responsable del sitio web del diario opositor egipcio Al-Shaab, se alarma ante estas revelaciones. Es de la opinión de que el simple hecho de haber podido imaginar un ataque a una cadena de televisión en un país aliado da prueba de enfermedad mental. En la actualidad no quedan dudas de que la administración Bush lleva a cabo no una guerra al terrorismo, sino una guerra terrorista. Así, llama a los periodistas árabes a movilizarse para continuar haciendo valer su punto de vista.

Sin embargo, ¿centrarse en Al Jazeera no es limitar la comprensión del tratamiento dado a la prensa por parte de la administración Bush? Como lo habíamos afirmado en nuestras columnas, la estrategia cuyo objetivo son los periodistas opositores a los designios de la administración Bush es global. Su blanco no es una cadena en particular, sino todos los que se opongan a su propaganda.
Por el contrario, la prensa dominante continúa dando pruebas de la más perfecta docilidad. El ex consejero de Bill Clinton y director del diario en línea Salon.com, Sidney Blumenthal, publica en The Guardian una tribuna con matices necrológicos para la carrera de Bob Woodward. Considerado en otros tiempos el brillante periodista de investigación que hiciera caer a Nixon, se presenta hoy como un agente de comunicación «que revela» lo que los dirigentes estadounidenses desean difundir. Woodward no es más que el símbolo de la sumisión de la prensa estadounidense. En la actualidad, expresa Blumenthal en el titular de su artículo, no habrá otro Watergate.
En el sitio AdBusters, el periodista John Pilger manifiesta su irritación por el discurso enunciado regularmente por la prensa dominante estadounidense sobre su ética, su profesionalismo y su imparcialidad, y llega a la misma conclusión que Blumenthal. Asegura que en la actualidad, la prensa, por sus prácticas y su docilidad, es una aliada objetiva de la administración Bush: oculta la verdad sobre las masacres en Irak y ha sido cómplice de las mentiras sobre las armas de destrucción masiva iraquíes.